MI MARILYN

¿Sigue siendo Norma Jean o ya es Marilyn Monroe? Hay dudas. Quizá ya interpretó esa película con los Marx en donde era una segundona de lujo. Quizá simplemente era una chica que amaba la montaña. Una bella muchacha de mirada luminosa y sonrisa abierta. La montaña, con sus abismos, con su belleza, con sus pendientes, barrancos, hondonadas. La montaña como simil del cuerpo humano. El más bello jardín que no necesita que riegue jardinero. La muchacha está en forzado equilibrio sobre una ladera pedregosa, una tartera, por donde se desploman las piedras. ¿Ha llegado por su propio pie hasta allí? ¿Son de reglamento sus botas? No hay manchas de tierra en su pantalón. Y mantiene la muchacha esos rizos endemoniados y naturales que luego desaparecieron de su look, como la nariz. Una bella montañera, sin lugar a dudas, aunque haya sido dejada en ese lugar por un helicóptero para la foto. Una Araceli Segarra que prefirió los focos a las cumbres sin saber que estos le llevarían directa al precipicio. Norma Jean no era consciente de su abismo porque lo llevaba dentro, en el interior de su bella cabeza, en ese cerebro del que no se enamoró Arthur Miller.



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