LAS PELÍCULAS

TENIENTE CORRUPTO
Werner Herzog

Poco a poco, los autores puntales del Nuevo Cine Alemán, que tuvieron su época de gloria en los años sesenta/ochenta y facturaron algunas de las películas de culto del cine europeo, tomando el relevo a la nouvelle vague francesa, se han ido desplazando a Estados Unidos como si quisieran seguir la estela que guió hacia la meca del cine a Ernest Lubischt, Billy Wilder, Otto Preminger y tantos otros en los tiempos dorados del cine hollywoodiense. El que más pronto, y mejor, se adaptó fue Wim Wenders, que rodó películas europeas ─ El amigo americano, Paris-Texas ─ en suelo norteamericano. Luego vino Volker Schlöndorff, el de El joven Torless y El tambor de hojalata, que filmó un apático trhiller: Palmetto. Ahora le ha tocado el turno a Werner Herzog, más valorado por sus complicados rodajes llevados al límite, sobre los que acaba de publicar un libro, que por el resultado de los mismos.
No se entiende a Herzog sin Klaus Kinski, su actor fetiche, con el que mantuvo una prolongada relación de amor odio durante toda la vida y que protagonizara algunas de las mejores películas del realizador alemán: Aguirre, la cólera de Dios (aunque yo, sobre el mismo alucinado personaje de la conquista de América, me quede con El Dorado de Carlos Saura), Nosferatu, reNegritamake del film de Murnau, Woyzeck, Fitzcarraldo…Para desgracia de ambos, Kinski, actor estajanovista que se curtió como villano en multitud de spaguetti westerns y hasta hizo de anarquista en Doctor Zhivago de David Lean, murió pronto y no pudo protagonizar ese Teniente corrupto en el que, quizá, habría estado a la altura de su predecesor Harvey Keitel.
Presume el director de Aguirre, la cólera de Dios, en una muestra de estúpido divismo, de no conocer a Abel Ferrara, no saber quién es, ni la película que versiona. Una vez visto su remake, mejor le hubiera ido si la hubiera tenido en cuenta, porque su Teniente corrupto, para un espectador que recuerde el estremecedor film precedente de Abel Ferrara, uno de los grandes realizadores italoamericanos, creador de dramas sórdidos que planean sobre los sentimientos de culpa y redención, es sencillamente funesto. Lo que en el film del director de El funeral, otra de las obras maestras de Ferrara, es tensión dramática, ambiente sórdido, dilema moral, dureza visual y terrible violencia, en esta versión es aburrimiento, grisura, indiferencia y nulidad narrativa. No hay ni un solo momento del film en que el espectador pueda sentir empatía sobre lo que se narra, sino la más absoluta indiferencia. Si Ferrara describía con rotundo naturalismo el descenso a los infiernos de su protagonista atormentado, Herzog nos lo presenta como un psicópata consumista de barbitúricos de risa histérica y andares ladeados que ostenta una enorme magnum como simple adorno entre camisa y pantalón. Pero si la distancia que media entre Abel Ferrara y Werner Herzog es considerable, la que se establece entre Harvey Keitel y Nicolas Cage resulta abismal. La de Teniente corrupto sea quizá una de los peores trabajos del actor norteamericano protagonista de Living Las Vegas, en donde sí era un convincente alcohólico. Cage llena su interpretación de tics faciales, abertura desmesurada de ojos, mostración de dentadura en una risa histérica y andares ladeados, con un hombro más alto que el otro, lo que resulta sencillamente irritante y ridículo porque todo es forzado. Su personaje, sencillamente, no existe.
Si de algo sirve la versión de Teniente corrupto de Herzog, en la que ni siquiera la explosiva actriz Eva Mendes, contagiada del ambiente desangelado, transmite calor, es para anhelar la versión de Abel Ferrara. Nunca un remake había reivindicado tanto su original. Y eso que Herzog jura no haberlo visto.
JOSÉ LUIS MUÑOZ


CAPITALISMO: UNA HISTORIA DE AMOR
Michael Moore

Mucho lo tildan de demagogo, payaso, hipócrita, ingenuo, ególatra, provocador, imparcial, rasgos que no entraríamos a considerar si quisiéramos definir el canon del documentalista, pero Michael Moore nunca ha entrado en ese campo, el director de Bowling for Columbine ha sido, es y será un cineasta guerrillero, una especie de alborotador necesario.
Y Capitalismo: una historia de amor es su último molotov arrojadizo. En esta ocasión Moore escarba en la raíz del sistema, en el sistema económico que rige el rictus de la primera potencia mundial, el mismo sistema que corrompe e agrieta las raíces demócratas y fundacionales que crearon ese país.
El dardo de Moore se dirige en esta ocasión a los bancos, a los miembros del congreso, a las relaciones incestuosas entre ambos, y a la línea oculta de intereses que rigen las altas esferas y los poderosos que lo habitan. Pero también es una acertada e interesante mirada a la quiebra que el sistema está ejecutando en el pueblo norteamericano: la aniquilación de la clase media en pos de una diferencia cada vez más amplia entre ricos y pobres, la consecuente y floreciente aparición del cuarto mundo en la primera potencia mundial, etc.
Y por último, y como no podría ser de otra forma, se centra en las causas de la crisis (con una acertada metáfora con una presa) y sus consecuencias, que seguimos viviendo a día de hoy; pérdida de trabajo, de los hogares, aumento de la delincuencia. Y entre tanta crítica y malestar en su discurso, Moore aún tiene la oportunidad de filmar una campaña pro Obama.
Hasta aquí un contenido altamente tóxico, que Moore se encarga de verter a los espectadores de forma simple, con el humor como atenuador, y articulando su discurso bajo el panfleto maquiavélico. Y es precisamente aquí, donde el cine de Moore tiene más motivos para ser despreciado. Incluso corre el riesgo de que su propio discurso caiga en agua de borrajas dada la manipulación a la que es sometido, mediante montajes, imágenes de archivo modificadas y otras artimañas demasiado exageradas, pero que pueden jugar a su contra por eso mismo.
Servidor comparte su búsqueda para trasmitir su discurso entre los cauces del humor más punzante e irreverente, pero no debe caer por ello, en la simplicidad ni, sobre todo, en la manipulación que tanto crítica en sus películas. No le podemos pedir a estas alturas objetividad equidistante, pero si cierto control en las formas, sobre todo, en el material que se le enseña al publico, porque dependiendo de cómo de alterado se enseñe, éste desconfiara de la naturaleza del mismo, por ende, cuestionando el discurso del documentalista.
A pesar de todo esto, se agradece un Moore más contenido en sus intervenciones delante de cámara. Todos conocemos su amor por el protagonismo en primera persona, pero por primera vez, en Capitalismo: una historia de amor pondera las imágenes de archivo en favor de las apariciones molestas para los villanos de sus alteradas viñetas. Como el excelente montaje que utiliza en los primeros compases para comparar el imperio romano y su caída, con la actual situación de los EEUU, a través de un inteligente montaje de imágenes de películas de romanos, al lado de una voz en off que describe la delicada situación del país del dólar. Otro momento brillante, este en su vertiente bufonesca y exhibicionista, es cuando empapela las sedes de los grandes bancos con la cinta policial que se utiliza para salvaguardar la escena del crimen, y bajo un altavoz exige la cabeza de los CEO’s por sus delitos. Y su interesante teoría en la que utiliza la metáfora de una zanahoria para describir que lo que sustenta el sistema capitalista, y lo que provoca que no haya una verdadera revolución, es la falsa ilusión que se lanza de que algún día nosotros podremos ser los de arriba.
El estilo de Michael Moore gustará mucho, poco o nada (de hecho son deplorable los momentos melodramáticos y lacrimógenos con familias que han perdido a un familiar y las corporaciones se han beneficiado de ello), pero de lo que es indudable es que su mala uva, su tono cero conciliador y su capacidad para escarbar entre la inmundicia para destapar conexiones, secretos, y verdades reveladoras para el resto de los mortales, es necesaria y saludable, por mucho que Moore nos lo dé todo masticado, empaquetado, y hasta con una X en la casilla de voto.
MARC MUÑOZ

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