DIARIO DE UN ESCRITOR
Hoy me despierta la ducha del vecino. ¿Por qué hoy y no otro de los 45 días que llevo viviendo en el valle? ¿No se han duchado hasta ahora? Pero haraganeo más en la cama, hasta que ese rayo filtrado por las nubes, llega a mis párpados. Me levanto. Desayuno con las noticias. Los telediarios son un monográfico noruego.
A la ficción le pedimos verosimilitud, cosa que no hacemos con la realidad. Si un tipo, yo mismo, escribiera que un individuo de aspecto educado y encantador, guapo, pone una bomba de enorme potencia en el edificio del gobierno de Oslo y luego toma un transbordador e irrumpe en un campamento y mata a 80 personas, no lo creeríamos. Bueno, me lo dicen, y no lo creo. ¿Alguien puede matar él solo a 80 personas? ¿Alguien puede ser tan inmensamente letal para disparar tantas balas y con tan buena puntería? Lo que en buena lógica haría un comando de una docena de criminales lo hace uno solo. El noruego encantador no dudó en asesinar niños y adolescentes, no le tembló el pulso ni le falló la puntería. Del mismo modo que a sus adorados nazis, por los que seguramente debe profesar adoración ese asesino en serie, no les temblaba el pulso cuando gaseaban seres humanos.
Después de comprar Público, y la novela policial, voy a la carnicería y me llevo un enorme bistec y mató. Mató es un queso fresco, una variante del requesón que se elabora en la montaña. Luego me pongo los pantalones de lycra, una camiseta birmana con mucha historia detrás de ella, el casco, unas gafas de ciclista y monto en mi bici. Subiré al Guardader, mirador, de Arres, siete kilómetros por una carretera que es una serpiente y que escala exactamente 612 metros. Lo que hice semanas pasadas andando, en bici se me antoja un via crucis. Con la primera marcha fija, zigzagueando, y el sillín de la bici muy levantado, subo lentamente pendientes que alcanzan, en ocasiones, los 16 grados. Se nota. Pero soy muy testarudo y llego a la meta fijada porque me he marcado dos obligaciones en cuanto llegue al mirador y las cumplo. Enviar un mensaje por mi móvil que, en realidad, no es mío y lo remito a su origen. Y leer el último poemario de mi amiga argentina Adriana Serlick que lo hago tumbado sobre la hierba, con la música del viento pasando entre las ramas. Lo que tardo en subir hora y media lo bajo en quince minutos frenando continuamente. El sudor de la ida se seca de inmediato a la vuelta. Y entro en el pueblo justo para el telediario de las 3 que veo mientras tomo un plato generoso de gazpacho que sobró del día anterior y degusto esa magnífica carne de ternera que me compré por la mañana. Hoy iré antes a La Trastienda, ya mismo, porque no quiero perderme Zulú ni Excalibur, un magnífico programa doble que pasan en la Sexta 3.
Arán, 22 de julio de 2011
Me levanto casi siempre a la misma hora, cuando un rayo de sol llega justo a mis párpados, aunque hoy, y ayer también, lo haga a través de las nubes. Desayuno con el president Mas justificando los recortes sociales en Catalunya y con una novedad en el obituario de hoy: ha muerto Lucian Freud, a los 88 años. Y lo lamento, porque el pintor de las carnes retorcidas, de los cuerpos sufrientes, de la insoportable pesadez de nuestra humanidad, cuyos desnudos hirientes, a años luz del erotismo ,me estremecían, era uno de mis artistas contemporáneos preferidos, junto a Francis Bacon y Egon Schiele. Tres tipos bien extraños.
Si una de las metas del arte, de todas las artes, es conmocionar al, en el caso de la pintura, espectador, como en la literatura al lector, el nieto de Sigmund Freud lo conseguía en cada una de los cuadros que pintaba. Decía el británico de origen austriaco que sólo pintaba a amigos, familiares y amantes, porque sólo podía pintar sobre lo que conocía íntimamente. Lucian Freud me servía, como Bacon y Schiele, también Antonio López, para sustentar la idea de que no siempre en el arte la meta es la belleza. Freud comunicaba en sus cuadros su profundo descreimiento hacia el ser humano, lo hacía materia caduca cercano a la muerte. Me hubiera gustado ver la cara que debió poner la reina de Inglaterra cuando vio su retrato.
Hoy no he visto a mi araña cuando he puesto en marcha la lavadora que está en el garaje. Tiene muchos lugares en donde esconderse. Espero que nos vayamos conociendo en estos años y firmemos un pacto de no agresión. Como a los normandos que invadieron Francia y allí se quedaron como aliados de los reyes franceses, le cedo parte de mi territorio a condición de que no salga de él y explore los demás pisos. Verla subir por la escalera hacia mi salón comedor será considerado casus belli y actuaré con el insecticida en consecuencia.
El cielo estaba muy gris; el tiempo, desapacible, frío. Pero si estamos en verano yo voy con camiseta, pantalón corto y sandalias. Si me abrigo en el mes de julio, ¿qué me pondré en diciembre? Monto en mi bici y voy hacia Les, pero dejo Les a mis espaldas y paso a Francia y algún día me temo que, pedaleando sin freno, acabe en Toulousse que hoy la tuve a 140 kilómetros. Poco antes de llegar a Foz, la primera población francesa, un villorrio disperso y pobre en donde lo único interesante que hay es una pastelería en la que venden los mismos pasteles de crema con los que me alimenté en París hace cuarenta años, tomo una pista forestal, aleatoriamente, que no sé adónde diablos me va a llevar. Empieza con una fuerte pendiente, que la supero, y luego sube suavemente, en zigzag, cruzando un tupido bosque muy húmedo y cubierto de hojarasca otoñal. Pedaleo cinco kilómetros monte arriba, en solitario, acompañado por el graznido de algún pájaro, sin descender de la bici, lo que da fe de que estoy adquiriendo forma física. El truco es encontrar el ritmo y simplemente mantenerlo. A cierta altura, a bastante, porque el río que corre por el fondo del valle deja de verse y de oírse, empieza a caer agua nieve. La intuición me dice que no va a llover de forma espectacular, ni a granizar, así es que subo más, sigo esa pista solitaria y lo único que lamento es no haber traído conmigo alguna provisión por si me entra un ataque de hambre en cuanto haya quemado las dos tostadas con mantequilla, el zumo de naranja y el café con leche del desayuno. Resisto. La pista muere en un enorme bosque cuyos árboles no identifico, puede que sean hayas, y me regala una sorpresa inesperada: sin buscarlo he ido a parar al punto exacto del Pirineo francés en donde diez años atrás liberaron a los tres osos eslovenos que reintrodujeron en la zona. Un cartel informativo, con tres animales troquelados en metal, informa que allí soltaron a Pyros, el macho de 180 kilos, Mellva y Ziva, las hembras de 90 y 88 kilos, y hasta ponen el nombre de sus madrinas, las esposas de unos cuantos prefectos de la zona de Haute Garonne en donde me encuentro. Esos osos extranjeros, que no sabían de fronteras, se reprodujeron y cruzaron a Arán cuando les vino en gana y se comieron unas cuantas ovejas y alguna vaca causando un enorme revuelo entre los ganaderos del otro lado del Pirineo. Dos de esos enormes plantígrados fueron muertos a escopetazos, oficialmente en legítima defensa según esgrimieron sus cazadores, un francés y un aranés. Se estima que la población actual de osos en esa parte del Pirineo es de unos 16 ejemplares, pero es difícil censarlos. Por eso no me extraña encontrar, a continuación, cuando sigo avanzando por la pista, que muere en un sendero cubierto por la hierba húmeda muy alta, que atestigua que hace mucho tiempo que no ha circulado por él ningún ser humano, una huella enorme y reciente de un oso perfectamente dibujada en el barro. La madre de Paula me dice que acabaré mis días en el estómago de un oso. No lo creo; mis posibilidades de encontrarme con una de esas hermosas bestias son ínfimas, aunque el año pasado escuché por dos veces su rugido en un valle próximo a Montgarri y mentiría si dijera que no me intranquilizó y anduve mirando el resto del día a derecha e izquierda. Dejo la bici apoyada contra el tronco de un árbol y sigo avanzando por ese sendero que en muchos de sus tramos es un arroyo. Chapoteo con mis sandalias en el agua y miro a derecha e izquierda. El bosque es una masa tupida de árboles que me resguarda de la llovizna que sigue cayendo. El sendero se complica cada vez más, se hace más estrecho, corre paralelo a un barranco insondable y el agua que cae lo convierte en un barrizal en el que me hundo. Recibo en mis piernas desnudas una buena ración de picotazos de las numerosas ortigas. Decido que he llegado a mi meta. Doy media vuelta y recupero la bicicleta. Dejo a mis espaldas el bosque de los osos y desciendo por la pista hasta la carretera. Y allí, en el lado francés, estoy a punto de ser embestido por un enloquecido automóvil que adelanta a otro y me pasa a menos de medio metro. No me da tiempo a insultarle. Los coches desbocados son mucho más peligrosos que los osos, abundan más.
Apetece una sopa, pero hago un gazpacho al llegar a casa. Y después de esa inyección de vitaminas, un huevo frito de las gallinas del pueblo con unas patatas de la tendera tímida. Acompaño el condumio con un par de copas de Marqués del Remei, un Penedés que me dejaron mis amigos. Y lo culmino con un yogur aranés casero que compré ayer a los vascos de La Trastienda. Luego la siesta, con la película de la Sexta 3, Cuenta conmigo, que supongo que ya vi en mi sexta vida, aunque no la recuerde, y un sueño agradable, he de reconocerlo, en el que de forma muy vívida aparece la maga que me hechizó en mi séptima vida. El encanto se rompe en cuanto me despierta un mensaje que llega al móvil. Y al abrir los ojos veo que el corredor está solo, como viene siendo habitual y dice el título de este blog, y su octava vida, en el fresco norte, nada tiene que ver con la soñada séptima, en el cálido sur, que quizá no existió nunca y sólo fue una mera ensoñación.
Arán, 21 de julio de 2011
Regreso a la rutina después de romperla durante tres días, los que estuvieron, gozando de mi hospitalidad, mis amigos de Vic, aunque la denominación no sea del todo certera; él es de Vic, sin serlo realmente; y ella de Sabadell, aunque viva en Barcelona. Yo, no sé de dónde demonios soy. De mí mismo, imagino, y de mis siete vidas anteriores.
Durante esos días, en los que recuperé el mecanismo del habla - que practico a diario con frases cortas cuando compro El País a mi vecina argentina o pido mi cerveza al camarero vasco- , y me creí un animal social, bebimos cinco botellas de vino tinto y dos de blanco, que parecen excesivas pero no lo son porque hablamos mucho, sobre todo de política ficción, actividad que nos sirve para ir sobrellevando esta penosa situación en la que nos encontramos. También abrimos una botella de Ballantine. Y fumé algún que otro pitillo, vicio que no practicaba desde que salí de Granada, junto a otros, mientras deshojo la margarita de comprarme o no una pipa.
Durante esos días de agradable compañía de ese par de viejos amigos les hice de guía de montaña, además de cocinero afortunado, y seleccioné algunos de mis rincones preferidos, no muy lejanos, y fácilmente accesibles en atención a la dama florista que anduvo cosechando flores silvestres y me ha llenado la casa de ellas, cosa que agradezco porque siempre una mano femenina y sensible le viene bien a una casa. Los llevé al Sauth deth Pish, un espectacular salto de agua; dimos un largo paseo desde el Pla de Beret al santuario de Montgarri con parada para tomar un café con leche en el refugio concurrido por ingleses de mediana edad, como nosotros, que tomaban sopa (y esa noche la tomamos en mi casa, por cierto) ; curioseamos por el tupido bosque que circunda la abandonada mina Victoria con sus galerías selladas; tomamos un poco de sol, que salió, en la Basse de Oles; subimos al anochecer al Coth de Baretges para ver a mis ciervos que ese día no salieron del bosque a comer en el prado aunque luego una madre y su bambi se cruzaron delante del coche muy cerca de Bossòst y despertaron nuestra ternura; y terminamos haciendo una excursión bajo la lluvia al Ulsh de Joueu, un río que desde la Artiga de Lin emprende un vertiginoso descenso por una vaguada sumergida en la umbría hacia el Garona, cabalgando sobre peñascos y rugiendo. Mis huéspedes marcharon encantados por la estancia, con la promesa de regresar, y yo me quedé de nuevo solo en mi casa, a paladear de mi retiro espiritual.
Tocaron de nuevo a difuntos hoy a eso de las doce, pero yo no estaba en la terraza del bar vasco de la plaza, así es que no sé si el entierro fue más concurrido que el de días atrás. Se ve que los lugareños se ponen de acuerdo para morir. Y más irán pasando por ese trámite, porque cada día me cruzo con un par de señoras que podrían ser mis abuelas. Empiezo a conocer a bastante gente del pueblo, además de a mi vecina argentina, que tiene la deferencia de guardarme El País aunque ignore que el viernes y el sábado me paso a Público por la película y el libro policiaco; hay un tipo vago que regenta una bodega y alardea de su ociosidad contumaz – lo veo siempre sentado en una mesa, al sol, con un cigarrillo en la boca y me sigue los pasos cuando paso por delante preguntándose si estoy en su pueblo de paso o para quedarme -; mi carnicera, una señora tan mayor que me dan ganas saltar el mostrador y cortar yo mismo los bistecs; la panadera, una mujer delgada que es puro nervio y que siempre, cuando voy a por mi barra de cuarto de pan de leña, me habla del tiempo; una pareja de vascos encantadores y amables que regentan el único bar con wifi de la localidad, razón por la que me tendrán de cliente hasta que solucione mis dificultades para tener acceso desde casa. Me falta por saber quién es el alcalde – uno de sus predecesores fue maqui además de profesor de literatura, invadió su propio valle, liberó Francia de los nazis como general del ejército francés y acabó sus días en una explotación forestal de Marruecos, una peripecia vital que a lo mejor me invitan a novelar en cuanto averigüe la gente mi oficio- el médico, el farmacéutico y el cura, porque a los policías, que periódicamente ponen un puesto de control en la rotonda de la entrada, los conozco, o me conocen, para ser más exactos. También conozco a mi araña, la que reina en el garaje y salvará su vida, y la mía, mientras no suba a las habitaciones, que no se mueve cuando la observo –hoy estaba lejos de sus telas de araña vacías, en medio de la pared – y que me parece que cada día que pasa se hace más grande. Hoy, confieso, la he mirado con temor y he sopesado ir a la droguería a comprar un espray de insecticida.
Comí una ensalada con lechuga, atún, maíz y manzana, unos deliciosos huevos fritos con patatas de una calidad extraordinaria, que compré a una tendera tímida en su local cerca de la iglesia, y un más delicioso arroz con leche (una de mis especialidades culinarias que en Granada siempre me salía mal y aquí bordo, tan inexplicables mis éxitos presentes como mis fracasos pretéritos) y entré en coma durante la digestión: me dormí mientras pasaban por la Sexta 3 El gran Houdini con Tony Curtis y Janet Leigh, los papás de esa hembra masculina que me parece tan excitante y se llama Jamie Lee Curtis, y me fui inclinando hacia la posición horizontal cuando le tocó el turno a Los hijos de Katie Elder, un buen western de Henry Hathaway con John Wayne y Martha Hyer. Abrí los ojos en una de las peleas a tiros y comprobé, horrorizado, que mi siesta había durado tres horas y pico, la suma de las dos películas que me acompañaron en mis sueños. Me fui entonces un par de horas a La Trastienda, el bar y tienda de exquisiteces de uno de los muchos vascos que hay en el pueblo, a tomarme un café con leche, lo que me hizo recordar que no tengo café en casa, y conectarme a internet, y regresé justo a casa para ver como el compungido Camps dimitía como presidente de la Generalitat valenciana, que ya iba siendo hora, por sus trajes entallados que le regaló la trama Gürtel, en lo único que le han pillado. ¡Vaya trajín! que dijo Fraga a un periodista una vez, con esa retranca de los gallegos.
Mientras estuve haciendo de guía de montaña estos días atrás he descuidado mi bicicleta, pero me prometo tomarla mañana en cuanto salga el sol y castigar mis piernas con una buena pedaleada hasta Vielha. Además planeo un nuevo ascenso al Coth de Baretges acompañado de una lectora de Tu corazón, Idoia a la que le extraña que el protagonista de la novela deje morir a uno de sus camaradas y proteja, en cambio, la vida de su perro. Le expliqué una de las razones: Aitor tiene mucha más empatía con el doberman Nick que con el torpe terrorista Berenguer que no es vasco y sí su rival sexual. Y le oculto otra que quizá le desvele, camino del Coth, porque tres horas de paseos por la montaña dan para muchas confidencias: tuve un perro doberman, que me quiso muchísimo y al que quise, que se llamó Nick, y tal fue mi devoción por él que le dediqué un par de libros: Lifting y el mismísimo Tu corazón, Idoia. No podía matarlo en mi novela.
Vic, Barcelona, Arán, 16 de julio de 2011
A los veintiún años era un radical, un anarquista convencido que luchaba con todas sus fuerzas y algunos riesgos en la desigual lucha contra la salvaje dictadura de Franco de la que ya nadie se acuerda. Quiero creer que mi grano de arena en la playa, junto a los millones de granos que se unieron en esa tormenta de libertad, contribuyó al cambio y trajo la democracia. Aunque quizá hubiera llegado sin nuestro esfuerzo, sin la prisión o la muerte de algunos camaradas que dieron su vida por un ideal. Una novela pendiente, sin duda.
Conduzco hasta Barcelona desde Vic al lado de mi amigo, con el coche cargado con la vieja bici, su maleta, la mía, algunos libros (los de Umbral, las obras completas de Goethe, mis manuscritos de juventud, un libro sobre la conquista de México) y me preguntó, en el camino, qué queda de ese joven revolucionario de veintitantos años que lanzaba adoquines desde las barricadas de la universidad. Todo y nada. Intelectualmente estoy desencantado; emocionalmente, desalentado; pero quiero seguir en la lucha como una forma de seguir viviendo, simplemente, por mí mismo.
El día que el mundo deje de interesarme haré la maleta para dejarlo.
Ya no soy miembro de un grupúsculo radical anarquista que se llamó Negro y Rojo, un puñado de jóvenes voluntariosos que creyeron que la utopía era posible, pero sigo en la brecha a través de Socialismo 21, una nueva izquierda, la que surge del desencanto hacia los políticos, a la izquierda de la izquierda oficial, profundamente indignada.
La charla coloquio, motivo por el que vamos a Barcelona, tiene lugar en una especie de hangar del barrio de Gracia que nos prestan. En la tarima el profesor Pedro Montes, un economista que trabajó en el Banco de España, y a su lado un joven profesor universitario. El auditorio está formado por comunistas, socialistas. trotskistas y anarquistas que dejaron atrás la cincuentena, que ya no tienen pelo, lucen barriga, canas, cojeras, los que cuarenta años atrás estaban con este que les escribe al lado de la barricada ensayando un asalto al palacio de invierno que el final no se produjo: la fiera murió en su cama y nosotros nos hicimos viejos sin ver realizadas las utopías.
Voy para informarme. Para afianzar mi profundo pesimismo. Y el profesor Montes, puro didactismo, me muestra unos datos absolutamente desoladores, unas magnitudes numéricas tales que hacen imposible una salida a la crisis. España se hundirá. Después que Grecia y Portugal. A continuación de Irlanda. Poco antes que Italia, a la que le seguirá Francia, quizá Alemania, quizá toda Europa. ¿Cómo se puede pagar una deuda que es una borrachera de ceros, de millones de euros, que es lo que acumula el estado español? Nunca, se contesta Montes. Estamos asistiendo a una época de capitalismo suicida, que ya no crea riqueza porque no le interesa y la ha cambiado por la especulación que es mucho más fácil que montar una empresa y mucho más lucrativo. Europa se hunde. Quizá Estados Unidos. Por muchas privatizaciones que hagan los estados para bajar el déficit y calmar la gula insaciable del capital, toda medida es un parche inútil porque la bola de nieve se hace cada día más grande y va pendiente abajo. ¿Qué va a suceder? Lo que ya sucede. Los recortes en Sanidad que ha emprendido el gobierno Mas están matando pacientes, quizá su finalidad. Los pacientes que son operados en neurocirugía, que permanecían hospitalizados en la UCI una media de una semana, ahora sólo permanecen tres días. ¿La consecuencia? La mortandad se ha duplicado. De eso se trata. De suprimir a ese excedente humano que somos todos. ¿Cómo? Ya se inventará alguien alguna guerra. Mientras, ladramos, porque existimos.
Human Rigths va a pedir el procesamiento de George Bush por una lista interminable de delitos: asesinatos, detenciones ilegales, secuestros, torturas. Espero que en el pack vayan también Tony Blair y Aznar. Cuando empecemos a meter en la cárcel a los políticos –Camps va a ser procesado, puede que condenado, y va a seguir al frente de la Generalitat Valenciana- y a los banqueros, querrá decir que nuestra lucha empezará a tener efecto. Estamos a las puertas de una revolución social, de una envergadura no computable, en la que se dirime la ecuación de ellos o nosotros. Después de las tomas de las plazas, las manifestaciones multitudinarias, el asalto simbólico a Madrid tendrá que venir, forzosamente, el asalto al palacio de invierno, y no se hará con las manos. Me doy cuenta de que no ha cambiado mucho la situación de la etapa de Franco a ahora, solo nominalmente: el dictador zafio y cutre ha sido relevado por los mercados sin rostro, una hidra de múltiples cabezas cuyo anhelo es quedarse con todo lo que le falta. Llegará el día en que nos vendan a peso.
Después de comer humus, musaka en un libanés de mi land de Gracia, llevo a mis camaradas y colegas de Vic a mi Valle. Cuatro horas que empiezan en un paisaje yermo y terminan en el más verde de los verdes. Para dar la bienvenida a mis huéspedes, de noche, en el salón comedor desde cuyo ventanal se divisa el Cloth de Baretges, alzamos las tres copas de champán y brindamos por esa revolución que seguramente ninguno de los tres va a ver pero por la que seguirá luchando con todas las fuerzas. Nuestra indignación suma ciento ochenta años.
Comentarios
Ya lo decía mi abuela: guarda en la hucha; no gastes lo que no tengas.
Se ve que alguno no tenía abuela.
Un saludo
Vamos a ver: en el marxismo clásico, el que se llevaba en la época de la que hablas y cuando había partidos de izquierda, ¿no se explicaba aquello de que el capital tiene la suficiente capacidad como para perpetuarse indefinidamente? Pues eso, que de capitalismo suicida, nada.
De todas maneras, me hago seguidor de tu blog por si tienes razón y te leo una crónica de la catástrofe final o del asalto a algún palacio de invierno.
Saludos
Te he conocido a través de Fernando Sabido.
He estado ojeando tu blog. Veo que tu trayectoria es prolífica, diversa y comprometida.
Parece que muchos de nosotros nos identificamos con el movimiento del 15M. Efectivamente hay que seguir creyendo en la utopía, es la única forma de avanzar hacia un mundo mejor, aunque nunca lo lleguemos a ver.
Pasando al tema artístico, estoy totalmente de acuerdo en que uno de los objetivos del arte es conmocionar y no la estética huera, el arte tiene que mover las tripas.
Mi dedicación se refiere a la enseñanza y la composición escénica en el "arte del movimiento", y la escritura es mi otra vía de expresión, considerándome una eterna aprendiz de "poeta".
Te invito a que visites mis blogs, uno versa sobre mi poesía y el otro sobre mi trabajo en el arte del movimiento
http://mercedesridocci.blogspot.com/
http://danzayexpresioncorporal.blogspot....
Te visitaré con detenimiento y te leeré.
Un saludo
Mercedes Ridocci