LA PELÍCULA

EL SUEÑO DE CASSANDRA
José Luis Muñoz

Woody Allen se ha convertido, con el paso de los años, en el camaleón que parodiara en ese excelente falso documental que rodara llamado Zelig. Cansado de hacer reír, o agotadas las fórmulas de la comicidad por reiteración, se decanta ahora por el melodrama y resulta sorprendente la habilidad que demuestra el realizador neoyorquino para cambiar de género de forma tan radical de una película a otra. El sueño de Cassandra viene a continuación de la evanescente Scoop y precede a la película que acaba de rodar en Barcelona.
Persiste el realizador judío neoyorquino, después del éxito comercial y artístico que le supuso Match Point – que también es una de sus películas preferidas -, en el cine negro siguiendo la estela de Delitos y faltas, la película motriz de esta vertiente cinematográfica de un autor más conocido y aclamado por sus comedias que por sus dramas. Sitúa la acción de su trhiller en un frío, feo y mal fotografiado Londres – la capital del Reino Unido se está convirtiendo para Allen en su plató habitual -, que poco tiene que ver con el glamoroso de la anterior película interpretada por su musa Scarlett Johanson, y arma con un rigor, a veces demasiado esquemático y maniqueísta, este cuento moral, este crimen y castigo de dos hermanos bien diferentes - uno rubio y el otro moreno; uno sofisticado y el otro tosco - impulsados hacia el crimen en una historia que parece escrita por Patricia Higshmith en su devenir y sobre todo en su final. Difiere, sin embargo, de Match Point en su aspecto formal porque no es un retrato de alta burguesía sino de proletariado con ínfulas de dejar de serlo; apuesta El sueño de Cassandra por un cierto feísmo que quizá sea hijo de la precipitación con que ha sido rodada – no olvidemos que Woody Allen es uno de los más prolíficos realizadores del momento y que rueda un film al año, por lo menos – y como película hay una clara descompensación entre un inicio alargado sin motivo, en el que Allen sitúa el entorno sociológico, laboral y familiar de esos dos hermanos antitéticos, y un desenlace que se precipita de una forma demasiado abrupta. Pero es un Woody Allen genuino, con sus pinceladas de humor – los hermanos se horrorizan ante la perspectiva de matar a su víctima antes de que vea a su madre, por ejemplo -, y las películas de este director, hasta las más flojas, no decepcionan, porque el hipocondríaco neoyorquino siempre tiene algo interesante que decir.
Ian (Ewan McGregor), cuya cabeza está llena de negocios imposibles que no lleva a buen fin, y su hermano menor Terry (Colin Farrell), mecánico de coches, adquieren un velero de segunda mano llamado “Cassandra's Dream” a pesar de sus apuros económicos, con la idea de navegar en él los fines de semana. La situación de ambos se complica cuando Ian conoce a la atractiva Ángela (Hayley Atwell), una joven actriz recién llegada a Londres en busca de un futuro de éxito en el mundo de la interpretación, e inmediatamente se siente fascinado por ella pese a que pertenecen a estamentos sociales muy diferentes, y su hermano Terry contrae deudas millonarias a causa de su adicción por el juego. Su tío Howard (Tom Wilkinson), recién llegado de Estados Unidos y con un pasado aparentemente repleto de éxitos económicos por sus negocios dentro de la cirugía estética, les propondrá un peligroso camino para que el uno salde sus deudas de juego y el otro continúe aparentando un estatus social del que no goza para seducir a la chica de la que se ha enamorado: asesinar al testigo engorroso de sus fraudulentas operaciones financieras.
El sueño de Cassandra confirma la buena racha creativa en la que está inmerso el director de Annie Hall. Este cuento moral sobre la familia, el amor, la moral y el crimen es un film que mueve a la reflexión aunque su factura, algo televisiva, sea más torpe que Match Point, su indudable referente, y un exceso de diálogo, la descompensación del guión y un cierto esquematismo la lastren.
Mencionar especialmente la secuencia en la que el tío Howard, el triunfador de la familia – personaje que parece abonar la frase de Balzac: detrás de cada fortuna hay siempre un delito -, propondrá a sus desesperados sobrinos cometer el crimen que solucionará sus problemas económicos y arruinará sus vidas. Rodada en un parque, envueltos los personajes por una lluvia que adquiere una relevancia dramática, bajo la sombra y amparo de un árbol que los acoge y oculta, ese plano circular, que tiene un sentido moral, se erige como el mejor de toda la película, como su eje vertebrador y motor.

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