LITERATURA

LA DOBLE VIDA
(Suburbano Miami, 2013)

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Evitar mirarse al espejo del cuarto de baño era como aplastar con el pulgar la alarma del reloj despertador, salir por el lado izquierdo de la cama, buscar a tientas las zapatillas, levantar la tapadera del váter y orinar: actos reflejos que hacía a ciegas, como un autómata, todas las mañanas de su vida. Y luego, durante un buen rato, dejó que corriera el agua caliente de la ducha sin ponerse debajo de ella: la luna se empañaba, convirtiéndole en una imagen fantasmagórica y amorfa, y él se libraba de ver los ojos fríos, la boca delgada, de mueca amarga y la barbilla cuadrada y cubierta por piel rugosa, porque su rostro acusaba ya el desagradable paso de los años.
Se enjabonó las mejillas, tras agitar el spray, y se rasuró casi a ciegas, con la toalla liada a su cintura. Luego, se cepilló los dientes, con violencia, con movimientos de derecha a izquierda, de arriba abajo, hasta que las encías sangraron, y después entró en la ducha y,  mientras el chorro caía con fuerza sobre su cabeza, organizó el día, planificó todas sus mentiras.
Clara dormía a esa hora; no se levantaría hasta las nueve de la mañana, llevaría luego los niños al colegio, se iría después con Merche, su vecina, a hacer la compra al supermercado, desayunaría más tarde, con las bolsas de la comida entre las piernas, mientras entablaba una cháchara con ella, tan inútil y vacua como su vida, en la que se quejaría de su marido y resaltaría sus defectos, antes de regresar al hogar. Y luego permanecería ociosa en casa, esperándole, bebiendo, para abreviar el tiempo, de esa botella de whisky cuyo contenido descendía de día en día y pasaba factura a su físico: el rostro hinchado y la mirada apagada.

            El hombre se secó con movimientos bruscos el cuerpo al salir de la ducha, empuñó el peine y dirigió los cabellos hacia atrás. Aun tenía frondosa melena cuando los conocidos de su generación la habían perdido casi por completo y se lamentaban de su alopecia, y todavía su cuerpo era fuerte y musculoso, por su afición a la gimnasia. Salió del cuarto de baño, antes de que las nubes de vaho se disiparan y encendió la lámpara de la mesita de noche del dormitorio para poder verse mientras se colocaba la ropa interior, se abrochaba los botones de la camisa, se embutía en los pantalones, entraba en sus zapatos de ante...

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