CINE
EL SÉPTIMO ARTE
Cuando
uno tiene la fortuna de tropezar con esta pequeña obra maestra llamada Ida, estrenada de tapadillo pero que se
mantiene en las salas gracias al boca oreja de los que realmente aman el cine, uno recuerda lo que supuso, y supone a día de
hoy, el cine polaco, una de las cinematografías más importantes de Europa. La
nómina de grandes directores que ha dado ese país tan castigado durante el
pasado siglo y adalid en la caída del Telón de Acero es interminable. En ella encontramos a ese director grandioso
que ya es un clásico del Séptimo Arte, al octogenario Andrzej Wajda, cuya última película Katyn, sobre la masacre del ejército estalinista perpetrada contra
la oficialidad polaca en el bosque del mismo nombre se recuerda con un estremecimiento de horror; Roman Polanski, ese judío errante que
se formó en la escuela cinematográfica de Lodz, cuyo primer largometraje fue El cuchillo en el agua; Jerzy Skolimowski, guionista del film polaco
de Polanski y director de El grito, La partida y Trabajo clandestino, entre otros; Andrzej Zulawsli, y sus espasmos amorosos en Lo importante es amar y La
mujer pública; Walerian Borowczyk
y sus películas exquisitamente eróticas; Krzystof
Kieslowski, el autor de los mandamientos y de la trilogía de los tres
colores de la bandera francesa; el cine
religioso de Krzystof Zanussi; el comprometido de Agniezska
Holland, la directora de Europa; el cine histórico de Jerzy Kawalerovicz; y sin olvidarnos de esa pequeña joya del cine
pictórico que es El molino y la cruz
de Lech Majewski que se estrenó
recientemente.
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