SOCIEDAD / LAS CIFRAS DEL GENOCIDIO
Las matemáticas y la
estadística son muy útiles para dimensionar el alcance de las tragedias que
provoca el hombre, por ejemplo, para evaluar la brutalidad de la Segunda Guerra
Mundial con su cifra de sesenta millones de muertos; la salvajada del peor acto
de terrorismo jamás cometido cuando Estados Unidos lanzó las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki y causó 200.000 muertos en segundos; la vesania del
III Reich que exterminó a once millones de personas; los nada menos que
cuarenta millones de rusos asesinados por el régimen de Iosif Stalin del que
solemos olvidarnos cuando hablamos de monstruosos asesinos; el genocidio de
Ruanda que sembró su tierra con más de un millón de cadáveres; la pasividad de
la ONU que permitió el fusilamiento de 8.000 bosnios en Srebrenica; la locura
del régimen de Pol Pot que redujo a la mitad a su propia población, por hablar
de algunos de la infinidad de actos horribles cometidos en los últimos cien
años y de los que no hemos aprendido absolutamente nada.
Con el actual genocidio
que Israel está cometiendo en Gaza las cifras, evidentemente, no cuadran, y
días atrás leí un informe, apoyándose en datos de la prestigiosa revista
británica The Lancet, que razonaba el porqué de esa minimización de las cifras
de esa destrucción total que ha convertido a Gaza en la mayor fosa común a
cielo abierto de la historia de la humanidad.
Si aceptamos que entre el
ochenta y el noventa por ciento de los edificios de la franja están destruidos
o dañados, que el ochenta por ciento de sus hospitales y escuelas han sido
arrasados, la cifra que esgrime Hamás de 60.000 muertos en dos años de masacre
se queda muy corta. Las bombas israelíes lanzadas sobre Gaza, más de cien mil
toneladas, el equivalente por su poder de destrucción a tres bombas atómicas,
supera a los de la Segunda Guerra Mundial sobre Dresde (8.500 toneladas),
Hamburgo (9.000), Londres (18.300 toneladas) y Berlín (70.000 toneladas) juntos.
Y cada bomba causa un sinfín de mortandad a su alrededor. Según todos los
datos, el bombardeo israelí sobre Gaza es el más destructivo llevado a cabo en
lo que va de siglo, y sobre una población inerme que no tiene tanques, ni
aviones, ni misiles, ni buques de guerra, ni más lanzagranadas y fusiles que
los de unos pocos terroristas de Hamás frente a casi medio millón de soldados
de uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
A los terroristas de
Hamás les interesa minimizar las propias víctimas para no desalentar aún más a
la población de la franja y que se vuelvan en su contra por haberlos conducido
a este desastre del que no son capaces de defenderlos, y los genocidas de
Israel no desmienten los datos, porque es el propio enemigo el que le blanquea
su atrocidad minimizándola y les va bien, e incluso la rebajan diciendo que es
una cifra exagerada esos 60.000 muertos, que eso forma parte de la propaganda
de Hamás.
A las víctimas directas
por los bombardeos de la aviación, lanzamiento de misiles, cañonazos de tanques
y disparos de bala, estos últimos en los repartos de comida, hay que añadir a
los que mueren a consecuencia de las heridas, los enfermos que fallecen porque
no hay infraestructuras hospitalarias, los que enferman por las pésimas
condiciones sanitarias de la zona, los que lo hacen por la hambruna decretada
por Israel, los que han quedado bajo los escombros cuyos cadáveres jamás serán
recuperados, etc., que no están recogidas en esas 60.000 víctimas oficiales que
ofrece Hamás.
En base a sus cálculos,
observando la superficie arrasada, prácticamente toda Gaza, la cifra optimista
de muertos que sugiera The Lancet, y que seguramente se acerca bastante a la
real, multiplica por cuatro la oficial, es decir 240.000 asesinados por Israel.
La cifra pesimista, en la que yo creo, sube la horquilla hasta el medio millón,
es decir que uno de cada cuatro palestinos que habita ese territorio ha sido
asesinado. Si aceptamos que se han lanzado más de 100.000 toneladas de bombas
sobre Gaza, cinco muertos por tonelada es una estimación a la baja.
Algo se mueve en el mundo
contra la mayor barbarie de lo que va de siglo. Hay manifestaciones a favor de
Palestina en todas las partes del planeta. Numerosos gobiernos europeos se unen
al reconocimiento de una Palestina que ya no existe. Infinidad de manifiestos
son firmados por cientos de miles de ciudadanos indignados en todo el mundo. Palabras
que muy poco efecto hacen frente a las balas, pero que son necesarias porque
todo suma, hasta la más pequeña iniciativa como de enviar comida en botellas
por el mar Mediterráneo con la esperanza de que lleguen a las playas de Gaza. A
finales de agosto una flotilla de barcos internacionales intentará romper el
bloqueo impuesto por Israel y al menos distraerán efectivos de los genocidas.
Pero la Unión Europea, con su pasividad criminal ante lo que sucede (habría que
llevar a los tribunales de justicia, entre otros, a Ursula von der Leyen por
denegación al deber del auxilio) y Estados Unidos, que suministra a Benjamín
Netanyahu las bombas, son los cooperadores necesarios para que el exterminio de
la población de Gaza se lleve a cabo. El único consejo que Donald Trump ha dado
a su colega israelí es que acabe cuanto antes la guerra, es decir, que aplane
todo el territorio de Gaza de una vez por todas, y esa es la luz verde que el
criminal que gobierna en Israel esperaba para completar su trabajo, prometiendo
facilitar la emigración voluntaria de los sobrevivientes a otros países: Sudán
está en la lista como lo estuvo Madagascar para los judíos del III Reich.
En medio del veneno que
se vierte en las redes sociales en donde los genocidas pierden por goleada, resulta curioso, al menos para mí lo es, el apoyo cerrado
de las sectas evangélicas, especialmente de Latinoamérica, a lo que hace Israel
en Gaza, la asunción de todas sus mentiras como que son las ONGs y la ONU
principalmente las que bloquean la ayuda humanitaria, que son los de Hamás los
que asesinan a los palestinos o de que las fotos de la barbarie de Israel son
fakes. Bendicen, en sus redes, todo lo que hace Israel, dan gracias a Dios cuando se asesina a periodistas de Al Jazira señalándolos como terroristas y
proclaman su amor al pueblo hebreo haga lo que haga, porque está en su derecho
de defenderse, olvidando que sus antepasados crucificaron a Jesucristo y están
esperando al Mesías.
Y los países árabes, se
preguntan, ¿qué hacen por sus hermanos palestinos? Pues nada absolutamente sus
gobiernos y poco sus poblaciones que podrían exigirles una implicación para
detener el genocidio, una nueva primavera árabe que sacuda de sus poltronas a
sus corruptos dirigentes. Emiratos Árabes, Baréin, Sudán y Marruecos reconocen
al estado de Israel y mantienen relaciones diplomáticas con los genocidas que
no han roto. Egipto (que no abre el paso de Rafah para que escape la población
de Gaza masacrada) y Jordania (que ayudó a interceptar los misiles que
disparaba Irán contra suelo hebreo) mantienen relaciones cordiales con el
estado genocida por tener frontera con Israel. Yemen parece haber agotado su
provisión de misiles que lanzaba contra territorio israelí. Irak se mantiene al
margen. Siria, gobernada por un terrorista del Estado Islámico que ha cambiado
el turbante por la corbata, no respondió a los ataques israelíes en su propio
territorio. En cuanto a Irán, el único coloso en la zona, no ha vuelto a hacer
ni un solo movimiento tras el bombardeo sufrido por Estados Unidos.
Palestina está sola y
desaparecerá. Su suerte estaba echada desde el principio y de eso era
consciente Hamás que se convirtió en cooperador necesario al proporcionar la
excusa para el exterminio de la franja con su acto terrorista del 7 de octubre.
La única esperanza del pueblo palestino es que la sociedad de Israel despierte,
se manifieste en contra de lo que hace su gobierno (lo hace ahora precisamente
con una huelga general y masivas manifestaciones), derroque y encarcele al
tirano que la gobierna, una utopía teniendo en cuenta que el 50 por ciento de
la población de Israel apoya la política genocida de Netanyahu que, como
Hitler, no es un accidente sino fruto de su sociedad.
Cuando le preguntaron a
Daniella Weiss, hija de un estadounidense y una polaca, ambos terroristas del
Leji, una de las líderesas más destacadas de los colonos que están ansiosos por
ocupar Gaza para trasladarse a vivir en ese campo de la muerte, por los niños
palestinos que mueren su respuesta fue muy clara: “Mis hijos van antes que los
del enemigo”. Los colonos observan con
prismáticos desde los altos de Israel como su país reduce a cenizas el que será
su nuevo hogar cimentado con los huesos, la carne y la sangre de los
palestinos.
Hago mía la frase de la pensadora judía Hannah Arendt más vigente que nunca: "La muerte de la empatía humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura a punto de caer en la barbarie".
A destacar la formidable, entregada y detallista narración de la vida en el mar, la gran descripción de una tempestad —quienes aprecian a Patrick O’Brian lo entenderán—, allí, en ese buque de nombre Nostromo, que no es que se dirija al corazón de las tinieblas: el barco mismo lo es. LILIAN NEUMAN en Culturas / La Vanguardia
Además, no es una mera novela de aventuras, es una reflexión sobre la mezquindad del ser humano, sobre la violencia, es una rabiosa denuncia de aquella África tan sometida al hombre blanco, tan estrujada por él. VÍCTOR CLAUDÍN en Aquí Madrid
El lector puede decir que tiene entre las manos una novela de aventuras y, al mismo tiempo, de crítica social, una novela de género negro porque “Monrovia” pivota entre ambos géneros. LLUNA VICENS en Entretanto Magazine
Con mayúsculas, porque Monrovia no es ninguna novela de aventuras, sino que, inspirándose en aquellas, en realidad las subvierte: la aventura deviene desventura, un infierno, un horror. Anna Rossell en LAS NUEVE MUSAS
La frustración le lleva al protagonista a ser testigo de una parte horrible de la historia mundial, en un lugar del mundo donde las grandes potencias juegan a su antojo, y donde la vida de sus habitantes no vale nada. J. JAVIER ARNAU en Anika entre Libros
El género de
aventuras se reelabora así como epopeya vital que bucea en las más oscuras
ciénagas de lo humano. Y, por si ya tuviera pocas, se revela como otra gran
novela de este maestro de la literatura que es José Luis Muñoz. Monrovia es
uno de los mejores ejemplos de su talento. CARLOS MANZANO en Culturamas
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