DIARIO DE UN ESCRITOR
Moab,
12 de junio de 2013
Las estadísticas
me abruman hoy, desayunando en el Deny’s huevos revueltos con bacon, una
torrija y café. Archs National Parks tiene 2.000 arcos naturales. Yo sólo he
visto uno que data de 200 millones de años atrás. El Delicate Arch. Así es que
hay que ver más. 2000 me parece un exceso. Todo es excesivo en este país.
Hoy, si
ello es posible, el calor es mayor que ayer. El cielo está más azul. Las rocas
del parque, más rojas.
La primera
parada la hacemos en el mirador Corthouse Towers Wievpoint que permite la
visión perfecta de la Torre de Babel, al otro lado de la carretera, y de The
Organ, un impresionante peñasco de un centenar de metros por quinientos de
diámetro de roca roja oscura que se alza como un gigante solitario. Está a
contraluz, porque el sol no ha superado todavía la cumbre de la roca, y para
admirarla en todo su esplendor hay que circunvalarla abriendo un camino entre
las dunas que lo rodean. La verticalidad de sus paredes, de las que periódicamente
se desprenden gigantescas rocas, produce vértigo.
Cuando
nos detenemos en un mirador que se llama Las Dunas Petrificadas empiezo a
comprender muchas cosas de Archs National Parks que, todo él, es un festín para
geólogos. Para interpretar este parque de arcos espectaculares y piedra rojiza
hay que interesarse por su formación, tener datos sobre su pasado. El concepto
de duna petrificada me apasiona mientras leo en un cartel informativo lo que es
exactamente. Ayer, por ejemplo, sin saberlo, ascendimos por una gigantesca duna
petrificada camino de Delicate Archs, al atardecer. Me llamaba la atención, sin
saber que las dunas pudieran convertirse en piedra, lo lisas y perfectamente
redondeadas que eran algunas formaciones del parque, la del sendero de ayer
para ir a parar a ese arco espectacular. Dunas de millones de años han sufrido
un proceso de petrificación al haberse depositado sobre ellas una serie de materiales
calcáreos que han formado una costra dura por encima de la arena, la ha
comprimido y la ha convertido en dura roca. Se advierten a simple vista mirando
el horizonte y contemplando esas ondulaciones blancas en las que no suele
anidar ninguna planta.
Llevamos
consumidas ya, por el calor sofocante, media docena de latas de refrescos cada
uno y todavía nos queda mucho parque por ver.
El maletero del coche parece el
contenedor de un chatarrero.
La
siguiente parada la efectuamos en Balanced Rock. La roca que se balancea es una
redonda que parece la cabeza de un gigante decapitado que de un momento a otro
vaya a rodar de su cuerpo y caer sobre alguien. Nadie sabe cuándo se producirá
la caída de la roca. Quizá cuando ya nada exista sobre la faz de la Tierra
salvo ese Archs National Park. Llegamos antes al lugar que un nutrido grupo de
turistas chinos, perfectamente pertrechados todos con parasoles, y otro grupo de
rusos rubicundos y bastante orondos, ellos, que bajan de un autocar secándose
el sudor de la frente. Caen dos latas más de jugos naturales de regreso al
coche, para reemplazar lo que hemos evaporado durante el breve trayecto.
Lo
joven que soy en referencia al paisaje que me rodea me conturba. ¿Qué son 61
años de vida frente a 200 millones de años? Nada. Eso. Nada somos y pretendemos
ser alguien.
En un
paraje llamado Window Section están los arcos más espectaculares del día. North
Windows y South Windows, a muy poca distancia el uno del otro, son dos arcos
gigantescos con forma de ojo humano. Hay que subir, para verlos, un tramo de
escalones labrados en la roca y caminar por un sendero de tierra bajo un calor
sofocante y sin sombra, porque las sabinas, el único árbol que crece en ese
terreno yermo, no tienen altura suficiente para proporcionarla, pero llegando
al arco la temperatura cambia por la sombra que regala el fenómeno de la
naturaleza al visitante confiado que se refugia bajo él – si uno mira hacia
arriba y ve la fila de rocas a punto de desprenderse y caer se sienta lo más
alejado del previsible punto de caída, y eso hago yo - porque en ese lugar sopla una agradable
corriente. Así es que nos sentamos, damos cuenta de una bebida y disfrutamos de
la sombra del arco y del fresco reinante mientras llega ese grupo de chinos que
viene pisándonos los talones y el grupo de rusos a continuación, los primeros a
bordo de un autocar amarillo, y los segundos en uno azul.
El
South Window, otro ojo gigantesco, es menos accesible y para pasar bajo su arco
hay que escalar por la roca. MJ se echa atrás por las dificultades y yo intento
el asalto pero desisto cuando lo veo complicado y no me veo capaz de pegar un
salto hacia arriba. Y además pienso en el descenso. Y tampoco me pierdo gran
cosa. Así es que retrocedo, sin sentirme humillado, mientras niños de ocho años
escalan la roca como si nada.
Un poco
más abajo nos encontramos con otra extraña formación, un doble arco de piedra
rojiza que casi se cruza el uno con el otro y al que se llega dando un paseo
por un terreno de dunas arenosas en donde crecen flores amarillas, plantas
espinosas grises y retorcidas sabinas cuyos troncos y ramas, enterrados en la
arena, forman muros de contención naturales.
Llegamos
a Fiery Furnace al borde de la deshidratación y el agotamiento, y eso que no
hemos hecho ni una sola caminata larga en toda la mañana, pero en ese punto,
teniendo a la vista una formación de rocas compactas y delgadas que, por su
forma, se parecen a las de la Montaña de Montserrat, pero en rojo salmón, y que
dejan entre sí un pequeño pasadizo arenoso para senderistas atrevidos, estamos
a punto de dar media vuelta y retornar al hotel a dormir la siesta porque el
sol de las 2pm es un asesino nato. Hago amago, por provocación más que por
deseo, de meterme por el sendero, cuando MJ me señala un cartel de advertencia.
No hay
país que tenga más prohibiciones, por absurdas que estas sean, que éste, ni ciudadanos
que las sigan a rajatabla sin cuestionarlas. Para entrar en los senderos de
Fiery Furnace se necesita un permiso especial que se expide en el Centro del
Visitante. Si uno entra en ese sendero sin dicho permiso se arriesga a 600
dólares de multa y seis meses, sí, seis meses de prisión. MJ aduce que esas
medidas se toman para proteger la vida de los ciudadanos. Meter a un ciudadano
en la cárcel es una buena medida proteccionista. El Fiery Furnace es como los senderos
cerrados de Yellowstone por la presencia de osos activos. En España uno es
libre de despeñarse en donde le dé la gana sin que, además de descalabrado,
vaya uno a la cárcel por imprudente. Pero la sociedad norteamericana es muy
proteccionista con sus ciudadanos y dicta una serie de medidas a tal fin,
incomprensibles para los europeos que son dueños de sus propias vidas y de las
locuras que se hagan sin poner en peligro a terceros. Eso de ver senderos
prohibidos o cerrados es toda una novedad para mí.
Abogo
por una retirada estratégica al hotel, para reponer fuerzas, pero una tozuda MJ
me lleva al final del Archs National Parks lo quiera o no y en el Wal Arch
descubrimos uno de los rincones más bonitos y agradable de todo el conjunto. Entre
lajas verticales que millones de años atrás fueron quizá montañas, pero la
erosión ha ido trabajándolas hasta convertirlas en delgadas paredes de piedra, hay
enterrada una considerable duna de arena de color rojo intenso. Para entrar en
esa duna secreta, encajonada entre paredes y en la que crecen, gracias a la
sombra que le proporcionan las altísimas paredes verticales de roca oscura, una
variada vegetación de oasis, tiene el visitante que entrar por un estrecho y
sombreado pasillo que sólo permite el paso de una persona. Dentro, otro arco,
perfectamente delineado en ese entorno sombreado. Y más allá la duna sigue
entre paredes que van estrechándose hasta que literalmente se juntan y ya no
permiten el paso de nadie.
Desechamos
por mayoría absoluta, dada la hora, las 4 pm, de ir al hotel a descansar –por
el peligro de quedarnos dormidos hasta las siete u ocho – así es que decidimos ver lo
que nos queda de Canyonlands por la tarde, sin haber probado bocado en todo la
mañana después del desayuno del Deny’s.
Partiendo
del Centro de Visitantes, adonde no
llegamos anteayer, tomamos una carretera con un buen número de miradores sobre
los cañones que forma el río Colorado que pasa por las afueras de Moab. El
Grand Canyon se lleva la fama, pero este cañón más modesto, que labra el mismo
curso de agua antes de entrar en Arizona, es tan hermoso y grandioso. No se
trata de un cañón sino que son una infinidad de cañones contenidos los unos en
los otros, como muñecas rusas. A los bordes del primer cañón nos asomamos, a una
gigantesca sima de trescientos metros de profundidad en cuyo fondo se ve una
llanura infinita, surcada por senderos, pistas de tierra y el curso que dibujan
los torrentes cuando llueve, que se quiebra para dar lugar a profundas grietas
con otros cañones por donde corre, aunque no lo podemos ver desde esta altura,
el río Colorado, el artífice de esa gigantesca obra de ingeniería natural. La
anchura y el caudal del río que labró ese gigantesco cañón superior, ahora sin
agua, de quince kilómetros de ancho, tuvo que ser extraordinaria. A su lado el
cañón inferior, por donde corre el Colorado, parece una miniatura.
Otra
carretera, en dirección opuesta, nos lleva a los miradores sobre los cañones
que ha labrado el Green River, que sí vemos, a lo lejos, serpenteando entre
prados verdes a los que debe el color de sus aguas y su nombre. La obra arquitectónica
de este otro río, que confluye, unas millas más allá, con el Colorado, de aguas
terrosas, y pierde ya su nombre, no desmerece de la de su hermano mayor.
Acodados a una barandilla de madera de protección permanecemos un buen rato en
silencio contemplando esos impresionantes cañones superpuestos y la grieta de
los inferiores que quiebra esa llanura infinita que se extiende ante nuestros
ojos.
Se
puede llegar en cuatro por cuatro al fondo del cañón y recorrer sus pistas de
tierra infernales por un entramado de cien kilómetros y con el riesgo de
perderte para siempre en ese laberinto de cañones y sucumbir de sed sino se
lleva un número considerable de galones de agua. Se invierte en ello tres días
enteros.
Estamos
absortos mirando ese cañón de cañones que se extiende hasta el infinito y me
pregunto cómo un paisaje tan grandioso como ése no se ve desde ninguna de las
carreteras próximas, queda completamente oculto a la mirada, sólo se accede por
las pistas del parque. Nadie puede prever, conduciendo por las llanuras
cercanas cubiertas de una hierba de color verde pálido, que estás terminen
abruptamente, como los antiguos decían del mar, y se abra un abismo
infranqueable de centenares de kilómetros.
Regresamos de noche y recalamos en el
Deny`s de nuevo para cenar. Me decido por el pollo con maíz y puré de patata
mientras MJ repite la tilapia. El postre es una tarta de queso. Pero con lo que
más disfrutamos es con dos jarras de agua con hielo que liquidamos en un
momento. Aún sufrimos la sed acumulada en nuestros paseos matinales por Archs
National Park.
Como
rápido y eso me permite observar la gente que hay en el Deny’s de Moab a las
22:30 pm mientras MJ saborea su banana splitz. Hay un joven japonés a nuestro
lado que llegó como nosotros y todavía no le han servido la comida. La dueña,
una mujer delgada e hiperactiva, se disculpa por el error y la comida le llega
en cinco minutos. Hay una camarera rubia, gringa, como dice ella, que nos habla
en español tras oír que hablábamos entre nosotros ese idioma.
—Mi
marido es de Chiapas—nos dice con una sonrisa—. Ordenen lo que quieran, que
presto les sirvo.
Lina,
la cajera con cara de mexicana, en cambio, no sabe una sola palabra de español:
sus padres no se lo enseñaron.
Alrededor
de la mesa que tenemos a nuestra espalda hay sentado un tipo con sombrero
vaquero, coleta, barba y camiseta blanca con la bandera de Estados Unidos
grabada. Una mujer muy mayor, que parece su suegra, ríe constantemente. Una
mujer enorme que se sienta enfrente parece su esposa; ayuda a su madre, cuando
marchan, pero podría muy bien la madre sonriente ayudarla a ella a salir.
Dos
mesas más allá de donde estoy, esperando que MJ dé cuenta de su banana splitz, bomba calórica a la que
es muy aficionada, come una pareja de jóvenes. Me fijo en ella. Una
norteamericana rubia, muy delgada y bella, una de las más bellas que he visto durante
este viaje que se acerca a los noventa días, cuyo rostro recuerda al de Gwyneth
Paltrow. Se levanta para ir a su coche por ropa de abrigo, porque debe de tener
frío con el aire acondicionado del Deny’s. La sigo con la mirada. Viste un pantalón
muy corto, blanco, que le cubre la mitad del muslo y luce piernas delgadas y
fuertes. Cuando regresa come con cierta desgana una sopa que le trae una
camarera. Me fijo en él, en su pareja. No está a la altura. Suele pasar.
Gwyneth Paltrow no se da cuenta de que se está convirtiendo en candidata para
uno de los papeles de Brother. ¿Y si
sustituyo a la atractiva pero vulgar Tina Blondie por Gwyneth Paltrow? Gwyneth
Paltrow no tiene tatuajes, parece una chica muy fina. A veces los chicos
hoscos, vulgares y pendencieros se fijan en este tipo de chicas, o a la
inversa, son esas chicas que buscan la protección de tipos camorristas como Cain
Brother. No sé.
Hay
más gente, pero no me interesa. No me interesa esa madre con aspecto de mormona
que cena en compañía de sus dos hijas, clónicas de ella, jovencitas con cara de
arenque seco, porque papá está en viaje de negocios. Y el japonés empieza a
comer su plato combinado, moja en una salsa roja de un bol las patatas con piel
que le han traído, y MJ apura su banana
splitz.
Busco,
de noche, una gasolinera en Moab. Tardo en hallarla. MJ quiere partir mañana
hacia Colorado con el depósito bien lleno. Mientras ella coge la manga, yo
limpio los cristales del parabrisas. Y veo más personajes a mi lado, que
también limpian el parabrisas de su coche. Una mujer joven, que no llega a
veinte años, con el pelo muy largo y dos metros de altura, que da pavor mirarla
por si se enfada. O quizá sea un hombre con el pelo largo. Ella, o él, limpia y
la madre aguarda dentro del coche mientras el padre, con cuello de toro,
pliegues en él, camiseta sin mangas, al que no llego a ver de frente, está
llenando el depósito de su coche. Cuando camina hacia el volante de su
automóvil para arrancar me doy cuenta de que él también va a salir en algún
momento de Brother, aunque sólo sea
para que Cain haga puntería con su revólver. En su cuello de toro. Acertará seguro.
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