CINE / 67 FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. CAPÍTULO 8
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FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. CAPÍTULO 8
El festival es un año más joven que yo. Lo pensaba mientras
bajaba en el 13 desde Altza al Bulevar. Penúltimo día. A falta de café bueno es
un film de terror para abrir los ojos en un Principal vacío: no somos tantos
los madrugadores que vamos a esa sesión de las 8:30. El gigante es una
coproducción entre Estados Unidos y Francia dirigida por David Raboy, autor de un guión en el que el mismo se pierde. Del
gigante, que no vemos, sólo se oyen sus pisadas. Se me remueven las tripas con
otros films de gigantes vistos en San Sebastián en anteriores ediciones. Pero
no, aquí hay un asesino de chicas en un pequeño pueblo de Georgia en el que no
pagan la luz porque siempre están a oscuras y con velas. Para justificar el
caos narrativo, David Raboy se refugia en otro David, más talentoso, apellidado Lynch: realidad y sueño son lo mismo.
La pesadilla de Charlotte, la joven protagonista, parece lisérgica aunque la
chica no eche mano de más drogas que un cigarrillo y una botella de whisky. La
película responde a ese subgénero de jovencitos americanos graduados que buscan
sustos en casas malditas. El montaje es visualmente fascinante. Hay buenas
imágenes, destellos por todas partes, baños en lagunas sombrías, relámpagos y
truenos, algún beso y todos los actores hablan susurrando. Podría ser un film
de terror lírico si tuviera pies y cabeza. Tampoco tiene pies y cabeza Carretera perdida de David Lynch, del que el director de El gigante
roba algún que otro plano de carretera, pensarán ustedes. El de Cabeza borradora es un genio, abduce, te sorbe el cerebro con una pajita. David Raboy, no, pero debe reconocérsele que hace un film sobre un
asesino en serie sin sangre y sin que veamos el estado en que han quedado sus
víctimas. Le dieron 47 puñaladas, dice, en susurros, el padre policía a
Charlotte, la adolescente a la que la madre abandona, una más, y de forma más
drástica que la madre de Rocks: se cuelga de un árbol en la
primera y mejor secuencia del film.
Mientras voy hacia Baluarte a por mi desayuno reparo en el
mármol negro donostiarra. Todo el centro de la ciudad está adoquinado con
hermosas placas de ese noble material, enormes bloques de mármol negro están
colocados en los espigones para proteger muelles, paseos y playas de los
embates de ese furioso Cantábrico. Material noble para una ciudad rica.
Ayer me perdí, como me pierdo todas las fiestas, la gala de
premiación al gran actor Donald Sutherland. Lo recuerdo como Casanova
de Federico Fellini, sobre todo, y como fascista asesino de Novecento, ese extraordinario fresco
revolucionario del gran Bernardo
Bertolucci. De su discurso de agradecimiento me quedo con una frase
referente a la actitud de la ONU con el cambio climático: Los chinos polinizan las plantas a mano porque ya no hay abejas y han
desaparecido 2,5 millones de especies de pájaros. ¡Y la actitud de las Naciones
Unidas es una mierda! Pues sí. Bye planeta.
Ken Loach, del
que me ha sido imposible ver su última película, tampoco se ha mordido la
lengua: A veces los primeros en aceptar
la explotación laboral son los trabajadores. Perro mundo de lacayos que
lamen las cuchillas de sus verdugos. Esto es mío.
Olivier Assayas
es un director francés muy comprometido con la izquierda. El film que presenta
en el festival es un clásico thriller de espías de impecable factura que se ve
como un soplo. No es muy conocida La Red
Avispa, título del film y de un grupo de espías cubanos que el régimen de
Fidel Castro envió a Miami para infiltrarse en los grupos anticastristas como
Hermanos al rescate sufragados por el multimillonario cubano exiliado Mas Canosa.
El astuto dirigente, castrista más que comunista, sobrevivió a todos los intentos
inimaginables para desarbolar a su régimen político y a su persona. La Red
Avispa tuvo mucho que ver. Los hombres de la Red se mueven con inteligencia en
los ambientes anticastristas de Miami sin ser detectados por ellos y vigilados,
eso sí, por el FBI que, cuando le convino, acabó con ellos. Oscuras tramas.
Están en el reparto, y en el festival, Penélope
Cruz, que recibirá un premio especial a su carrera, en el papel de esposa
de uno de los espías, y el mexicano Gael
García Bernal. Todos los actores del film impostan bien un convincente
acento cubano y sorprende bastante que Olivier
Assayas haya decidido no incorporar
actores de la isla al elenco interpretativo y sí al venezolano Edgar Ramírez en el papel principal, al
brasileño Wagner Moura (Tropa de élite) y al argentino Leonardo Sbaraglia en este film hablado
en inglés, español y ruso (el idioma que utilizan entre ellos los espías
cubanos). Y ni un cubano.
Comida en Oquendo, la última, y no la más buena. Oquendo y no
Okendo. Kursaal y no Kursal. Aprendo tarde, en el último día. Voy luego al
Principal. Se ha ido mucha gente del festival porque apenas hay cola. Quedamos
los irreductibles.
Algunas bestias
parece rodada por un discípulo de Pablo Larraín.
Película chilena que es una perla oscura y que necesitaría un subtitulado como
la española La trinchera infinita para
ser comprensible. Los espectadores
anglos, gracias al subtitulado en inglés, seguro que se han enterado mejor que
yo. Una pareja quiere montar un hotel con encanto en una árida isla en la que
hay un edificio ruinoso. Invitan a pasar unos días a los padres de ella con la
idea de pedirles que les ayuden económicamente en su empresa. También están sus
dos hijos. El barquero desaparece un día, no hay agua, ni conexión de móvil y
la situación se hace desesperante y estallan las tensiones en esa atípica
familia que mantienen entre ellos una relación enfermiza. El espacio, en este
caso reducido y claustrofóbico de una isla (buen plano cenital de inicio con la
barca y sus protagonistas desembarcando), como escenario de este tenso y
morboso drama que hace aflorar los peores instintos y desvela secretos
inconfesables que comparten. Dirige el chileno Jorge Riquelme Serrano y entre los actores, en el
papel de abuelo incestuoso (esa, la del incesto, larga y prolija, es la escena
que más provoca e incomoda del film) Alfredo
Castro, el cura pederasta de El club
de Pablo Larraín. Si una de las funciones
del arte es provocar, el director chileno da en la diana.
La acidez de la película chilena queda paliada por el trazo
clásico y mesurado de la coproducción entre Canadá, Reino Unido y Hungría que
proyectan en la misma sala a continuación. The
song of name es una película que va de música, religión, holocausto y,
sobre todo, amistad. Con las primeras imágenes me pareció estar repitiendo, en otro
país y en otra época, la más que notable Audición.
No. Un niño de 9 años virtuoso del violín llamado Dovidl, hijo de una familia
polaca judía, es encomendado a una familia británica para que siga sus estudios
musicales. Ese pequeño genio, que al principio colisiona, con Martin, el hijo
de la familia que la ha adoptado, también músico, traba pronto una amistad
indeleble con él que se prolonga más allá del final de la Segunda Guerra Mundial.
Misteriosamente, el genio del violín desaparece cuando debe dar un concierto en
Londres. Su amigo lo buscará durante toda su vida. Tim Roth interpreta al muchacho británico en su edad adulta, y Clif Owen, al virtuoso violinista judío.
El film, en la Sección Oficial, pero fuera de concurso, lo dirige, como si una
partitura de música clásica se tratara, el canadiense François Girard, especialista, precisamente en films que giran en
torno a la música (El violín rojo) y
tiene momentos sumamente emotivos. Una buena película comercial, sin duda.
Años 80. Los Comandos Autónomos Anticapitalistas asesinan al senador Enrique Casas. ETA (m) asesina en Madrid al general Quintana Lacacci. Ugaitz, joven radical bilbaíno, ingresa en ETA. Su padre es coronel del ejército del cuartel de Garellano. EL BOSQUE SIN LÍMITES, una novela sobre el dolor y la fractura en el País Vasco.
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