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DOBLE PRESENTACIÓN EN GRANADA:
LA CARAQUEÑA DEL MANÍ Y EL MAL ABSOLUTO
El próximo viernes 6 de junio, a las 20,30 de la tarde, tendrá lugar en la librería Picasso de Granada de la calle Obispo Hurtado número 5, la presentación de mis dos últimas novelas editadas por Algaida, LA CARAQUEÑA DEL MANÍ (Premio Camilo José Cela) y EL MAL ABSOLUTO (Premio Ciudad de Badajoz), a cargo de César Girón, Gregorio Morales y Alicia Núñez.


LA CARAQUEÑA DEL MANÍ
“La entrada a mi apartamento es como todas las entradas a las viviendas de Caracas: difícil y con sus riesgos. Hay que andar siempre con la vista ladeada, con la cabeza algo torcida, volverse de vez en cuando por si uno es seguido. Me recuerda a mi época de clandestinidad en Euskal Herria, pero aquí el enemigo es difuso, puede ser un mocoso enganchado al crack y con el dedo nervioso, puede ser un policía corrupto que quiere ampliar su sueldo con un secuestro exprés, un miliciano ultraizquierdista para el que Chávez va demasiado lento o el novio celoso de una chica cuyo culo levantaste sin saber que estaba comprometida.
Venezuela es una ciudad de puertas y verjas, una especie de fortaleza del miedo en la que sus habitantes se han acostumbrado a vivir sitiados. Cuando entro en mi casa franqueo una empalizada de hierro, lo que me recuerda a esas viejas películas del Oste en donde los fuertes perdidos en el desierto se rodeaban de unos artilugios de maderas para hacer frente al ataque de los indios; luego, en tierra de nadie, hay un espacio de tres metros que me separa de la entrada al edificio propiamente dicho, y dos puertas de seguridad que debo abrir una detrás de otra, de pesado metal, con cerraduras distintas, y una nueva puerta que es la del ascensor, con cerradura también, hasta llegar a la planta y a mi vivienda que tiene una puerta de mierda que un buen patadón desarbola y echa abajo. Alguien, con ironía, dice lo complicado que lo tendríamos los caraqueños para huir a la calle en caso de terremoto. Otro, que los cerrajeros pueden ser los que alienten, por beneficio propio, la epidemia de delincuencia.
Estoy tumbado en la cama y contemplo el ocaso en el Monte Ávila. Anochece rápido en el trópico y el momento no es especialmente bello, carece de la magia fotográfica de otros lugares del mundo, La Habana, sin ir más lejos, cuyas puestas de sol son eternas y bellas. El día se acaba a las seis, por la proximidad al eje del Ecuador, y sobreviene una noche cerrada. La noche se hace interminable si no voy al Maní y la música que reina en la ciudad es la de los autos insomnes y los conductores locos, los piqueros, que se desafían a muerte y hacen carreras por el dédalo de las autopistas hasta que uno de ellos pierde, se estrella y se mata. La sala de fiestas de salsa cubana se ha convertido en una obsesión para mí, en el centro de mi vida. La descubrí a poco de llegar a Caracas y no la he soltado desde entonces. No puedo calcular la cantidad de ron que me he tragado en sus mesas.
Prendo un cigarrillo venezolano y me echo en la cama. Llevo un pantalón corto y nada sobre el torso, y nada debajo del pantalón, las puras pelotas. Me toco los brazos buscando los bíceps que han huido de ellos. Debería hacer gimnasia. Me estoy reblandeciendo en Caracas bajo ese clima tan suave que oscila entre los veinte grados y pocas veces sobrepasa los treinta y que dicen es el único motivo por el que la ciudad no se ha vaciado. Ya casi no camino como no sea del lugar en donde dejo el coche a la oficina. Nadie camina por una ciudad que parece diseñada por los gringos y sólo admite coches en autopistas, que se cruzan unas con otras y describen cerrados bucles.
Fumo una cajetilla de tabaco local al día, un negro bronco de hebras que parecen corteza de árbol, sin filtro, que acaban fatalmente en mi lengua, raspándola. Y espero con cierta ansia, porque sé que la llamada se producirá hoy, precisamente, esa tarde, por el celular, hoy que es miércoles. Por eso salí antes de la oficina, por eso me vine a mi apartamento, a que me llamaran tranquilamente para que yo pudiera contestar del mismo modo.
Lo cojo al primer timbrazo, cuando apenas vibra en la mesilla de noche junto a la cama.
- Aló.
- Iñaki. ¿Eres Iñaki?
- Iñaki, okey. ¿Con quién hablo?
Mis interlocutores no tienen nombre. Puedo llamarlos A, el más locuaz, y B, el hombre tumba. ¿Cómo sé que son lo que dicen ser? ¿Y si son picoletos con cara de vasco? ¿Y si son topos en búsqueda de un jefe fantasma para así tener controlada desde el vértice de la pirámide a la organización?”


Autora Vivian Watson en Sopotocientos
LA CARAQUEÑA DEL MANÍ


Como caraqueña trasplantada a Madrid, ha sido curioso leer esta novela que transcurre en la Caracas actual y por la que transitan malandros, buhoneros, policías corruptos, sifrinos estirados y escuálidos clase media, mujeres bellísimas de todos colores pero sobre todo mulatas de infarto expertas bailadoras de salsa, mucho ron y marroncitos, y adúlteros de toda clase y calaña. Quien busque sexo, violencia y crimen lo encontrará en abundancia en estas páginas, sin menoscabo a su calidad literaria, que, sin duda, la tiene. La prosa de Muñoz es ágil y bien condimentada, con descripciones muy visuales y una trama impecablemente construida. El personaje principal es un ex etarra que vive refugiado de su pasado en esa capital del caos que es la Caracas de la era chavista, y la caraqueña a la que se refiere el título es una mulata que el protagonista conoce en El Maní, ese lugar emblemático que tanto recuerdo de mis años universitarios y al que iba a hacer el ridículo porque la salsa es algo que nunca se me ha dado. Nunca.

Gregorio León en LA TORMENTA EN UN VASO

Que José Luis Muñoz nos ofrezca una novela excepcional no debe constituir una sorpresa, a estas alturas. Hay autores que suponen una apuesta segura. Y especialmente cuando transitan territorios que sienten como suyos. Es lo que le pasa a José Luis Muñoz con el género negro.Pero La caraqueña del maní (título muy bello, para empezar) es más que una novela negra. O no sólo eso. Es un homenaje a la capital de Venezuela, presentada con todas sus contradicciones y contrastes. Una ciudad que, al menor descuido, pasa a ser selva y culebra. La urbe endemoniada se convierte unos metros más allá en la selva agreste que describió sin ahorrar ni un detalle ni un adjetivo Alejo Carpentier en Los pasos perdidos. Aquí también hay exuberancia, que alcanza a las mujeres que rozan la vida de Macario, el personaje que nos mueve por La caraqueña del Maní. El ex dirigente de la banda terrorista ETA, aunque perseguido por el pasado, intenta correr más rápido que él, con el resultado esperable en estos casos. Y elige el trabajo como director de una editorial. Esta pirueta tan exagerada podía provocar un accidente de nefastas consecuencias en términos de credibilidad. Pero José Luis Muñoz lo evita, con oficio y con talento, hasta parecernos verosímil.


EL MAL ABSOLUTO
"- Llegó un tren a Auschwitz con 4.500 niños y sus madres.
Guarda silencio unos momentos mientras suspira. Luego se revuelve con cierta incomodidad en su asiento, cuando contesta.
- Sí, lo recuerdo. Venían de Cracovia.
- ¿Qué fue de ellos?
- Fueron apilados en camiones.
- ¿Para?
- Para ser llevados a las cámaras de gas.
-¿Lloraban? ¿Gritaban?
El rostro desencajado de la periodista contrasta frente al rostro inmutable del entrevistado. Gunter Meissner vuela al pasado, a una gélida noche, a ese transporte fantasmal entrando en la estación de Auschwicz entre nubes de humo, abriendo las puertas y descargando el cargamento humano ruidoso, implorante. Madres congeladas que apretaban sus retoños entre sus brazos, que protegían entre sus miserables trapos a infantes que ya eran cadáveres. Le molesta esa turba, y le molesta que haya llegado a esa hora intempestiva, que lo hayan sacado de la cama. Se pasea entre los niños y sus madres con la fusta entre las manos. Grita a derecha e izquierda y los guardianes de las SS descargan golpes terribles de culata sobre los cráneos de algunas madres. Ya nadie grita. Ya reina un silencio sepulcral que resalta el rugido incesante del horno crematorio cercano, ese mugido de bestia insaciable que devora todo lo que le echen. Y da la orden de separar a las madres de los niños y de que éstos sean amontonados como simples mercancías en la cabina de carga de los camiones que esperan transportarlos a las cámaras de gas. Los cogen como carne, los estrujan entre las manos, los golpean contra la carrocería del camión, los lanzan agonizantes como fardos a su interior y abren fuego contra las madres que se rebelan por no compartir el destino de sus vástagos. Empieza a hablar y su voz es neutra, su mirada muy fría.
- Sí, se quejaban, protestaban. Trataban de escaparse algunos y había que correr detrás de ellos.
- ¿Qué edades tenían?
- Siete, doce años.
- Como sus nietos.
- No confunda las cosas. Eran judíos. Sí, niños, pero crecerían y serían judíos. Eran la mala simiente. Eso es lo que creíamos entonces, Quizá estábamos equivocados, pero toda Alemania lo estaba, toda Alemania sabía qué se estaba haciendo con los judíos, no seamos hipócritas, y miraban hacia el otro lado. ¿Cree que la gente no sabía lo de los hornos crematorios? Aquellas columnas apestosas de humo eran vistas por todos, hasta por los aliados que nunca bombardearon el campo a pesar de conocer exactamente su ubicación, no merecíamos su atención, nos dejaron acabar nuestro trabajo ¿Qué hacía el vecino cuando la Gestapo deportaba a una familia judía y ya no se volvía a saber más de ella? ¿Protestaba? No, claro que no, se quedaba con su casa.
- ¿Qué hacían con los niños de ese tren de Cracovia?
- Los atrapábamos y los arrojábamos a los camiones.
- Como ovejas.
- Sí, no eran niños para nosotros en aquellos momentos, no los veíamos así.
- Muchos morían por los golpes.
- Cierto. Los cogíamos por las piernas y los lanzábamos al interior del camión. Algunos morían del golpe, con el cráneo fracturado. Pero hubieran muerto después en la cámara de gas.
- ¿Se da cuenta señor Meissner, de que está hablando de niños? ¿Se da cuenta de que fue un asesino de niños?
- En Auschwitz, mi querida señorita, no éramos muy respetuosos con los derechos humanos. Ese concepto vino después.
- ¿Y no siente nada?
- Nada. ¿Qué quiere que le diga? ¿Qué no puedo dormir por las noches? ¿Qué no puedo conciliar el sueño? ¿Qué me he intentado suicidar? Pues no, mi buena amiga. Nada. No me conduciría a ninguna parte expresar arrepentimiento de algo que hice. Investiguen con la misma lupa lo que hizo Stalin en su Gulag, o los crímenes execrables de Estados Unidos en Vietnam. ¿Por qué siempre hemos de ser nosotros los villanos de la función?
- ¿Considera que obró correctamente?
- Hice lo que tenía que hacer, cumplí con mi deber".

EL MAL ABSOLUTO
Publicado en la revista QUÉ LEER num. 133/JUNIO 2008


Narrativa THRILLER PSICOLÓGICO
"El mal absoluto"
José Luis Muñoz publica una de sus novelas más oscuras: nos muestra el horror repugnante del nazismo, pero también reflexiona sobre hasta dónde es aceptable llegar en la venganza.

Su pasión por los viajes se refleja en su prolífica obra, ambientada en lugares como Cuba, Las Vegas, Venezuela.... y, en esta ocasión, en Auschwitz. El mal absoluto representa un giro en la obra del autor. José Luis Muñoz no solo quiere crear un thriller; busca provocara al lector y hacerle reflexionar sobre los recovecos del mal y la condición humana.
El mal absoluto nos adentra en un período del que se ha escrito mucho, pero desde un ángulo por el que se ha pasado de puntillas: la venganza de los que han sido salvajemente ultrajados. La lectura nos lleva a plantearnos: ¿hasta dónde llegaríamos para vengarnos? ¿Cómo habríamos actuado nosotros si hubiésemos vivido en la época nazi?
Sabina Martínez


Libre con libros
Una novela valiente
José Luis Muñoz (Salamanca, 1951), novelista galardonado también con los premios Tigre Juan, Azorín, Café Gijón, Camilo José Cela, Juan Rulfo y La Sonrisa Vertical, se inspiró en otro personaje descubierto a través de la pantalla y compuso su novela tras documentarse concienzudamente. Pero no ha querido dar voz sólo al ex miembro de las SS, sección de la Calavera, encargado de seleccionar (trabajos forzados y gratuitos, prostíbulo, experimentos médicos, comandos de apoyo, crematorio...), cuando no de eliminar personalmente a los presos de Auschwitz. La entrevista, de la que los propios familiares de Meissner reniegan, permitirá que Yahuda Weiss lo localice y trame la más cruel de las venganzas. Salvado de las cámaras de gas por caprichosa decisión del todopoderoso nazi, que lo violó, el judío vive con la mala conciencia de no haber muerto (recuérdese a Primo Levi) junto a los suyos, ni siquiera en la rebelión de los «Sonderkommandos» a los que pertenecía. Su voz es el contrapunto, contundente, irrebatible, ante los sofismas de Meissner, aunque tampoco haya excusas para la «shoah» que decide aplicarles al nieto de éste, en circunstancias que no procede revelar aquí, agravantes todas ellas.
Una novela valiente, bien escrita y de innegable eficacia para conseguir el propósito del autor.
Manuel Pecellín

Comentarios

Luisamiñana ha dicho que…
Doble enhorabuena, pues, o cuadruple. Por los premios y las publicaciones con presentación. Estupenda primavera, entonces. Mucha suerte.
Luis Vea ha dicho que…
Me he permitido la libertad de colgar la convocatoria del acto en mi blog.
Suerte.
María ha dicho que…
No sé cómo ha llegado este blog y esta invitación a mi mail...¿cosas del cosmos?
Suerte de todas maneras...
María

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