SOCIEDAD
B
Hace muchos años, cuando vivíamos en
plena burbuja inmobiliaria y reinaba en el país esa alegría de la que ahora
todos nos arrepentimos, cada españolito tenía un piso, una segunda vivienda, un
coche de alta gama y hasta un huerto. En esos años de borrachera económica
hasta yo estuve tentado de comprarme una propiedad, y recuerdo haber echado el
ojo a una casa de piedra enorme y de tres plantas de un tranquilo pueblo del
Empordà, no muy lejos de donde había vivido Josep Pla y de donde entonces vivía Luis Racionero, ideal para retirarme a escribir. Recuerdo, cuando
entré en negociaciones con la inmobiliaria que gestionaba su venta, que el
precio era asumible porque en aquellos tiempos se daban hipotecas que nunca
vencían y se traspasaban de padres a hijos y nietos, pero poco duró mi alegría
cuando me dijeron: Pero nos tendrá que
dar el 80% en dinero B. ¿Dinero B? Ni lo tenía ni casi sabía qué era dinero
B. Ahora todo el mundo lo sabe, como la prima de riesgo, porque en estos
últimos cuatro años hemos hecho un curso acelerado de economía. No tengo dinero B, les contesté. El
intermediario inmobiliario que tenía delante puso cara de asombro, como si yo
viniera de Marte, luego me dijo que la operación de compra sin esas condiciones
era imposible y yo salí de aquel despacho muy avergonzado de no tener dinero B.
Quizá, por esa frustración, seguí buscando casas por el Empordà y siempre me pedían ese dichoso dinero B que oscilaba
entre el 40 y el 60% del valor de la vivienda. Lo fácil que habría resultado en
aquellos tiempos llenar las arcas del estado enviando a un ejército de
inspectores de Hacienda que se hicieran pasar por compradores de viviendas,
pero no se hizo. siga leyendo en EL COTIDIANO
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