EL DVD

EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ

Joel y Ethan Coen

Con este título, que remite directamente al cine de Alfred Hitchcoock, el tándem formado por los hermanos Coen revisa una más vez el género negro de los gloriosos años cincuenta, al que está ligado gran parte de su obra, y lo hace, para que el homenaje sea más completo, en un espléndido blanco y negro obra del director de fotografía Roger Deakins. Injustamente ignorada en los oscars, “El hombre que nunca estuvo allí”, fue premiada, ex aequo con “Mullholland Drive” de Lynch, en el último festival de Cannes. Aunque muchas de las películas de los hermanos Coen se inscriban dentro del policíaco – “Sangre fácil”, su ópera prima, “Barton Fink”, “Muerte entre las flores” o “Fargo” – es en “El hombre que nunca estuvo allí” donde su peculiar modo de interpretar un género tan popular adquiere una mayor estilización. El argumento de la película, escrito al alimón, como ya es habitual, por Ethan y Joel Coen, responde a todos los tópicos y clichés del género, pero la interpretación que hacen de él los iconoclastas hermanos y, sobre todo, el humor - negro, por supuesto - que insuflan en su historia la convierten rápidamente en suya.
Un anodino peluquero de Santa Rosa, California, llamado Ed Crane (un magistral Billy Bob Thornton, que últimamente se prodiga y brilla con maestría en cuanta película interviene) que trabaja a las órdenes de su cuñado Franck (Michael Badalucco) consume su tiempo escuchando las conversaciones de los clientes a los que arregla el cabello sin casi despegar los labios. Su esposa Doris (Frances McDormand, esposa de Joel Coen, en uno de sus excelentes papeles de femme fatale, en los que su talento consigue que olvidemos sus carencias físicas), mujer ambiciosa y soficticada con la que hace tiempo dejó de tener sexo, le engaña descaradamente con Big Dave (James Gandolfini), el encargado de un centro comercial, una relación que no perturba especialmente al marido ofendido. Cuando un alopécico cliente al que arregla la calva, llamado Creighton Tolliver (Jon Polito), le propone entrar en un negocio de lavado en seco, Ed Crane acepta sin dudar y chantajea al patrón de su mujer para conseguir el dinero que le permita entrar en la sociedad. Pero, como ya es habitual en el cine de los Coen, nada sale bien y vence la chapuza: el peluquero chantajista es descubierto por su víctima, el chantajeado encargado de los almacenes muere de forma violenta, la policía yerra y detiene como principal sospechoso del crimen a la esposa infiel y finalmente Ed Crane es acusado del crimen que precisamente no cometió y llevado por ella al corredor de la muerte.
Con maneras de terciopelo los Coen ponen en la picota el sistema judicial americano y sus ansias por hacer justicia a costa de quien sea. “El hombre que nunca estuvo allí” discurre de forma apacible, a pesar de que su trama esté salpicada por un asesinato impactante filmado con astucia y sin rehuir la violencia – espléndido el detalle del cristal resquebrajándose por la presión de los dos cuerpos en lucha -, un suicidio, un accidente y dos sesiones de juicios chapuceros en donde se denuncia el papel todopoderoso de los abogados americanos, amos y señores de los estrados, de cuyas dotes intrepretativas depende la suerte del acusado. La película, pese a algunos fallos del guión – no se explica porqué el imperturbable peluquero entra en negocios con el tipo de los salones de lavado en seco que tiene todo el aire de un timador barato; no es creíble el intento de fellatio por parte de la angelical Birdy (Scarlett Johansson) a la que el protagonista, para redimirse y hacer algo útil en su vida, paga sus estudios musicales – funciona como una pieza de relojería perfecta gracias a un sensacional elenco de personajes secundarios – el abogado Freddy Riedenschneider (Tony Shalhoub), el cuñado, los agentes de la policía que saben mucho menos de lo que aparentan, la viuda del encargado de los almacenes de ropa – y a una exquisita caligrafía cinematográfica. Una intensa y literaria voz en off se encarga de enriquecer el discurso narrativo de este par de gamberros que se ríen prácticamente de todo y que demuestran ser magníficos homenejeadores del cine negro americano de los cincuenta: hay una rubia malvada e infiel que recuerda a la Barbara Stanwick de “Perdición”, un jefe seboso y sobón que desfalca, un homosexual oculto que se cubre la calva con un ridículo bisoñé, un par de policías torpones, una lolita, un accidente de coche que remite sin rodeos al de “El cartero siempre llama dos veces”, movimientos de cámara al estilo del Orson Welles de “Sed de mal” o “Ciudadano Kane”, y una composición del personaje de Billy Bob Thornton, mago de la interpretación sin mover una ceja, que hace que veamos en él a la reencarnación del duro Humphrey Bogart.
La máxima virtud de los Coen reside en tomar todos esos elementos añejos y reconocibles – por no faltar, hay hasta platillos volantes que parecen sacados del cine de Ed Wood – y subvertirlos. El resultado es, una vez más, un formidable e inteligente divertimento a la altura de sus mejores películas.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

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