CINE/ 67 FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. CAPÍTULO 5
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FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. CAPÍTULO 5
Hoy también bajo temprano para tomar ese café con leche y
cruasán en esa taberna junto al Victoria Eugenia, en la calle Okendo. Sentado
en la ventana opuesta del bus, mi panorámica es distinta de ayer y me doy
cuenta de que paso por delante del enorme restaurante Arzak, el mito
gastronómico del País Vasco que no puedo permitírmelo por falta de presupuesto
y tiempo. Altza podría ser, por su configuración de viviendas que se encaraman
en una colina, una favela donostiarra.
Hay un subgénero de cine brasileño que podríamos encuadrar
como cine de favelas entre las que hay películas tan destacables como Ciudad de Dios o Tropa de élite. Pacificado
de Pastor Winters, película a
concurso en la Sección Oficial y producida por Darren Aronofsky está ambientada en una de ellas. Dentro del cine
de favelas está el negro y el social. La película que veo se inscribe en este
último. Jaca (Bukassa Kabengele) sale
de la cárcel después de 14 años y no desea recuperar el control de la favela
que puso en manos de un joven heredero que lo teme como rival ahora que su
antiguo mentor está libre. Andrea (Debora
Nascimento), que trapichea con droga y con su propio cuerpo, dice tener una
hija de él. La joven Tati (Cassia
Nascimento), su presunta hija, intenta aproximarse a ese padre que no
conoció porque nació cuando estaba en la cárcel. Conflictos familiares en ese
submundo duro dominado por jefes de clanes y cuya música nocturna es el
tableteo de los kalashnikov. Retrato de una realidad social que existe en
muchos lugares de Latinoamérica y es fuente de violencia. Asombra la
naturalidad de los actores que seducen la cámara, especialmente Cassia Nascimento, la niña de 13 años.
El tema no es nuevo, y es frecuente verlo en los westerns (el pistolero que huye
de su pasado y no le dejan), pero el film está bien rodado y tiene buen ritmo.
Para ser subgénero de favelas hay poca sangre. Se agradece casi.
Una entrevista que me hace mi buen amigo malagueño de
festivales Juan Antonio Díaz Domínguez
me deja sin el café con leche y la pantxineta de Baluarte, pero todo sea por el
cine. Doy un notable alto al festival, hablo de las películas que más me han
gustado, de las que no me han gustado nada, y me olvido de Eva Green. Cabeza la mía. También hablo de El bosque sin límites, en la que hay mucho cine porque Ugaitz, el
etarra protagonista de ese thriller ambientado en los 80, los años de plomo, es
cinéfilo.
Zumo de melocotón en mano voy a los multicines Princesa a
ver Thalasso de Guillaume Nicloux, una humorada francesa con momentos graciosos. En
un balneario coinciden Michael Houellebecq
y Gérard Depardieu. El encuentro de
esos dos provocadores genios en esos centros en donde se paga un pastón por ser
torturado da lugar a situaciones chuscas. El escritor francés (uno de mis
preferidos, lo confieso) tiene tablas de comediante. Hay diálogos impagables,
secuencias de gran comicidad y reflexiones sobre el sentido de la vida mientras
pimplan algunos caldos clandestinamente. En el desenlace un sosia de Sylvester Stallone pone orden al caos.
Confieso que me lo he pasado bien en algunos momentos, pero no es película de
festival.
Decido ir sobre seguro, es decir, a Okendo a comer. Repito
con el salmorejo y el arroz con leche; me paso del gallo a las carrilleras. Me
pimplo media botella de Rueda y tengo visiones como las de Michael Houellebecq y Gérard
Depardieu cuando se ponen ciegos de vino en la clandestinidad de su habitación.
No me entero de que a mi espalda está Antonio
Resines. Al pagar la cuenta felicito a la encargada de Okendo por la
calidad de la comida y el servicio impecable.
Me tomo por la calle otro zumo de melocotón y me acerco
paseando a la Concha. Sentado junto al Club Náutico, disfruto de la faz más hermosa
de la ciudad. Sopla el viento, que riza el mar, y el cielo permanece
encapotado. A mí lado, en un banco urbano, dos chiquillas quinceañeras hablan
de que es peor ser filoetarra que fascista. Pues no sé. Una de ellas reivindica
el fascismo porque no matan. Déjalos y verás. Luego cambian de tercio para
pasar a la dictadura de los veganos. En realidad habla una de ellas y la otra
escucha, como yo. Hoy me cunde el tiempo gracias a la rapidez con que me
sirvieron la comida en Okendo. Si me hubiera traído el traje de baño hasta
echaría unas brazadas en La Concha.
No hay demasiadas opciones a primera hora de la tarde, así
es que me paso a las 16:30 por el Principal a ver, o intentarlo, Las letras de Jordi. Jordi es un
barcelonés de 51 que padece parálisis cerebral, emite con dificultad sonidos
guturales, no camina, necesita atención continua y se comunica colocando el
dedo sobre una tabla de letras. Cumple uno de sus sueños: ir a Lourdes porque
en su juventud hablaba con Dios como Bernadette con la Virgen María, eso dice.
Y se desliza en su silla de ruedas, acompañado de un monitor, por las pistas de
esquí del Pirineo. La directora vasca Maider
Fernández Iriarte filma este documento escasamente cinematográfico (buena
parte del metraje se va en seguir el dedo de Jordi por su tabla de letras e
interpretar lo que dice) que va a la sección Nuevos Directores, pero nadie le
negará su cualidad humana. Yo me eché una buena siesta recordando lo que me
decía Bigas Luna sobre lo reparador
de un sueño ligero en el patio de butacas mientras una película se proyecta.
No estoy muy satisfecho con mi planificación del festival.
No veo nada de la sección Perlas, por ejemplo, en donde proyectan las mejores
películas que han pasado por otros festivales, y me he perdido todas las películas
de Horizontes Latinos para centrarme, como en ningún otro año, en la Sección
Oficial. Con el chirimiri cayendo desde ese cielo grisáceo regreso de nuevo al
Principal para ver mi última película del día mientras unos jóvenes se
manifiestan contra el cambio climático frente al Victoria Eugenia. Y de nuevo
cola. A diferencia de los hábitos que visten las mujeres de El otro rebaño, según sean hijas o
esposas del macho alfa que las pastorea, en Zinemaldia vamos uniformados por
color de las acreditaciones que cuelgan perennemente de nuestros cuellos y nos
abren las puertas de las proyecciones. Las verdes, las de prensa, tienen
prioridad sobre cualquier otro color.
Acaba mal la jornada. La participación portuguesa es una coproducción
entre ese país y Alemania y hablada en francés y portugués. Patrick se inspira, libremente, en un
caso real que fue recogido en un documental espléndido que está a años luz de
la película: El impostor. Un niño es secuestrado
a muy corta edad y reaparece al cabo de muchos años, pero entre los familiares,
y la supuesta madre, sobre todo, hay serias dudas de quién se trata. El caso
original era mucho más alambicado, una sucesión de engaños que sorprendió al
mismo impostor y lo hizo caer en su propia trampa. La película arranca de forma
muy vibrante en París (una paliza gratuita en grupo al que se suma Patrick;
Patrick grabándose a sí mismo mientras hace sexo con sus parejas; una fiesta
orgiástica en la casa de su amante masculino que lleva a la policía a
intervenir por la denuncia de los vecinos) y naufraga en un mar de aburrimiento
cuando el citado Patrick, o Mario, es trasladado a Portugal, a la casa rural de
su supuesta madre. El director Gonçalo
Waddington parece totalmente perdido y desnortado en su propia tela de
araña de la que sale de forma brusca y violenta, al final, cuando ya el espectador
está aburrido de secuencias y secuencias sin que no pase nada y nadie
reaccione.
Mañana más y no sé si mejor.
LA NOVELA SOBRE LOS AÑOS DE PLOMO AMBIENTADA EN BILBAO E IPARRALDE. ETA/GAL. UNA NOVELA SOBRE EL DOLOR. "EL BOSQUE SIN LÍMITES"
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