EL VIAJE
VENECIA EN BIRMANIA
Texto y fotos José Luis Muñoz
Sin sus palacios ni su decadencia, pero con una belleza natural que no desmerece de la ciudad de la que partiera el navegante Marco Polo, el primer europeo que pisó estas tierras y se deslumbró por sus maravillas. Así es el lago Inle, el segundo más grande de Birmania, 17 kilómetros de largo por cuarenta de ancho y con una profundidad que nunca excede de los tres metros.
En sus orillas viven los intha, una de las muchas etnias que integran el conglomerado racial birmano en una zona de influencia china y tailandesa por su cercanía a la frontera de esos dos países.
Llegaron a este idílico paraje del montañoso estado Shan, famoso por su irredentismo ante el poder central de Birmania y enfrentado a través de guerrillas que hasta hace bien poco mantuvieron sus rifles en alto, a mediados del siglo XVIII huyendo de los enfrentamientos entre birmanos y tailandeses.
Este inmenso lago, rodeado de hermosas montañas que se reflejan en sus aguas, cuya altitud es de novecientos metros, alberga más de cuarenta especies piscícolas ─ entre ellas una carpa que llega a medir un metro de longitud ─ y una enorme variedad de aves protegidas.
En sus riberas los intha han formado quince pequeñas aldeas cuyas casas de bambú se elevan del agua sobre palafitos. Bajo el suelo de sus viviendas, entre los pilares, fondean sus estrechas canoas que manejan, toda una rareza, con un solo pie mientras permanecen de pie en la popa: literalmente enroscan la pierna derecha al remo y con ella se impulsan por las aguas del lago en donde pescan con unas redes de mimbre cónicas que hincan en el fondo del lago y atrapan a sus presas.
Pero no sólo viven de la pesca los intha sino que tienen una boyante agricultura acuática. Con el acarreo de los lodos del fondo del lago, más las algas y sus desperdicios, han formado islas flotantes, separadas por canales navegables, en donde cultivan tomates, coles, calabacines y todo tipo de hortalizas que, por razones obvias, no necesitan ser regadas. Para impedir que esos cultivos flotantes sean arrastrados hasta el centro del lago los fijan al fondo con largas cañas de bambú que actúan como verdaderos clavos.
Nada más hermoso que perderse, a bordo de una de las canoas a motor que se puede contratar en el embarcadero la población de Nyaung Shwe, por esas aldeas modestas de pescadores, pasear por su canales e intercambiar sonrisas con sus acogedores habitantes, que siempre tienen una sonrisa para sus visitantes, y virar proa, poco antes de la puesta de sol, al centro del lago para extasiarse con el trajín de las embarcaciones cargadas de mercancías y viajeros que lo surcan en uno y otro sentido, disfrutar de la suave navegación por las ondulantes aguas de los jacintos, que llegan a formar islas vegetales en los remansos, y ver como el sol dibuja su trazo dorado en la inmensidad de sus aguas.
Texto y fotos José Luis Muñoz
Sin sus palacios ni su decadencia, pero con una belleza natural que no desmerece de la ciudad de la que partiera el navegante Marco Polo, el primer europeo que pisó estas tierras y se deslumbró por sus maravillas. Así es el lago Inle, el segundo más grande de Birmania, 17 kilómetros de largo por cuarenta de ancho y con una profundidad que nunca excede de los tres metros.
En sus orillas viven los intha, una de las muchas etnias que integran el conglomerado racial birmano en una zona de influencia china y tailandesa por su cercanía a la frontera de esos dos países.
Llegaron a este idílico paraje del montañoso estado Shan, famoso por su irredentismo ante el poder central de Birmania y enfrentado a través de guerrillas que hasta hace bien poco mantuvieron sus rifles en alto, a mediados del siglo XVIII huyendo de los enfrentamientos entre birmanos y tailandeses.
Este inmenso lago, rodeado de hermosas montañas que se reflejan en sus aguas, cuya altitud es de novecientos metros, alberga más de cuarenta especies piscícolas ─ entre ellas una carpa que llega a medir un metro de longitud ─ y una enorme variedad de aves protegidas.
En sus riberas los intha han formado quince pequeñas aldeas cuyas casas de bambú se elevan del agua sobre palafitos. Bajo el suelo de sus viviendas, entre los pilares, fondean sus estrechas canoas que manejan, toda una rareza, con un solo pie mientras permanecen de pie en la popa: literalmente enroscan la pierna derecha al remo y con ella se impulsan por las aguas del lago en donde pescan con unas redes de mimbre cónicas que hincan en el fondo del lago y atrapan a sus presas.
Pero no sólo viven de la pesca los intha sino que tienen una boyante agricultura acuática. Con el acarreo de los lodos del fondo del lago, más las algas y sus desperdicios, han formado islas flotantes, separadas por canales navegables, en donde cultivan tomates, coles, calabacines y todo tipo de hortalizas que, por razones obvias, no necesitan ser regadas. Para impedir que esos cultivos flotantes sean arrastrados hasta el centro del lago los fijan al fondo con largas cañas de bambú que actúan como verdaderos clavos.
Nada más hermoso que perderse, a bordo de una de las canoas a motor que se puede contratar en el embarcadero la población de Nyaung Shwe, por esas aldeas modestas de pescadores, pasear por su canales e intercambiar sonrisas con sus acogedores habitantes, que siempre tienen una sonrisa para sus visitantes, y virar proa, poco antes de la puesta de sol, al centro del lago para extasiarse con el trajín de las embarcaciones cargadas de mercancías y viajeros que lo surcan en uno y otro sentido, disfrutar de la suave navegación por las ondulantes aguas de los jacintos, que llegan a formar islas vegetales en los remansos, y ver como el sol dibuja su trazo dorado en la inmensidad de sus aguas.
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