CINE / 67 FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN CAPÍTULO 3
Festival de Cine de San
Sebastián Capítulo 3
Hoy toca lluvia, por hablar ayer del calor, y la temperatura
bajó de los 25 a los 15. Me planteo coger un bus urbano, el 13, pero sale muy
tarde y no llegaré a las 9 al Victoria Eugenia. Así es que me armo de valor,
cojo la bici y chapoteo en todos los charcos. Suerte que yo mismo soy una
secadora. Cosas de mi excepcional temperatura corporal que me permite planchar
con las manos.
Audición es una
coproducción entre Alemania y Francia, rodada en Alemania y hablada en los dos
idiomas. La protagonista, una exigente profesora de música, Anna, es alemana;
su pareja, un artesano que fabrica instrumentos de cuerda, francés. La música
entra a lo grande en la competición con esta película de la realizadora
berlinesa Ina Weisse, responsable
del guión. Anna tiene un amante, un contrabajista (aquí hasta el sexo se mueve
en el mundo de los arpegios, corcheas y semicorcheas). Cuando la profesora de
música acoge bajo su tutela a un virtuoso y joven violinista, su hijo Jonás,
minusvalorado por esa madre exigente, sufre celos insufribles. Anna se derrumba
emocionalmente cuando, en aras de la perfección absoluta, humilla a su aventajado
alumno y este se rebela en una de las escenas más tensas y de violencia
soterrada del film. Película muy interesante esta Audición que gira en torno a la exigencia artística que conlleva la
praxis de todo arte. Anna es una mujer
insegura (pierde el arco del violín en medio de un concierto, y eso la
sume en la desesperación) e indecisa (en el restaurante al que acude con su
pareja cambia tres veces de mesa y otras tantas de plato). Intuimos una
educación rígida y exigente por parte de sus padres (el padre, en una de las
secuencias, mete el brazo de su nieto en un hormiguero). Brillantes
interpretaciones por parte de todo el elenco de actores, especialmente de Nina Hoss, matizando su personaje de
Anna, una mujer que oculta una enorme fragilidad bajo su coraza de profesora de
música despiadada. Y de nuevo en el festival el conflicto entre madre e hijo, y
al tanto de lo que hace éste (ya lo sabrán cuando la vean) para eliminar a su
rival en la atención de su madre. Una gozada de película, y no sólo
musicalmente hablando, que también.
Desayuno en Baluarte, lo mismo que ayer, y la deliciosa
tarta de almendras y crema pastelera me sabe a menos porque es sensiblemente
más pequeña. El precio no se reduce. Ha dejado de llover y ya hasta se han
secado pantalón y camiseta por lo que descarto riesgo de pulmonía que me
obsesionaba en mi trayecto matutino bajo la lluvia. Me sé el camino a ciegas.
Me toca ahora cine exótico, de Kazajistán, de donde Eva Green fue propulsada hacia Marte ayer. Continúo sin ver a esa
hermosa astronauta. No tengo tiempo de buscarla en el espacio. Prometo verla de
nuevo en Soñadores cuando regrese a
casa, con su boina roja sesentayochesca.
El primer premio del festival se lo ha llevado Constantín Costa-Gavras, que recogió en
persona el realizador franco-heleno. El premio Donostia premia su larga carrera
de realizador comprometido, aunque él no se sienta muy satisfecho con esa
clasificación. Lo cierto es que el director de Desaparecido aún tiene muchas cosas qué decir. Y hablando de compromiso
social, ninguna película, de momento, se hace eco de la crisis migratoria.
¿Nada tienen que decir al respecto los directores europeos?
Adilkhan Yerzhanov
parece haber escuchado mi queja de ayer de que echaba en falta en el festival
cine rompedor. El director kazajo me regala una fábula que, superado el primer
momento de rechazo y estupor (pero esto ¿de qué va?) acaba enganchando. Su Oscuro, oscuro hombre, en referencia al
poli protagonista de la historia, podrá gustar más o menos (conté una veintena
de desertores que agachaban la cabeza educadamente en su fuga para no tapar los
subtítulos); a mí terminó gustándome esta comedia negra y sangrienta rodada en
un escenario desértico y de austera belleza: las planicies kazajas. Una
investigación policial pretende acusar a un pobre demente de una serie de
violaciones y asesinatos de niños cometidos por un pedófilo dirigente político.
Un cuerpo de policía absolutamente corrupto ajusticia a golpes a sus víctimas
en los interrogatorios para ahorrar juicios: la confesión con sangre entra. Una
periodista extranjera mete la nariz en el asunto de los asesinatos de niños. El
brutal policía asesino Bezkat finalmente se rebela contra los suyos y se niega
a cargar el crimen al demente cuyas excentricidades acaban por hacerlo
simpático a sus ojos. La pareja de locos, el falso culpable y su no menos
estrafalaria pareja, resultan ser los más cuerdos e inteligentes de esta
función con guiños al surrealismo constantes. Rastrea uno en este film
demencial e iconoclasta cierto tono humorístico de Emir Kusturica (el coche
policial se atasca constantemente, y lo han de empujar policías y detenidos; a
un interrogado lo matan a golpes de obras completas de Leo Tolstoi, imagino por
su peso y volumen de páginas; los policías tienen aspecto de haber sido
reclutados en un circo felliniano, felicitaciones al director de casting por
haber escogido a esa fauna), sin el desenfrenado ritmo zíngaro del director
yugoslavo, sustituido por uno mucho más pausado, kazajo, pero atentos a las
cuñas musicales, a tono con el relato cinematográfico: desconcertantes. El
desenlace, con una delirante lectura de derechos cívicos a los detenidos por
parte del policía protagonista Bezkat a sus colegas corruptos, que lo toman a
chiste, remite a Quentin Tarantino.
Como anécdota, tenía a mi lado una espectadora que se sepultada literalmente
bajo su jersey hasta desaparecer en él. ¿Tenía frío? ¿Me había abandonado el
desodorante? No. Fobia a la sangre, aunque fuera en una comedia negra tan
descacharrante e iconoclasta como ésta. No había niños en conflicto con sus
padres. Bien. Empezaba a cansarme.
El Principal, con su característico perfume a rancio que
irradia de su patio de butacas, sólo existe en mi memoria o en San Sebastián.
Allí me toca ver La odisea de los Giles,
espantoso título de la aportación argentina a la sección oficial. Antes me he
tomado un bikini (he traducido sándwich de jamón y queso fundido al camarero en
una terraza ante el riesgo de que me trajera un dos piezas a la mesa) que me ha
costado como un menú en Barcelona. Donostia es cara y más por el festival. La
película argentina es, de las películas de la Sección
Oficial, aunque no vaya a concurso, la más convencional de las vistas. El
director Sebastián Borensztein factura un film amable y
simpático que hace justicia poética a los afectados por el corralito argentino.
Una panda de idealistas maduros se propone crear una cooperativa para animar la
economía de su pequeño pueblo. Cuando consiguen la plata de los cooperantes, los
muy incautos, la ingresan en el banco el día
antes de que haga fallida el sistema bancario argentino. La pasta
contante y sonante, algo más de ciento cincuenta mil dólares, se la lleva íntegra
un especulador local. Los afectados deciden hacer una especie de rififí para
recuperar su dinero y sacarlo del búnker en donde lo tiene sepultado el granuja
en cuanto reciben el soplo. En tono de comedia entrañable, con todos los tics y
convencionalismos que no rehúyen momentos cursis y sentimentalismo barato, el
film emplea a la familia Darín en
pleno, Ricardo y Chino Darín que, además de interpretar
el papel de hijo del popular actor argentino ejerce de productor ejecutivo de
la cinta. Auguro una buena carrera comercial cuando se estrene en España.
Otra taza de cine rompedor en el añejo Principal, que podrá
estar mejor o peor conseguido. James
Franco también parece haberme oído y su película Zeroville, interpretada, con look de Yul Brynner, y dirigida por él, es un canto al cine dentro del cine
a través de la accidentada carrera de un tal Vikar, un mitómano que lleva en su cabeza rapada
una imagen icónica de Un lugar en el sol
con Montgomery Clift y Elizabeth Taylor, film por el que
siente una devoción mística: de tramoyista en Hollywood pasa a ser un afamado
montador. Sitúa el director de The Dissaster
Artist, por la que ya obtuvo una
Concha (este año no podrá optar porque su film ya ha sido estrenado en Rusia e
incumple las normas del festival) en la misma época que Quentin Tarantino localiza su último film. La pasión poderosa que
nuestro personaje, que interviene en rodajes míticos como Apocalipse now (asistimos a una de las tomas de Marlon Brando recitando un poema de
Thomas S. Elliot), es amigo de John Millius (Seth Rogen) y es un experto cinéfilo (pese a haber pasado casi toda
su vida en un seminario), siente por la bella Soledad (Megan Fox), una actriz de segunda fila de la que se rumorea que es
hija bastarda de Luis Buñuel, se remonta
al rodaje mítico de Un lugar en el sol.
James Franco juega constantemente
con el plano real y ficticio, que se entrecruzan en esta extraña película que
no me acaba de convencer pese a sus aires de modernidad. Es un dicho en el cine
que un buen montador puede remontar, valga la redundancia a medias, una mala
película. James Franco no lo
consigue a pesar de algunos buenos momentos de buen cine y de ese juego de
fantasmas y espejos con los que constantemente juega. Las escenas de búsquedas
en fotogramas perdidos de la imagen de su adorada Soledad; la conversación cinéfila
que mantiene con quien asalta su habitación para robarle; su fijación por la
copia original, que se perdió, de La
pasión de Juana de Arco de Carl
Theodor Dreyer o cuando literalmente queda sepultado por los negativos de
películas que visiona compulsivamente en su moviola, son algunos de esos buenos
momentos que depara Zeroville. A
reseñar ese guiño cinéfilo a David Lynch
con Cabeza borradora.
Regreso en bici consciente de mi último paseo donostiarra a
caballo de ella. No quiero acabar otra vez como un pollo si mañana llueve como
hoy, así es que seré civilizado y cogeré en el barrio de Altza, enfrente mismo
de mi alojamiento, el bus 13 que me llevará al Bulevar a disfrutar de más cine.
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