EL LIBRO

EL PADRE DE CAÍN
Rafael Vera

Ediciones Akal, 2009
344 páginas.

No abundan, dentro del género negro, las novelas protagonizadas por guardias civiles, si exceptuamos la mítica pareja de Lorenzo Silva, y menos en su faceta de la lucha antiterrorista, por lo que ésta, al menos por esa parte, despierta interés y abre un nuevo frente. Pero que nadie se lleve a engaño, porque El padre de Caín es una novela que hace profesión de fe de su maniqueísmo, en la que los buenos lo son de una pieza, los que están del lado correcto de la ley y defienden, desde el uniforme, principios democráticos ─ hay críticas frontales contra los que alteran la paz de los muertos en los funerales y contra el ruido de sables en los cuarteles que durante lustros amenazó la frágil democracia española ─, y los malos son los que están fuera del sistema democrático, los subversivos nacionalistas vascos partidarios de la lucha armada que no pestañean ante lo que cínicamente denominan la socialización del dolor..
Lo que ETA denominaba en sus documentos la “socialización del dolor” extendía su acción criminal a todos los nichos de la sociedad. Sólo se libraban la casta sacerdotal, bendito sea Dios, y la de los políticos del PNV, por temor reverencial a esta sólida institución política de la burguesía vasca cuya fetua sería más destructiva que la acción policial de todos los Cuerpos de Seguridad. Eso es hablar claro y desde fuera de la política activa.
Eloy, el protagonista, es guardia civil e hijo de guardia civil, de los que llevan el uniforme en el tuétano, y por ello pide servir en el peor avispero para uno de su clase: Euskal Herria. Destinado a labores de información que conducen a la desarticulación de numerosos comandos de ETA, llevará cerca de Donosti una doble vida con todas sus consecuencias. Lejos de su esposa Eulalia, la mujer abnegada que espera un hijo, Daniel, predestinado a ser guardia civil como su padre y abuelo, Eloy se enamora de Begoña, la vasca que regenta la pensión en donde se aloja, y de esa relación clandestina y apasionada, como la propia lucha que lleva dentro del cuerpo para desmantelar taldes, le vienen todos los problemas, los que darán sentido al título de la novela.
La novela detalla de forma minuciosa, y con base indudable, la resolución de un secuestro ─ el zulo, camuflado bajo el jardín, es descubierto por el sencillo método de inundarlo y por donde escape el agua allí estará el escondrijo tumba en el que los etarras tienen al secuestrado ─ o la inteligente operación Sokoa, en la que agentes de la CIA vendieron a los etarras un lanzacohetes trampa con radiotransmisor que sirvió para descabezar, por enésima vez, la cabeza de la hidra, entre otras cosas; hace todo tipo de consideraciones políticas, con las que se puede comulgar o no ─ Vera, que saldó sus responsabilidades penales en presidio, conoce perfectamente la guardia civil como secretario general para la seguridad del estado que fue en el gobierno de Felipe González y hasta se permite nombrarse en un momento de la narración ─, es feroz con los terroristas, como no podía ser de otra forma en alguien que un día sí y otro también enterraba a un uniformado de la Benemérita, y dispara andanadas certeras contra el clero vasco, que no permitía funerales por los asesinados de ETA, pero rezaba por los verdugos, y ha sido el único colectivo sin víctimas; contra el PNV que, en los años más sangrientos, tuvo un comportamiento mezquino, y con la aterrorizada sociedad vasca que si hubiera seguido, por ejemplo, el camino del empresario Olarra ─ quien dijo tener una lista de etarras a eliminar si le pasaba algo a él o a su familia por no pagar el impuesto revolucionario, y matones dispuestos a que sus amenazas se convirtieran en hechos, y nadie le rozó un pelo ─ quizá habría acortado los estertores de los patriotas de las bombas y las pistolas.
Al lector informado quizá le extrañe la visión beatífica que tiene Eloy del siniestro cuartel de Intxaurrondo, en donde a nadie se le va la mano, lo nebulosos que son los comentarios acerca del GAL ─ antes del PSOE también había grupos armados que combatían el terror con el terror ─ por razones evidentes, o lo bien que se deja a un personaje tan oscuro como el general Galindo, expulsado del ejército tras ser condenado. En ese aspecto mejor hubiera sido la equidistancia, pero ello no es posible si toda la novela está narrada desde uno de los lados de la contienda y el autor se llama Rafael Vera.
Con todos estos ingredientes, los sentimentales derivados de la dualidad emocional del protagonista, y la acción antiterrorista, en la que se repasa buena parte del enfrentamiento ETA Estado español desde sus orígenes, el ex secretario de seguridad, con la ayuda de Ignacio Fontes, responsable de la edición literaria, construye una novela entretenida y audaz con dos ejes narrativos que se complementan: uno, de impresiones subjetivas, en primera persona, del propio Eloy, protagonista y narrador, con forma de diario; y otro descriptivo, que lo ilustra, más narrativo. Y la novela avanza hacia su inexorable final como toda buena novela negra que se precie, porque el destino parece ya escrito y El padre de Caín no es otra cosa que una nueva edición del drama bíblico o una tragedia griega en donde las faltas se pagan con la sangre de los inocentes.
Basta saber si El padre de Caín es una excepción literaria en la que Vera autor de ficción expresa lo que Vera político no pudo nunca decir, o si será el inicio de su carrera como escritor, tentación en la que han caído no pocos hombres públicos cuando se alejan del poder.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

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