GEOGRAFÍA HUMANA

SENOS

Siempre se ha dicho que el hombre buscaba en el seno femenino el pecho materno, que su succión le llevaba directamente a la feliz etapa de la lactancia. Sería objeto de discusión esa interpretación freudiana. Lo cierto es que el seno de la mujer, una de sus maravillosas curvas, ha interesado desde la noche de los tiempos y ha evolucionado desde su noble función nutriente a icono erótico de nuestros días. Recordemos a la Venus de Willendorf que no era precisamente un ejemplo de belleza clásica, aunque sí de curvas, michelines diríamos ahora, pero deleitémonos en los senos marmóreos, entrevistos bajo las gasas de los vestidos, emergiendo traviesos por el descuelgue de las túnicas, de las estatuas clásicas, de esas nobles romanas erguidas en sus pedestales que ya cuidaban con mimo exquisito las curvas de sus cuerpos y buscaban su armonía. O esos senos de vírgenes de la pintura gótica que ofrecían una licencia erótica a su autor porque amamantaban al Niño Dios. O los turgentes, suaves, sedosos, de las ninfas del Renacimiento que, en actitudes procaces, recién salidas del solaz, mostraban sus bellas desnudeces pectorales en paisajes pastoriles.
Bajo el seno de una mujer late siempre su corazón. Si existe algo que proporcione un goce táctil es esa piel suave y tersa, a veces transparente, mostrando el sinuoso trazo azul de sus venas, que envuelve una de las partes más sugerentes de la geografía femenina que, con el placer, o con el frío, se frunce y eriza. Bello a la vista, al tacto, al gusto, para ser tocado, lamido, chupado, succionado, juguete de manos masculinas o femeninas, objeto prensil al que aferrarse cuando se sucumbe al delirio orgásmico y algo hay que tener entre las manos.
Un insigne escritor, Ramón Gómez de la Serna, dedicó un hermoso y lírico libro al tema, SENOS, hizo un exhaustivo estudio literario de sus variedades: de limón, de pera, de cereza, caído de cabra, alzado, aplastado, picudo, separado…En cuanto a pezones los hay oscuros, sonrosados, estrellados, extendidos, en punta, hundidos… A buen seguro ahora sería considerado como políticamente incorrecto su tratado. Algún idiota dijo en algún momento que la predilección masculina por el seno indicaba tendencias derechistas mientras que los que se inclinaban por el culo eran de izquierdas. Según ellos, ¿cuál es la ideología de Sarkozy? Chorradas. Lo cierto es que los senos de las mujeres, que deben estar en armonía con el resto de su cuerpo, aunque no siempre es así y a senos pequeños suelen corresponder abundantes nalgas, y, a la inversa, no están sujetos a un exclusivo canon de belleza y cambian de tamaño a través de las épocas, circunstancias y necesidades. Parece que en tiempos de penurias, como después de la Segunda Guerra Mundial, se desean senos grandes para paliar la hambruna que todo lo envuelve, como los de las maggiorattas italianas, las Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Silvia Koscina, Claudia Cardinale, todas ellas maravillosamente bien dotadas de protuberancias pectorales y muy orgullosas de esas curvas con que la naturaleza las había dotado. El mayo del 68 lanzó un edicto contra el sujetador, por la liberación del seno femenino que debía bailar debajo del jersey y marcarse impúdicamente debajo de él para escarnio de los mayores retrógrados. Luego, no sé quién, puso de moda las delgadeces extremas, con La Gamba y Twiggy de abanderadas, y pechos tan planos como los masculinos para, a continuación, por meras cuestiones de negocios estéticos, promocionar los implantes mamarios de silicona porque el modelo femenino se aproximaba a los de las chicas de los desplegables de la revista Playboy y ese canon imposible de belleza que se rige por la proporción 90─60─90. Y no sólo Hugh Heffner, un tipo que siempre anda en pijama y rodeado de ninfas de imposibles redondeces por su mansión ─ en la que nunca estuve pese a haber colaborado durante quince años en la versión española de la revista ─, ha contribuido a configurar el seno femenino en base a sus fantasías oníricas, recordemos al erotómano realizador Russ Meyer de las Vixens, Supervixens y demás desopilantes horteradas protagonizadas por exuberantes ensoñaciones mamarias. Y en esas estamos, con mujeres neumáticas, con clones de Pamela Anderson, cuyas tetas exceden en mucho el tamaño de su cabeza y provocan lesiones de espalda, por una parte, y en la otra anoréxicas de pasarela, en una época en que los senos son de quita y pon y los cirujanos se forran con esa locura absurda de los implantes y su oficio rentable de carniceros armados con bisturís que sajan una y otra vez anatomías femeninas obsesionadas por seguir las directrices de la moda, con tiendas de lencería sexy que venden el wonderbra, esa maravilloso invento que rellena el seno, lo alza y realza sin que ningún bisturí haga perrerías en él, o esas maravillosas prendas interiores femeninas que son como los marcos que dan realce al cuadro, a la obra maestra que recuadran: el seno.
Si hay alguien en nuestro país que sienta devoción casi mística por el seno femenino ése es Bigas Luna, un señor que hace películas tan rotundas como las féminas de ensueño que las pueblan. El seno forma parte de su especial iconografía, de sus obras plásticas animadas, de sus video artes y hasta del título y el argumento de una de las películas de su trilogía ibérica, LA TETA Y LA LUNA ─ la teta y Bigas Luna, imagino que querría decir ─, en la que el cineasta declaraba, con arrobo, haber encontrado la teta más bonita del planeta y, en una de sus escenas cumbres, hacía manar de ella un sugerente chorro de leche que describía una parábola en el aire para caer en los labios de un niño de pantalón corto. No se cansa de repetir el más avispado descubridor de actores de este país, esa reencarnación del artista del Renacimiento que no nos merecemos, que su fascinación por el seno tiene componentes gastronómicos y eróticos al mismo tiempo, y ahí tenemos a un Javier Bardem, bruto ibérico, devorando los pechos turgentes de una casi adolescente Penélope Cruz en JAMÓN JAMÓN que le saben a tortilla de patatas ─ entendería más que supieran a jamón─, o los senos maravillosamente blandos y movibles de Isabel Pisano en BILBAO, una de las películas oscuras del director barcelonés en la que la actriz argentina, ex amante de Yaser Arafat, ahora escritora y hasta biógrafa complaciente de quien la dirigió, no pronunciaba palabra en todo el film, ni falta que le hacía, y no vestía en todo él más prenda que un liguero. Valeria Marini, en cambio, fue de musa rebelde en su BAMBOLA, el peculiar homenaje del realizador catalán al neorrealismo italiano, en donde la actriz despertaba toda clase de apetitos en el cubano Jorge Perugorría.
Lo cierto es que la denominación seno no acaba de gustarme, porque puede llevarnos al equívoco geométrico─ senos, cosenos, tangentes …─, pero pecho es ambiguo ─ todos, hombres y mujeres, lo tenemos ─ y tetas resulta en exceso carnal, aunque quizá sea el más apropiado, desde luego el más elocuente y coloquial.
En unos tiempos no tan lejanos el seno desnudo era algo rompedor y las pantallas ─con ninfas de toda clase y condición aplicadas en su aseo personal ─, las portadas de nuestras revistas y las playas se llenaron de esos primitivos senos que uno no podía evitar mirar de soslayo aunque sabía que a las chicas hay que mirarlas a los ojos. Ahora un seno en la playa no suscita ni la más mínima mirada, nada hay más anti erótico que una playa nudista, aunque sigan saliendo en las revistas y menos en las películas y hasta para anunciar un coche ese reclamo visual que es el seno femenino.
Uno de los senos más deseados y observados de mi época fueron los de Raquel Welch, actriz de efímera carrera mas conocida por El Cuerpo. Moldeados bajo sus taparrabos prehistóricos, las protuberancias pectorales de esta tejana causaron furor y, con el tiempo, decepción porque nadie, a excepción de sus maridos, las han visto. El que no haya exhibido tal maravilla de la naturaleza sólo quiere decir dos cosas: o es muy puritana o están rellenos de silicona. Me inclino por lo segundo.
¿Mis senos preferidos? Los de Jennifer Connelly, por ejemplo. Los de Monica Bellucci, sin duda. Los de Claudia Cardinale en LOS PROFESIONALES, sensualmente sudados. Los de Julio Romero de Torres y sus gitanas morenas, y los explícitamente sexuales de Modigliani. Claro que Manet rompió moldes con su OLIMPIA DESNUDA alejándose de las coartadas bucólicas e higiénicas de las múltiples bañistas de Renoir, y esa señora con criada negra, que parece sacada de una película sudista, se exhibe con tanta elegancia como falta de recato. Pero conviene señalar los de un muy erótico cuadro de Zuloaga que me perturbaron en la infancia en la reproducción de un libro de arte de mi padre y encontré luego, al cabo de cuarenta años, el maravilloso original, lienzo espléndido, en una exposición en Pedraza, un momento mágico: una madura mujer, sentada en una silla y sin más vestido que una chaquetilla torera corta, zapatos de tacón y peineta clavada en su pelo azabache.
Si en nuestro civilizado y privilegiado mundo el seno fue un atributo de belleza femenina que buscaba la mano que lo acariciara ─ y realmente pocas cosas hay más agradables al tacto que un maravilloso y redondo seno femenino de carne compacta y piel tersa─ en África sigue siendo una simple ubre que las únicas manos que acarician son las de los bebés que cuelgan de ellos. En África el seno femenino está diseñado única y exclusivamente para que el niño famélico lo exprima y su belleza dura escasamente la adolescencia de quien lo luce de forma tan efímera. Los senos orientales son pequeños, de porcelana, delicados y suaves, aptos para el roce. Lucen las norteamericanas senos bomba, que explotan bajo sus sujetadores o bikinis y son proas con los que rompen las olas en las playas de California. Un tipo, en un local de streptease de carretera, se querelló contra una bailarina que le causó conmoción cerebral con un golpe de una teta fuera de control que pesaba cinco kilos y lo mandó al hospital. El seno mediterráneo es fresco, natural, como una fruta. Los senos de las moras son tan invisibles como ellas. La palidez de los pechos nórdicos causa frío. Pero los de las alemanas arias tienen la pureza de las granjas, son lácteos y alimenticios ¿Los senos más bonitos del mundo? Quizá los italianos, voluminosos y femeninos, maravillosamente redondos, delicadamente morenos. Las chicas africanas, las púberes, los tienen en pirámide, bellos en lo que dura un clic del obturador fotográfico. Los de la Pompadur dieron la medida exacta de la copa de champán. En tiempos de la Ilustración las nobles mujeres llevaban larguísimos vestidos que les cubrían el cuerpo y vertiginoso escotes por los que asomaba esa fruta carnal que los corsés hacían que les subieran al cuello y punteaban con pícaras pecas. Hay senos bronceados, preciosos de colorido, y senos a franjas, con el sombreado de los bikinis. Hay senos que juntándose, formando el buscado canalillo, concitan toda clase de miradas y comentarios. Y senos que bailotean, lujuriosos, al ritmo de la música. Y senos que no dicen nada, desparejos, yendo cada uno en una dirección, como los de La Maja Desnuda.
¿Mi seno mítico? El de un cromo, de una tahitiana, que me salió en una chocolatina, imaginado bajo el sujetador de coco con que vistieron a esas bellezas salvajes, pobladoras de islas de ensueño, los misioneros que llegaron después de la Bounty, con el que seguro muchos niños soñaron creyendo que el Paraíso existía y estaba ahí, en el cuerpo de la anónima tahitiana que ahora tendrá nietos y que, hasta a lo mejor, ni siquiera era tahitiana.

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