DIARIO DE UN ESCRITOR
Granada,
25 de mayo de 2012
Fiel
a la palabra dada. Rito del castellano viejo que hay en mí. Como del extremeño
aventurero que, cuatro años atrás, me llevó a esta ciudad que me acogió con
cariño infinito y en donde labré amistades que duran en la distancia y deseo sean eternas. Y fiel a
la palabra dada once meses atrás, de nuevo en la ciudad de los dos ríos, la
tortuosa Granada de calles retorcidas, mañanas calurosas y tardes y noches benignas.
Paseo, desde la serenidad de mi octava vida, por los escenarios de mi séptima
que están congelados, como si el tiempo no hubiera pasado. Tomo copas y tapas
con amigos al sol. Abrazo y beso a amigas que se alegran de verme. Departo
sobre literatura y pasión creativa con Gregorio Morales en esa terraza de la
Ermita adonde he vuelto de nuevo. ¿Se acuerda de mí el camarero que me pone la
cerveza sobre la mesa? Le suena mi cara, seguro, porque en mi séptima vida me
puso seiscientos tubos de cerveza y esas tapas de patatas a lo pobre, que me
cansaban, pero ahora me gustan. Como en Granada, la ciudad sin sal ni saleros
en las mesas, de repique incesante de campanas desde los minaretes de las
mezquitas convertidas todas en iglesias. Huele a flor de azahar esa ciudad árabe
que es un laberinto en el que me pierdo siempre si no consigo establecer un
punto de referencia. Es un dédalo de calles que van y vuelven, que uno coge sin
saber adónde te llevan, quizá al punto de partida. La ciudad árabe que celebra
la fiesta de las cruces con entusiasmo cristiano. La ciudad de mis espejismos
en una travesía del desierto que hice sin más bagaje que mi propio corazón.
Ceno, como, solo o acompañado. Rememoro el pasado, aunque sea doloroso. Me
enfrento a mis fantasmas y pienso en Kim Novack en Vértigo, y en que la vida
imita al cine, a la literatura, que se retroalimentan, que soñamos despiertos y
vivimos dormidos, que eso que llamamos la realidad realmente no existe, porque
tiene mil prismas diversos y cada cual la ve a su manera.
Un
buen gazpacho, una buena paella, y dos escritores que comparten pasión por lo
literario frente a frente, hablando de sus libros, de ese virus que les impele
una y otra vez a rellenar espacios con palabras y emociones encapsuladas en
cada una de las sílabas. Estoy en esa mesa, a las dos del mediodía, y me cambio
a la mesa de enfrente, a las ocho de la tarde. Y allí hablo con dos amigos, que
deseo lo sean para siempre, sobre mis viajes, mi nueva vida, mis libros. Pedimos,
después de las tapas de ensaladilla rusa que van con las cervezas, un par de
platos de carpaccio, exquisitos, con su ración de rúcula y parmesano. Hablamos
de la amistad, del mundo de las emociones, de las complejidades de cada ser
humano, de la aparente normalidad bajo la que ocultamos nuestra anormalidad.
Planeamos su próxima visita al Valle, cuando estalle, de forma espectacular, el
otoño con todo su esplendor de hojas multicolores bailando en el aire límpido de
la montaña, bajando de la cúpula de esos árboles mecidos por el aire al suelo
alfombrado. Y terminamos tomando helados en Los Italianos, siguiendo una
arraigada tradición de la ciudad.
Regreso
muy despacio, como regresaba muchas veces muy despacio a mi casa que ya no lo
es, lamiendo un helado de nueces, gozando del frescor de la noche, por esas
aceras de suelo brillante que tiene Granada y espejean mis pasos. Ya no reparo
en los grafittis de las paredes que son para la ciudad como los árboles que
devoran los templos de Angkor, una parte consustancial del paisaje urbano.
Cruzo el Paseo de Violón, que tantos cientos de veces crucé a lo largo de mi
efímera e intensa séptima vida, paso, sin alzar la vista, por debajo de una
ventana ya sin luz y busco, encontrando, la casa de mi amigo en donde me alojo.
Comentarios
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Oasis de extravagante soledad, reducto del manantial de la vida, que no se podría mostrar, y aún, sino con perfumado espanto. Las palabras y la intimidad perfecta no serían suficientes.
Inflamado de los deleites que despuntan, encarnación por tanto de alegorías, portadoras del ambiguo deslumbramiento, morada olímpica de las miserias sin importancia, de la negra noche, de la que los niños no saben nada... etc.