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DIARIO DE UN ESCRITOR
Arán, 21 de mayo de 2012
Perdonen que les deprima de nuevo, y
perdonen que les trate de usted hoy, pero creo que así debe ser, y no es que
hoy esté alicaído, como ayer, que se me juntó cansancio, jetlag y depresión postviaje
al terror existencial que arrastro desde que vine a este mundo, y tampoco es
por el tiempo, que sigue como ayer, lloviendo en el valle, nevando en las
cumbres, sin violencia pero sin descanso para que este paraje en donde he fijado
mi residencia permanezca verde como los valles irlandeses de John Ford, ni
tampoco porque haya vuelto el frío y haya tenido que bajar de nuevo al garaje y
cortar leña para la chimenea, a pesar de la falta de costumbre, porque ya
debemos estar en primavera si mis cálculos no me fallan, sino por algo que leí,
y luego vi, en ese diario que compro siempre alrededor de las 13:00,
porque mi amiga paraguaya cierra su librería a las 13:15 puntualmente, en el
salón/comedor de mi casa, porque hacerlo en la terraza de mi bar ante mi
cerveza cotidiana no era posible hoy, por la lluvia persistente que lleva
cayendo desde hace cuarenta y ocho horas, y no fue la noticia de la muerte de
Robbin Gibb, de los Bee Gees, que sigue a la de Donna Summer, aunque también,
no voy a engañarles, esas dos huidas del mundo me afecten y resuenen sus voces
en mi interior asociadas a dos películas que estimo, Fiebre del sábado noche de
John Badham y Bilbao de Bigas Luna, sino un artículo sobre cine que, como
sabrán los que me conocen, es otra de mis pasiones, que firmaba hoy Carlos
Boyero, un crítico cinematográfico con el que suelo coincidir y cuyas crónicas
leo con fruición, titulada Talentos sombríos en paralelo, en el que hablaba
sobre la última película de un director que admiro, aunque cada una de sus
películas me produzca un profundo desasosiego, el austriaco Michael Haneke,
Amor es su título, que ya me produce desasosiego mucho antes de que vaya a
verla y admirarla, como todo cine realizado por ese cineasta absolutamente
necesario, como lo fue, en su momento, Ingmar Bergman, otro maestro del cine
desasosegante, y no exactamente por lo que leí de la película, ni por una
imagen en la que aparece el director junto a Isabelle Huppert, puede que una de
las mejores actrices que conozco, y un reconocible Jean-Louis Trintignant, que
ha ido envejeciendo en la pantalla a medida que yo también lo hacía, y no es
exactamente por una imagen más pequeña de la protagonista femenina de ese film
llamado Amor, una viejecita con ojos apagados, mirada perdida y cabello cano a
la que Trintignant, su enamorado marido en la ficción, le sostiene el rostro con ternura entre sus manos, sino
por el nombre de la actriz que aparece a pie de foto y leo una y otra vez,
Emmanuelle Riva, y, mientras deletreo cada una de sus sílabas, mi cabeza vuela
al siglo pasado, al nacimiento de la nouvelle vague francesa, a Alain Resnais,
que ahora está empeñado en filmar bromas tontas cuando entonces era un director
riguroso, serio y vanguardista que deslumbraba con El año pasado en Marienbad,
y caigo en la cuenta de que esa anciana desvalida es nada menos que la
Emmanuelle Riva de Hiroshima mon amour, la bonita y joven chica francesa que se
enamora de un japonés en una película de una belleza plástica absoluta, con guión firmado por Marguerite Durás, que la
radiante Emmanuelle Riva, de la que no supe nunca más, me
aparece el 21 mayo de 2012 convertida en una mujer senil, y eso me deprime, me
hunde, me obliga a encararme una y otra vez ante el espejo y a preguntarme
dónde está el muchacho cinéfilo y pletórico de vida que quedó fascinado con la
belleza de Emmanuelle Riva en Hiroshima mon amour en una sala de Arte y Ensayo de Barcelona que se llamaba Publi.
No sé si me comprenden.
Comentarios
Cariños.
Por cierto... ¿estás seguro de que el mejor de los perfumes es el olor de la hierba y la tierra mojada?
...
Un beso
Un beso, a quién se le ocurre nacer en 1951 jejeje
Sólo a los geniales mmm