CINE / 67 FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. CAPÍTULO 7
67 FESTIVAL DE
CINE DE SAN SEBASTIÁN. CAPÍTULO 7
Siete días ya y recobrando la esperanza de seguir viendo
buen cine. Bajar temprano con el bus 13 me permite hasta escoger qué película
ver. Me dejo guiar por mi instinto y salto a la casilla suiza. ¿Nostalgia por Alain Tanner? Quizás. A las 8:30 no hay
cola en el cine Principal y los bares no han abierto aún. Le milieu de l'horizon de la directora suiza Delphine Lehericey está encuadrada en la Sección Nuevos Directores.
Drama rural que gira en torno a Gus, el hijo de 13 años de un granjero, que ve
cómo el mundo se derrumba a su alrededor: una sequía severa diezma la granja de
pollos de su padre; el maizal agoniza; su caballo viejo se retira a morir; su
primo, retrasado mental que vive con la familia en la granja, sufre un grave
accidente; sorprende a su hermana mayor besándose con un estudiante alemán y,
lo más dramático, su madre se fuga con una mujer de la zona de la que está
perdidamente enamorada. Todo ello con el despertar de la sexualidad del
muchacho. Sensible, exquisito y con subrayados dramáticos precisos, el film
también homenajea la esforzada labor de esos hombres que viven de sus cosechas
y animales y dependen de la bonanza del clima, así es que asistimos a su duro
día a día, retirando los pollos que mueren por el calor y la falta de agua en
su granja y paseamos con ellos por ese maizal echado a perder. Le milieu de l'horizon, rodada en Suiza,
es un film notable. El papel de madre perturbada por su amor lésbico lo
interpreta una Laetitia Casta cuya
madurez es espléndida. A destacar ese prodigio de actor infantil llamado Luc Bruchez, el Gus del film. Lo siento, Alfred Hitchcock: las películas con niños dentro y con Charles Laughton funcionan.
Voy bien de tiempo camino de mi desayuno en Baluarte. Uno se
construye cómodamente la vida con rutinas como esa más que nada porque no hay
tiempo para improvisar. Voy tan bien de tiempo que hasta puedo callejear por el casco antiguo de San Sebastián y curiosear en la iglesia de
San Vicente, del siglo XVI, admirar las tres portentosas esculturas de Chillida
de su exterior (una pareja fundida en un abrazo; unas enormes manos
entrelazadas; una gigantesca mano abierta) y pasar a su interior. Paseo por las
naves de la iglesia, me detengo ante su retablo barroco dejándome llevar por la
música ambiente que suena en el interior del templo. No es exactamente música
religiosa sino clásica. Debería haber música, buena, en todas las iglesias.
Me entretengo tanto en el Baluarte que se me echa encima la
hora de proyección del Kursaal. De nuevo una madre que abandona a los suyos,
por depresión, no por amor, y una adolescente que debe hacerse cargo de su
hermano pequeño hasta que no puede más como en La hija del ladrón. Rocks
es cine social británico. La protagonista es una chica, de origen jamaicano y
nigeriano, que habita en una zona suburbial de Londres. No hay drogas ni
alcohol de por medio sino pobreza sistémica y quizá desarraigo en esa Europa
multicultural y multiétnica que hace muchos años dejó de ser blanca. Las
compañeras de colegio de Rocks, así la conocen porque es como una roca, son
negras, como ella, musulmanas, hindúes y alguna blanca, pocas. Pero la película
no va de conflictos raciales sino de una persona joven, que, sin tocarle, tiene
que asumir responsabilidades que sus mayores no ejercen. Las interpretaciones
son muy naturales, de hecho creo que la mayor parte de sus actrices son chicas
que se interpretan a sí mismas ante una cámara que tanto es la cinematográfica
como la del móvil en filmación vertical para dar una mayor pátina de realismo
al film. Dirige Sarah Gavron, una
directora (este festival es muy femenino) británica con larga experiencia cinematográfica
y la película compite en la Sección Oficial representando al Reino Unido.
Me pierdo la comida en Okendo porque no hay mesas
disponibles. Me agencio un zumo de melocotón en la frutería de siempre y luego
me siento en una terraza del Bulevar para que me soplen 10 euros por una
cerveza y un sándwich de queso y jamón (desisto pedir un bikini al camarero de
la otra vez). A mis espaldas unos productores mexicanos que hablan de películas
de narcos. Tendría que torcer demasiado el pescuezo para verles la cara. Sólo tenemos que limitarnos a mostrar
nuestro día a día, se dicen.
Hace un día radiante y tengo tiempo de sobra. Me voy dando
un paseo al puerto viejo encajonado bajo el monte Urgul. Restaurantes de
pescado, unos al lado de otros, con platos a precios astronómicos. Subo por
unas escaleras a la terraza del Acuario. En esa zona nunca estuve. Desde allí
las vistas al enfurecido Cantábrico son espectaculares, una película más del
festival. A pesar del buen día que hace, sigue el mar de fondo batiendo con
fuerza contra los peñascos y la escollera formada por bloques de mármol negro y
los barcos que se aventuran fuera de la bahía de la Concha galopan sobre las
olas, y una de ellas, que rompe con un fuerte latigazo, me empapa de espuma sin
que me dé tiempo a reaccionar. Fue esa séptima ola, la más fuerte, que saltó el
muro de protección y me cayó desde el cielo.
Nematoma, una
coproducción entre Letonia, Lituania y Ucrania, presentada a la sección Nuevos
Directores, resulta ser una de las películas más inquietantes y originales del
festival. Jonas, un ciego que ejercita una brusca coreografía bastante incomprensible,
consigue, con su pareja de baile vidente, ser seleccionado en un concurso
televisivo de bailes de salón. Vytas sale de prisión tras haber pasado años de
condena encerrado por haber matado a su esposa, es rechazado en los trabajos
por sus antecedentes y se acoge a la protección de la iglesia. Dos historias
paralelas aparentemente sin conexión. Cuando Vytas ve a Jonas bailando en el
televisor del centro de acogida religioso en que está, trama su venganza. Film
negro con una puesta en escena fascinante (las primeras secuencias de una camioneta
conducida por Vytas circulando a toda velocidad por una carretera con una mujer
ensangrentada en la parte de carga, y de Jonas, con la camisa llena de sangre,
internándose en un bosque y tropezando con un grupo de ciervos enormes en una
laguna estancada son sencillamente impresionantes a nivel visual) y final de
verdadero impacto, de esos que se graban en la retina y duelen. El lituano Ignas Jonynas, su director, es un
maestro a la hora de retratar las atmósferas malsanas de este film tenebroso
que cobra todo su sentido en los minutos finales.
Amores fraternales, a continuación, en el mismo cine
Principal. Diecisiete se llama la
película de Daniel Sánchez Arévalo
que está en la Sección Oficial del festival pero no va competición. Una comedia
de parejas que es una road movie por
la región de Santander y algunos de sus paisajes más hermosos. Héctor, muchacho
conflictivo que ha cometido varios hurtos, entra en un correccional e inicia en
él una terapia con perros; cuando lo separan del perro del que se encariña, se
escapa; con su hermano mayor intentan localizar ese perro y, de paso, llevar a su
pueblo a su octogenaria abuela que quiere ser enterrada donde reposa su marido.
Ese viaje absurdo, que lo hacen en una autocaravana con camilla medicalizada
para la abuela, les sirve a los hermanos para estrechar lazos. Argumento
descacharrante donde los haya que concitó por mi parte mínimo interés. Eso sí,
hay que reconocer que los diálogos entre los dos hermanos, constantes, tienen
chispa.
Llegados a este punto, me queda un día y medio de festival y
he visto todas las películas que van a competición con lo que ya podría ir
elaborando una quiniela que seguramente dará, dado mi proverbial buen ojo y mi
escasa coincidencia con los jurados, muy pocos aciertos.
Años 80. Los Comandos Autónomos Anticapitalistas asesinan a Enrique Casas. ETA asesina en Madrid al general Quintana Lacacci. Los GAL secuestran y asesinan en Francia. Los años del plomo. Ugaitz entra en ETA. Su padre es coronel del ejército destinado en el cuartel de Garellano de Bilbao. EL BOSQUE SIN LÍMITES, una novela sobre el dolor y la fractura.
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