PAISANAJE
GENTES DE YANGÓN (1)
Fotos y textos: José Luis Muñoz
Yangón, la antigua Rangún, capital de Birmania hasta 2005, cinco millones de bulliciosos habitantes entre los que se da una enorme diversidad de etnias y creencias que conviven en perfecta armonía. Pobre, que no miserable, y alegre, sus habitantes son amables y receptivos para el visitante para el que siempre tienen una sonrisa contagiosa. La mejor divisa, el principal activo del país no son sus espectaculares paisajes ni sus mágicas pagodas sino sus gentes. La hobbesiana sentencia Homo homini lupu se desmonta ante la alegría y la bondad innata de los birmanos que desarma al viajero.
La belleza y fotogenia de esta muchacha de quince años son impresionantes. Sus hermosos rasgos son hindúes y ha dispuesto la crema de tanaka coquetamente sobre ambas mejillas. Posó con esa agradable sonrisa. Vende postales cerca del embarcadero en donde atracan los ferrys que cruzan el río Yangón en la Strand Road. Además de simpática y dicharachera, hablaba a la perfección el español de haberlo oído a los turistas. Nadie como ella para representar las virtudes de las birmanas. Estuvimos hablando un rato con ella, pero no le compramos las postales. No se enfadó por ello sino que siguió sonriendo.
Hay una enorme diversidad étnica que se puede apreciar a medida que transcurren los días y se familiariza uno con los físicos. En el rostro de este ciudadano de Yangón, de tez casi blanca, confluyen rasgos chinos y europeos. Tiene todo el aspecto de un funcionario en un momento de asueto.
Una piel blanca es sinónimo de belleza y de distinción, de que no ha sido expuesta a los rigores del sol en los trabajos del campo. Las mujeres de Myanmar, como ésta de Yangón, se protegen del sol con sombrillas o paraguas.
La comunidad china es muy importante y está mucho más integrada en la población que en otros países de Asia. Esta mujer delgada, menuda y atildada viste una tradicional camisa de cuello mao con elegancia.
Los rasgos de este muchacho serían los prototípicos del birmano: ojos rasgados, pero no pequeños, nariz alargada, labios gruesos, piel oscura.
Esta agraciada muchacha que mordisquea su pulgar no es excepción sino regla en un país que, como Tailandia, tiene merecida fama de tener mujeres de rasgos bellísimos, ademanes elegantes y grácil figura.
También hay muchachas con rasgos tibetanos como ésta que avanza con expresión apesadumbrada y se cruza un bolso sobre el pecho.
Resulta difícil saber la edad de los birmanos. Los hombres suelen tener rasgos infantiles y aparentar muchos menos años de los que tienen. La barba es infrecuente entre ellos, como el bigote, por el escaso vello que tienen.
Los emigrantes de la India son muy numerosos, sobre todo en la capital. Birmania tiene una larga frontera con el gigante asiático. Contrastan por la piel oscura y sus rasgos indoeuropeos frente a los birmanos, pero visten de igual forma que ellos y están perfectamente integrados en la sociedad que los acoge desde generaciones.
Este hombre es un taxista de triciclo y está apostado en una esquina de la capital. Si en otras ciudades de Oriente, más ricas y avanzadas que la pobre Yangón, abundan los rickshaw motorizados, aquí el motor son las piernas del conductor que llevan al pasajero y su carga a cualquier rincón de la ciudad.
El tanaka, que producen con la corteza de un árbol, lo extienden por la cara, como el de esta niña, para preservar la piel de los rayos del sol.
Hay quien se aplica ese maquillaje protector, de color amarillo, con una cierta gracia sobre las mejillas, como esta niña de mirada triste.
La población de Yangón es muy joven. El promedio de vida no llega a los 55 años. Esta niña espera pacientemente su ración de comida, en concreto piña troceada, en un puesto callejero.
Los birmanos son empedernidos fumadores de pequeño cigarros puros, que los prefieren a los paquetes convencionales de cigarrillos, cuyas hojas de tabaco están recubiertas por una hoja de maíz blanca que los hace mucho más suaves.
Como sucede con otros pueblos tradicionales, el birmano siente un enorme respeto hacia sus mayores. No es habitual ver a ancianas como esta mujer que pasea por entre los puestos de un mercado callejero de Yangón.
El principal combustible que se quema en Birmania es…el sudor humano. Todo es manual. Lo que se pueda hacer con los brazos no se hace con una máquina. Eso posibilita un muy bajo desempleo y que los productos, para los bolsillos de los occidentales, sean irrisoriamente baratos. No hay edad límite para trabajar como lo prueba este adolescente que traslada en una carretilla bidones de agua.
Chicos y chicas no suelen están juntos y, cuando así es, mantienen una prudente distancia. No verá el viajero ninguna pareja cogida de la mano, y menos una muestra de afecto como un beso. Las relaciones sentimentales que acaban en matrimonio son acordadas por los padres y los divorcios, aunque hay, están mal vistos y marcan a la chica. Las relaciones prematrimoniales se llevan con absoluto sigilo y discreción.
Las mujeres mayores suelen tener la costumbre de cubrirse la cabeza con una especie de turbante que puede ser de tela, como en el caso de la de la fotografía que pasea por el templo de Shwedagon, o simplemente una toalla de baño dispuesta con más o menos gracia.
Esta muchacha con camisa de cuello mao, influencia de la importante comunidad china, toca la nariz de uno de los leones del templo de Shwedagon.
La devoción hacia Buda es uno de los signos de identidad de los birmanos. De rodillas, juntando las manos, le imploran salud, fortuna, amor.
355
Es habitual en las explanadas de los templos ver a familias enteras disfrutar de esos lugares santos a los que hay que acceder descalzos y mantener siempre un decoro en la vestimenta. Si en nuestra sociedad se va a pasar el tiempo a las superficies comerciales, en Birmania lo hacen en los edificios religiosos que, a su manera, también son superficies comerciales porque a su alrededor proliferan toda clase de tiendas que venden productos relacionados con el culto a Buda.
El encanto de los birmanos reside en su expresión afable y la facilidad de la sonrisa con la que reciben al visitante.
Fotos y textos: José Luis Muñoz
Yangón, la antigua Rangún, capital de Birmania hasta 2005, cinco millones de bulliciosos habitantes entre los que se da una enorme diversidad de etnias y creencias que conviven en perfecta armonía. Pobre, que no miserable, y alegre, sus habitantes son amables y receptivos para el visitante para el que siempre tienen una sonrisa contagiosa. La mejor divisa, el principal activo del país no son sus espectaculares paisajes ni sus mágicas pagodas sino sus gentes. La hobbesiana sentencia Homo homini lupu se desmonta ante la alegría y la bondad innata de los birmanos que desarma al viajero.
La belleza y fotogenia de esta muchacha de quince años son impresionantes. Sus hermosos rasgos son hindúes y ha dispuesto la crema de tanaka coquetamente sobre ambas mejillas. Posó con esa agradable sonrisa. Vende postales cerca del embarcadero en donde atracan los ferrys que cruzan el río Yangón en la Strand Road. Además de simpática y dicharachera, hablaba a la perfección el español de haberlo oído a los turistas. Nadie como ella para representar las virtudes de las birmanas. Estuvimos hablando un rato con ella, pero no le compramos las postales. No se enfadó por ello sino que siguió sonriendo.
Hay una enorme diversidad étnica que se puede apreciar a medida que transcurren los días y se familiariza uno con los físicos. En el rostro de este ciudadano de Yangón, de tez casi blanca, confluyen rasgos chinos y europeos. Tiene todo el aspecto de un funcionario en un momento de asueto.
Una piel blanca es sinónimo de belleza y de distinción, de que no ha sido expuesta a los rigores del sol en los trabajos del campo. Las mujeres de Myanmar, como ésta de Yangón, se protegen del sol con sombrillas o paraguas.
La comunidad china es muy importante y está mucho más integrada en la población que en otros países de Asia. Esta mujer delgada, menuda y atildada viste una tradicional camisa de cuello mao con elegancia.
Los rasgos de este muchacho serían los prototípicos del birmano: ojos rasgados, pero no pequeños, nariz alargada, labios gruesos, piel oscura.
Esta agraciada muchacha que mordisquea su pulgar no es excepción sino regla en un país que, como Tailandia, tiene merecida fama de tener mujeres de rasgos bellísimos, ademanes elegantes y grácil figura.
También hay muchachas con rasgos tibetanos como ésta que avanza con expresión apesadumbrada y se cruza un bolso sobre el pecho.
Resulta difícil saber la edad de los birmanos. Los hombres suelen tener rasgos infantiles y aparentar muchos menos años de los que tienen. La barba es infrecuente entre ellos, como el bigote, por el escaso vello que tienen.
Los emigrantes de la India son muy numerosos, sobre todo en la capital. Birmania tiene una larga frontera con el gigante asiático. Contrastan por la piel oscura y sus rasgos indoeuropeos frente a los birmanos, pero visten de igual forma que ellos y están perfectamente integrados en la sociedad que los acoge desde generaciones.
Este hombre es un taxista de triciclo y está apostado en una esquina de la capital. Si en otras ciudades de Oriente, más ricas y avanzadas que la pobre Yangón, abundan los rickshaw motorizados, aquí el motor son las piernas del conductor que llevan al pasajero y su carga a cualquier rincón de la ciudad.
El tanaka, que producen con la corteza de un árbol, lo extienden por la cara, como el de esta niña, para preservar la piel de los rayos del sol.
Hay quien se aplica ese maquillaje protector, de color amarillo, con una cierta gracia sobre las mejillas, como esta niña de mirada triste.
La población de Yangón es muy joven. El promedio de vida no llega a los 55 años. Esta niña espera pacientemente su ración de comida, en concreto piña troceada, en un puesto callejero.
Los birmanos son empedernidos fumadores de pequeño cigarros puros, que los prefieren a los paquetes convencionales de cigarrillos, cuyas hojas de tabaco están recubiertas por una hoja de maíz blanca que los hace mucho más suaves.
Como sucede con otros pueblos tradicionales, el birmano siente un enorme respeto hacia sus mayores. No es habitual ver a ancianas como esta mujer que pasea por entre los puestos de un mercado callejero de Yangón.
El principal combustible que se quema en Birmania es…el sudor humano. Todo es manual. Lo que se pueda hacer con los brazos no se hace con una máquina. Eso posibilita un muy bajo desempleo y que los productos, para los bolsillos de los occidentales, sean irrisoriamente baratos. No hay edad límite para trabajar como lo prueba este adolescente que traslada en una carretilla bidones de agua.
Chicos y chicas no suelen están juntos y, cuando así es, mantienen una prudente distancia. No verá el viajero ninguna pareja cogida de la mano, y menos una muestra de afecto como un beso. Las relaciones sentimentales que acaban en matrimonio son acordadas por los padres y los divorcios, aunque hay, están mal vistos y marcan a la chica. Las relaciones prematrimoniales se llevan con absoluto sigilo y discreción.
Las mujeres mayores suelen tener la costumbre de cubrirse la cabeza con una especie de turbante que puede ser de tela, como en el caso de la de la fotografía que pasea por el templo de Shwedagon, o simplemente una toalla de baño dispuesta con más o menos gracia.
Esta muchacha con camisa de cuello mao, influencia de la importante comunidad china, toca la nariz de uno de los leones del templo de Shwedagon.
La devoción hacia Buda es uno de los signos de identidad de los birmanos. De rodillas, juntando las manos, le imploran salud, fortuna, amor.
355
Es habitual en las explanadas de los templos ver a familias enteras disfrutar de esos lugares santos a los que hay que acceder descalzos y mantener siempre un decoro en la vestimenta. Si en nuestra sociedad se va a pasar el tiempo a las superficies comerciales, en Birmania lo hacen en los edificios religiosos que, a su manera, también son superficies comerciales porque a su alrededor proliferan toda clase de tiendas que venden productos relacionados con el culto a Buda.
El encanto de los birmanos reside en su expresión afable y la facilidad de la sonrisa con la que reciben al visitante.
Comentarios
Un abrazo.
Qué lujo de viaje y de vivencia para guardar en la maleta.
Un abrazo
Gracias por tu comentario
Besos
Pilar Chiappa
Un beso
Un abrazo para tí Homónimo y para esa chica que supongo que debe ser negrita y africana dado su exótico nombre de Onuba (por favor no me lo expliques es que soy de Caí)
Gracias por tus comentarios, siempre inteligentes y mordaces
ES UN VIAJE ENTRE PASADO Y PRESENTE, QUE ME ATRAPA, ENCUENTRO NOMBRES OLVIDADOS, COMO JEAN SEBERG, UNO DE LOS PERFILES MAS BELLOS DEL CINE, PERSONA...
REGRESARÉ.
UN ABRAZO
Me alegro que te interese.
Un saludo
José Luis