LA CRÓNICA

EN MADRID, CERRANDO
LA FERIA DEL LIBRO
Iberia se comportó ─ hay que decirlo, también, cuando la compañía cumple escrupulosamente con su compromiso de llevar al viajero a su destino en el día y hora contratados ─ y Madrid, sumergida en una agradable temperatura ─ nada que ver con anteriores y calurosísimas Ferias del Libro de antaño en las que uno, en el interior de las casetas, se cocía a fuego lento mientras le pedían las obras completas de Paolo Coelho─ deparó una estancia agradable y fructífera al sufrido escribidor que iba a enfrentarse a los lectores capitalinos.
Paseé mis libros por ESTUDIO EN ESCARLATA, la caseta 38 de la estupenda librería madrileña especializada en género negro y fantástico, y me sentí en familia entre los acogedores libreros ─ padre, madre e hijo, a cual más encantador ─ que, con entusiasmo, llevan un negocio que tiene más de vocación que otra cosa. Ante una barricada de mis cinco títulos publicados en Algaida ─LIFTING, LLUVIA DE NÍQUEL, ÚLTIMO CASO DEL INSPECTOR RODRÍGUEZ PACHÓN, LA CARAQUEÑA DEL MANÍ y EL MAL ABSOLUTO ─ más PUBIS DE VELLO ROJO, para salpimentar la ensalada con un toque de salvaje erotismo, me parapeté y esperé con escepticismo la llegada de lectores mientras escuchaba la queja de la librera, y extraordinaria lectora de las que leen hasta las tres de la madrugada sin que el libro se le caiga sobre los ojos, que me reprochaba lo mal parados que salían los protagonistas en mis libros, y tiene toda la razón: ninguno vive para contarlo, para generar una secuela, por lo que debo echar mano de las precuelas, ese neologismo que está a la altura de miembras pero que no causa tantos revuelos periodísticos.
─Pobre Rodríguez Pachón, con lo bien que me caía.
Y a mí. Tendré que hacer algo para resucitarlo. Aunque sea para consolar a la librera de ESTUDIO EN ESCARLATA.
Contra todo pronóstico ─ sobre todo teniendo en cuenta una desastrosa Feria del Libro de Madrid en la que bordeé el cero absoluto y ello me llevó a un conato de suicidio desde la terraza de un NH de Alcalá ─ lo que empezó con un lento goteo se convirtió en una imparable firma de libros, de todos, realmente, aunque más de EL MAL ABSOLUTO, quizá porque estuviera más presente o por su portada excelente que atraía a posibles compradores como un imán.
─ ¿Es el primer libro que escribe sobre nazismo?
─ ¿Va a escribir más?
─ ¿Es muy negro?
─Negrísimo, señora, no lo sabe usted bien.
El ritual era siempre el mismo. El posible comprador y coleccionista de mi firma tomaba el libro entre sus manos, miraba la portada, leía atentamente la contraportada, cotejaba, a continuación, la foto de la solapa con quien tenía enfrente y, según las vibraciones recibidas, compraba el libro o lo dejaba. Hubo una amplia representación transoceánica ─ una venezolana rendida ante LA CARAQUEÑA DEL MANÍ, por la hermosura de su título, y tres muchachas mejicanas que diversificaron sus compras en otros tantos títulos con la intención de intercambiarlos, imagino ─, jóvenes de ambos sexos, señoras para regalarlos a sus maridos, caballeros adictos al tema del nazismo ─ realmente, me doy cuenta, un subgénero no sé si dentro de la novela negra o la histórica ─, mi tía que compró, y casi agotó, las existencias de EL MAL ABSOLUTO mientras se vanagloriaba, ante el librero estupefacto, de haber leído con fruición mi PUBIS DE VELLO ROJO─ pecado del que ya fue absuelta por un confesor que conocía la novela─, algún joven escritor en ciernes que me pidió consejo y lectores dubitativos que se dejaron guiar sabiamente por los libreros y acabaron haciéndose con uno de mis libros.
─Mire, éste es sobre Las Vegas, éste sobre Cuba, ese otro sobre Caracas y el último pasa en Munich y en Polonia.
Falta África, me dije. Ya se andará.
Una comida familiar, entre primos, tía y hermano, me sumió en una suave depresión, quizá porque todos ya teníamos una cierta edad, pintábamos canas, lucíamos arrugas y había que echar imaginación para vernos como aquellos niños que jugábamos en ese ignoto pueblo de Guadalajara sobre el que hay novela pendiente. Quien más quien menos habló de achaques, fobias, vértigos, cojeras, en fin, de que ya sentimos el cuerpo que, de joven, ni lo sientes, y de los exabruptos que uno deja escapar, aparte del rechinar de huesos, cuando se sienta o se levanta. Mi primo Juanjo fue muy gráfico: de pronto un día, sin saber por qué, te llaman de usted, luego señor y acaban cediéndote el asiento en el autobús. Convenimos, de mutuo acuerdo, que una de las palabras más detestables de la RAE era abuelo, o abuelito, muchísimo peor. Por fortuna, al término del espléndido ágape familiar preparado por Rosa, maravillosa anfitriona de verdad, regado con vino añejo en botella empolvada, a nadie se le ocurrió extender sobre el mantel un muestrario de pastillas de colores: no hemos llegado a esa fase.
Ya al cierre de la Feria, y tras dar un abrazo al entrañable David Panadero que, haciendo gala de su bien probada fama de abstemio, le daba a una botella de cava mientras firmaba ejemplares de su excelente revista PRÓTESIS en ESTUDIO EN ESCARLATA, y ser abordado, sorpresiva y agradablemente, en medio de una multitud, por Javier Vázquez Losada ─amigo gracias a este blog que es muy sociable, que prepara novela ─, me situé en el otro extremo de la feria, en la caseta 117, la de Anaya, y allí esperé parapetado detrás de mi barricada de libros el ataque de los lectores ávidos de firmas mientras departía con mis dos compañeros de lucha: a mi izquierda, el malagueño Antonio Hernández, con libros taurinos y futbolísticos, y a mi derecha Francisco López─Seivane con quien, luego de terminadas nuestras obligaciones laborales, departí sobre pasiones viajeras, y es que el escritor, antropólogo y viajero, que no ha dejado tierra por pisar, por muy ignota que sea ─ Papúa─Nueva Guinea es su última conquista─, es toda una fuente de sabiduría y, para los que quieran saber más, ahí están las conferencias y sus libros interesantes de alguien que pasa más tiempo volando que en su casa.
─ ¿Dónde vives?
─En el avión.
─ ¿Y no es muy cansado?
─Siempre viajo en bussines.

En esas dos horas tardías, de 19 a 21, realmente las últimas de la Feria del Libro de Madrid, atendí a un matrimonio cubano que se explayó a gusto conmigo sobre el tema del Holocausto, a pesar de no comprar EL MAL ABSOLUTO ─ no les llegaba el presupuesto, y me dieron toda clase de excusas: Es que quiero comprarle un libro de poesía a mi señora y no me da para más el dinero, disculpe usted. ─, a un caballero que presumía de años y experiencia militar, que me compró y demandó firma de EL MAL ABSOLUTO con voz de mando, recomendé LIFTING a una muchacha que quería leer algo más trivial ─ aunque el humor de esa sátira sea muy negro, negrísimo ─, intercambié saludos y palabras con Esther, una lectora magnífica y entregada de mi última novela ─ nada hay más gratificante para un escritor que el aprecio de los lectores inteligentes, y ella es de las que han captado con toda intensidad y en toda su dimensión el trhiller sobre el mayor asesinato en serie de la humanidad ─, vendí LLUVIA DE NÍQUEL a una mujer apasionada por el juego, coloqué algunas caraqueñas a otras tantas mujeres ─ ellas leen más, mucho más ─y redondeé la faena con un ejemplar del duelo Gunter Meissner ─Yehuda Weiss a una desconcertante mujer que me decía que yo no era Guy de Mauppasant ─ algo evidente porque, de momento, estoy vivo ─ y cogía y dejaba una y otra vez mi último libro en una terrible lucha entre amor/odio, deseo/repulsión que la portada de la vía de Auschwictz y el uniforme nazi le producían.
─ ¿Lo compro o no lo compro? Es que me da yuyu.
─Cómprelo, mujer.
─No le he dado mucho la lata, ¿verdad?
─No, qué va.
─Ni necesito un Lifting a mis cincuenta años.
─Está estupenda, oiga. Pero si quiere mi libro, le divertirá.
─A ver que me pone en la dedicatoria. Que sea algo especial.
Dedicatorias muchas y variadas, personales, porque odio estandarizarlas y automatizarlas, con bolígrafos prestados ─ y el último robado, sin conciencia de mal ─, todas fechadas, que deberán, muchas de ellas, ser descifradas con paciencia a causa de mi letra receta de médico, sobre libros que serán leídos, u olvidados─ no perdamos de vista que no todo lo que se compra se lee ─en anaqueles de gente que me conoce a través de lo que escribo.
─No sé cómo ha sido capaz de escribir una cosa así. Yo no podría. ¡Qué horror!
La reprimenda venía por parte de una mujer extraña que manoseaba todos mis libros y que no tenía intención de hacerse con ninguno, algo que hace bastante gente.
─ ¿A cuál se refiere?
─A éste, el de la araña.
─La esvástica─ le corregí.
─La araña ─ insistió ─. Con esa araña bombardeaban en nuestra guerra.
La miré. Quizá no estaba tan ida como parecía. ¿Una araña? Pues sí, una araña.
─ ¿No lo pasó mal al escribirlo?
─Pues sí, realmente fue atroz. Pero hay que hacerlo. No se puede olvidar.
Porque realmente uno se pregunta, y le preguntan, qué aporta una novela cuando hay un boom de novelas sobre el nazismo, que crecen como hongos, desde LAS BENÉVOLAS a EL NIÑO CON EL PIJAMA A RAYAS, y la única respuesta que se me ocurre es bien simple: porque tenía muchas reflexiones que hacer sobre la condición humana, sobre esa parte oscura que llevamos dentro y aflora siempre en los personajes de mis novelas, porque la ATROCIDAD, EL MAL ABSOLUTO, debe de ser recordado siempre como ejemplo de la mayor ignominia de la humanidad, de lo que es capaz de hacer el hombre, cuando da rienda suelta a lo peor que lleva dentro de sí, y todos podemos ser ese maldito nazi sin cabeza.
Sólo una queja, al cierre de la jornada, en la habitación hiper refrigerada ─ esto ya parece Estados Unidos ─ de mi NH Alcalá, desde cuya terraza no voy a tirarme después de los muchos libros firmados: a mi amigo David Panadero le dieron cava; a mí, agua. Menos mal que se acerca la Semana Negra.

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