LA PELÍCULA

José Luis Muñoz
Woody Allen se ha convertido, con el paso de los años, en el camaleón que parodiara en ese excelente falso documental que rodara llamado Zelig. Cansado de hacer reír, o agotadas las fórmulas de la comicidad por reiteración, se decanta ahora por el melodrama y resulta sorprendente la habilidad que demuestra el realizador neoyorquino para cambiar de género de forma tan radical de una película a otra. El sueño de Cassandra viene a continuación de la evanescente Scoop y precede a la película que acaba de rodar en Barcelona.

Persiste el realizador judío neoyorquino, después del éxito comercial y artístico que le supuso Match Point – que también es una de sus películas preferidas -, en el cine negro siguiendo la estela de Delitos y faltas, la película motriz de esta vertiente cinematográfica de un autor más conocido y aclamado por sus comedias que por sus dramas. Sitúa la acción de su trhiller en un frío, feo y mal fotografiado Londres – la capital del Reino




Ian (Ewan McGregor), cuya cabeza está llena de negocios imposibles que no lleva a buen fin, y su hermano menor Terry (Colin Farrell), mecánico de coches, adquieren un velero de segunda mano llamado “Cassandra's Dream” a pesar de sus apuros económicos, con la idea de navegar en él los fines de semana. La situación de ambos se complica cuando Ian conoce a


El sueño de Cassandra confirma la buena racha creativa en la que está inmerso el director de Annie Hall. Este cuento moral sobre la familia, el amor, la moral y el crimen es un film que mueve a la reflexión aunque su factura, algo televisiva, sea más torpe que Match Point, su indudable referente, y un exceso de diálogo, la descompensación del guión y un cierto esquematismo la lastren.
Mencionar especialmente la secuencia en la que el tío Howard, el triunfador de la familia – personaje que parece abonar la frase de Balzac: detrás de cada fortuna hay siempre un delito -, propondrá a sus desesperados sobrinos cometer el crimen que solucionará sus problemas económicos y arruinará sus vidas. Rodada en un parque, envueltos los personajes por una lluvia que adquiere una relevancia dramática, bajo la sombra y amparo de un árbol que los acoge y oculta, ese plano circular, que tiene un sentido moral, se erige como el mejor de toda la película, como su eje vertebrador y motor.
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