EL ARTÍCULO
¿ES EL PP EL PARTIDO
DE LA CORRUPCIÓN?
José Luis Muñoz
Vamos a tomar medidas para que estos casos de corrupción que manchan, injustamente, la imagen de honestidad de nuestro partido no se vuelvan a producir bajo ningún concepto. Esa, quizá, fuera la frase que debiera decir Mariano Rajoy ante el caso Matas, la que, a lo mejor, les gustaría oír a sus honestos votantes, pero yo no la oí. No se la oí tampoco cuando estalló el caso de corrupción en Valencia, sino que cerró filas con su amigo Camps a quien, en todo momento, apoyó. Tampoco dijo nada cuando el caso Gürtel salpicó al tesorero del partido Bárcenas cuya defensa paga el partido. Sí habla, en cambio, su Pepito Grillo particular, Esperanza Aguirre, pero parece hacerlo con un calculado oportunismo político puesto que guardó silencio cuando varios miembros del PP de la Comunidad de Madrid, que preside con mano de hierro por la fuerza que recibe de los votos, resultaron implicados en los sucios tejemanejes de Correa y compañía. Ante ese silencio ominoso de la plana mayor del PP, que rompe Javier Arenas, pero para cuestionar al juez que lleva la instrucción del caso del antiguo ministro de Aznar y ex presidente balear, en una estrategia calcada a la que busca anular parte del procedimiento del juez Baltasar Garzón, cabe preguntarse si el PP se siente cómodo con la corrupción rampante que impera en tres de las comunidades en las que ha gobernado o gobierna y si hace suya esa frase de uno de sus más ilustres compañeros de partido: Yo he llegado a la política para forrarme.
Extraño país, el nuestro, que se alarma cuando unos atracadores asaltan un banco y arramblan con el contenido de la caja fuerte, percance que afecta a la entidad financiera o a la compañía aseguradora, y se muestra indiferente, o hasta comprensivo, cuando los administradores de su dinero─ porque lo que, presuntamente, han robado Correa y compañía o el ex presidente de la comunidad balear Jaume Matas es nuestro dinero, cosa que tendemos a olvidar, y el botín que se han embolsado es infinitamente superior a la suma de todos los atracos cometidos en Europa en los últimos diez años ─ meten la mano en la caja, nuestra caja, y se lo lleven a su bolsillo. La tolerancia que existe en este país ante la corrupción resulta pasmosa y por eso es frecuente oír decir a alguien, entre chascarrillos: Bien que hacen estos políticos, porque yo, en su lugar, haría lo mismo.
La gravedad de las causas abiertas contra docenas de miembros del Partido Popular y el mirar hacia otro lado de sus dirigentes, cuando no cierran filas con los presuntos corruptos, choca con las sanciones impuestas al vicealcalde de Madrid Manuel Cobo porque le parecía de vómito las maniobras de Espe, la gran intrigante de su formación. Soltar un exabrupto es más grave que la comisión de un delito.
Que un individuo como Camps, al que el proceso Gürtel, a pesar de todas sus artimañas dilatorias, pondrá en su lugar tarde o temprano, siga presidiendo la comunidad valenciana como si no hubiera pasado nada, que Esperanza Aguirre saque pecho a pesar de los muchos implicados en casos de corrupción que hay en Madrid y que el ex ministro de Aznar y ex presidente balear ande recogiendo una fianza de tres millones de euros para eludir su encarcelamiento, dan una tristísima imagen del Partido Popular en cuanto a su presunta honestidad. ¿Se merecen sus votantes esos dirigentes?
Pero lo más grave del caso es que este rosario de presuntos delitos económicos gravísimos que salpican a tantos miembros del principal partido de la oposición, cometidos, precisamente, y no hay que olvidarlo, durante el reinado de José María Aznar ─ a quien, por cierto, ya se le empieza a investigar por el bochornoso asunto de la medalla del Congreso norteamericano que, finalmente, no consiguió ─ no importa excesivamente al ciudadano de a pie que lo da como connatural al ejercicio de la política y da por buena la presunta frase del ideario zaplanista.
Días atrás Javier Arenas, desviando la pelota que le lanzaban los periodistas a propósito del escándalo de Jaume Matas, dijo que el PSOE era el partido de la corrupción. Era, muy cierto. Pero con una enorme diferencia: el electorado de izquierdas castigó la nefasta última legislatura de Felipe González, salpicada por casos intolerables de corrupción política y crímenes de Estado que se juzgaron en los tribunales, propiciando el triunfo de José María Aznar, mientras que los presuntos casos de corrupción que salpican al PP no parecen hacer mella en las expectativas electorales que mantiene el partido que dirige Mariano Rajoy.
DE LA CORRUPCIÓN?
José Luis Muñoz
Vamos a tomar medidas para que estos casos de corrupción que manchan, injustamente, la imagen de honestidad de nuestro partido no se vuelvan a producir bajo ningún concepto. Esa, quizá, fuera la frase que debiera decir Mariano Rajoy ante el caso Matas, la que, a lo mejor, les gustaría oír a sus honestos votantes, pero yo no la oí. No se la oí tampoco cuando estalló el caso de corrupción en Valencia, sino que cerró filas con su amigo Camps a quien, en todo momento, apoyó. Tampoco dijo nada cuando el caso Gürtel salpicó al tesorero del partido Bárcenas cuya defensa paga el partido. Sí habla, en cambio, su Pepito Grillo particular, Esperanza Aguirre, pero parece hacerlo con un calculado oportunismo político puesto que guardó silencio cuando varios miembros del PP de la Comunidad de Madrid, que preside con mano de hierro por la fuerza que recibe de los votos, resultaron implicados en los sucios tejemanejes de Correa y compañía. Ante ese silencio ominoso de la plana mayor del PP, que rompe Javier Arenas, pero para cuestionar al juez que lleva la instrucción del caso del antiguo ministro de Aznar y ex presidente balear, en una estrategia calcada a la que busca anular parte del procedimiento del juez Baltasar Garzón, cabe preguntarse si el PP se siente cómodo con la corrupción rampante que impera en tres de las comunidades en las que ha gobernado o gobierna y si hace suya esa frase de uno de sus más ilustres compañeros de partido: Yo he llegado a la política para forrarme.
Extraño país, el nuestro, que se alarma cuando unos atracadores asaltan un banco y arramblan con el contenido de la caja fuerte, percance que afecta a la entidad financiera o a la compañía aseguradora, y se muestra indiferente, o hasta comprensivo, cuando los administradores de su dinero─ porque lo que, presuntamente, han robado Correa y compañía o el ex presidente de la comunidad balear Jaume Matas es nuestro dinero, cosa que tendemos a olvidar, y el botín que se han embolsado es infinitamente superior a la suma de todos los atracos cometidos en Europa en los últimos diez años ─ meten la mano en la caja, nuestra caja, y se lo lleven a su bolsillo. La tolerancia que existe en este país ante la corrupción resulta pasmosa y por eso es frecuente oír decir a alguien, entre chascarrillos: Bien que hacen estos políticos, porque yo, en su lugar, haría lo mismo.
La gravedad de las causas abiertas contra docenas de miembros del Partido Popular y el mirar hacia otro lado de sus dirigentes, cuando no cierran filas con los presuntos corruptos, choca con las sanciones impuestas al vicealcalde de Madrid Manuel Cobo porque le parecía de vómito las maniobras de Espe, la gran intrigante de su formación. Soltar un exabrupto es más grave que la comisión de un delito.
Que un individuo como Camps, al que el proceso Gürtel, a pesar de todas sus artimañas dilatorias, pondrá en su lugar tarde o temprano, siga presidiendo la comunidad valenciana como si no hubiera pasado nada, que Esperanza Aguirre saque pecho a pesar de los muchos implicados en casos de corrupción que hay en Madrid y que el ex ministro de Aznar y ex presidente balear ande recogiendo una fianza de tres millones de euros para eludir su encarcelamiento, dan una tristísima imagen del Partido Popular en cuanto a su presunta honestidad. ¿Se merecen sus votantes esos dirigentes?
Pero lo más grave del caso es que este rosario de presuntos delitos económicos gravísimos que salpican a tantos miembros del principal partido de la oposición, cometidos, precisamente, y no hay que olvidarlo, durante el reinado de José María Aznar ─ a quien, por cierto, ya se le empieza a investigar por el bochornoso asunto de la medalla del Congreso norteamericano que, finalmente, no consiguió ─ no importa excesivamente al ciudadano de a pie que lo da como connatural al ejercicio de la política y da por buena la presunta frase del ideario zaplanista.
Días atrás Javier Arenas, desviando la pelota que le lanzaban los periodistas a propósito del escándalo de Jaume Matas, dijo que el PSOE era el partido de la corrupción. Era, muy cierto. Pero con una enorme diferencia: el electorado de izquierdas castigó la nefasta última legislatura de Felipe González, salpicada por casos intolerables de corrupción política y crímenes de Estado que se juzgaron en los tribunales, propiciando el triunfo de José María Aznar, mientras que los presuntos casos de corrupción que salpican al PP no parecen hacer mella en las expectativas electorales que mantiene el partido que dirige Mariano Rajoy.
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