DIARIO DE UN ESCRITOR
Jackson, 7 de junio de 2013
En
Jackson, Wyoming, vive Harrison Ford. Y yo, por unas cuantas horas. Pero antes hemos desayunado en Travelodge Inn, bajado el
equipaje al coche y pagado la cuenta a la simpática encargada del motel.
El
día se inicia con un animal y termina con otro. Próximo a Gardiner,
completamente despistado, a muchas millas de su territorio, por lo que debe de
haber estado toda la noche vagando, nos cruzamos con un solitario bisonte que
calmosamente camina por el arcén de la carretera, se cruza con nosotros y ni
nos mira. Llegará al pueblo si los rangers de Yellowstone no le echan el lazo,
lo suben a una camioneta y lo dejan de nuevo en su pradera. Hay bisontes
sociables, como las personas, que viven en manadas, y hay otros que prefieren
la soledad. Éste que se dirigía al pueblo, quizá a tomarse una cerveza, era uno
de estos últimos.
Cruzamos
Yellowstone de punta a punta, pero no estoy para un paisaje que ya he
interiorizado todos estos días y
fotografiado unas cientos de veces, sino para las galeradas de la
próxima novela que voy a publicar, El
secreto del náufrago, un nuevo reencuentro con Cristóbal Colón después de La pérdida del Paraíso. Así es que sólo
bajo del coche para hacer unas fotos de despedida al lago Yellowstone que,
aunque algunas son los mismos encuadres que hice ayer, son diferentes porque la
luz del mediodía no es la del atardecer ni por asomo, y estoy atento al paisaje
cuando ya entramos en el Parque del Grand Teton al que algunos puritanos de
este país quisieron cambiar el nombre.
Viniendo
de Yellowstone, Grand Teton no impresiona porque parece una prolongación de los
paisajes lacustres del parque nacional vecino. El Jackson Lake está a 2064 metros
de altitud, es gigantesco y tiene en su centro la isla de Elk. En sus aguas se
refleja el perfil de la cordillera Teton cuya cumbre es Grand Teton, una
montaña picuda con 4197 metros que está entre Mount Owen, con 3940 metros, y
Middle Teton, con 3902.
Siguiendo
la carretera topamos con la Capilla del Sagrado Corazón, un pequeño templo católico
de troncos cruzados edificado sobre un mirador al lago Jackson en un prado
cubierto de flores amarillas similares a las margaritas. La iglesia, abierta,
aunque no haya misa hoy (en España ya se habrían llevado todos los bancos en un
tráiler), La actual iglesia, edificada en el año 2002, donada por unos
particulares neoyorquinos en memoria de
las víctimas del 11S se asienta en donde estuvo la primitiva capilla de 1936. Un par de bancos de madera, donación de
Albano, Jachyra y Morcroft (algunos de esos extraños nombres figurarán en Brother), en memoria de Madelyn Mramor,
se asientan bajo la sombra de un frondoso árbol para que sus usuarios puedan
disfrutar vistas plácidas al lago. Quizá la finada Madelyn solía sentarse en
esa pradera después de asistir a misa. Si algunas secciones de Yellowstone no
son aptas para cardiacos, Grand Teton
Park es apto para todos los públicos.
Tenemos
hambre después de nuestro día de ayuno y entramos en el Signal Mountain
Lodge, un hotel de madera junto al lago, con la intención de comer algo en una
mesa con vistas. La cocina está cerrada y somos afortunados, porque cuando
entro y veo platos gigantescos sobre los que han depositado, literalmente,
montañas de comida, y no exagero, montañas a imagen del Grand Teton, deseo huir
y seguir con mi dieta de patatas Pringle y jugos de mango.
No
comemos y subimos por la carretera Signal Mountain hasta la cima de la montaña
desde donde las vistas a la cordillera, el lago Jackson, en honor a un
fotógrafo de ese nombre que hizo los primeros reportajes fotográficos de lo que
ahora es el parque, son privilegiadas.
En
Portholes Turnout, en la Teton Park Road, descubrimos a lo lejos una manada de pronghorn, berrendos, antilocabras
americanos, pequeños ungulados de cola blanca y pelo marrón claro que nos
observan según nos acercamos con nuestras cámaras fotográficas y terminan
huyendo.
En
el Jenny Lake, mucho más pequeño que el Jackson, se refleja el Grand Teton y
hay un embarcadero con barcas que cruzan a los turistas a la otra orilla y
piraguas de dos plazas. Mi idea de alquilar una de ellas y pasear por el lago
no convence a MJ, ni a mí. Una de las cosas que más nervioso me ponen de remar
en barca es tenerlo que hacer de espaldas. Tampoco le convenzo para pasar un
puente sobre un río porque hay una banda atada a dos árboles que impiden el
paso y los norteamericanos son muy respetuosos con las prohibiciones. Hay caminos
cerrados por la presencia de osos, y puentes prohibidos porque no han terminado
de hacer la rampa de acceso a la pasarela de madera.
Cuando
ya dejamos el parque atrás y, precisamente, muy cerca a Moose (alce) Junction,
en una pequeña isla que hay en Snake River, descubrimos a un macho gigantesco
de enorme cornamenta – es el primer alce que vemos en Estados Unidos, y el
primer macho de todo el viaje – que come apaciblemente hierba y cortezas de
árbol que encuentra a su paso sin reparar en la nube de fotógrafos que a su
alrededor se han concentrado como si fuera una starlette. Si pensara este alce
impresionante quizá opinara acerca de la estupidez de los humanos que se dan
codazos por obtener una instantánea de algo tan vulgar como él comiendo.
Y
ya sí, llegamos a Jackson, Wyoming, un pueblo de 8.000 habitantes del Far West
con sus casas de madera con porches, por cuyos suelos entablados ya no caminan
sheriffs solitarios con el revólver presto a ser desenfundado, y terrazas que en vez de forajidos apostados
con rifles Winchester albergan a bebedores de cerveza ruidosos. Pero eso sí, hay
un buen montón de tiendas de ropa vaquera y sombreros de cow-boy, y en las
cuatro esquinas de su plaza principal hay otros tantos arcos construidos con
cornamentas de ciervos. Para que nadie sospeche que los ciervos que sirvieron
para esa peculiar obra arquitectónica fueron masacrados, o que los ecologistas hagan
una pira con ellos, una nota a pie de puerta aclara que las cornamentas son las
que pierden anualmente los ungulados.
Encontrar
un restaurante con el apremio del hambre no es nada fácil. Finalmente
localizamos uno relativamente céntrico cuyo encargado es un amable mexicano que
nos habla en nuestro idioma y lleva ya quince años en los Estados Unidos.
Pedimos una clam chowder, que poco
tiene que ver con las excelentes que hemos tomado en Alaska, y un quiche con
ensalada que está bien.
En
el Motel 6 de Jackson, que no encontramos sino después de una hora de dar
vueltas porque la dirección es confusa (Road 89, 189, 62 Este, 41 West y
Broadway, los malditos puntos cardinales que eran vitales para los pioneros) y
el GPS enloquece, como estamos a un paso de enloquecer nosotros, los huéspedes
parecen muy sociables, están fuera de sus habitaciones en camisetas o sin
ellas, bebiendo latas de cerveza y en animada conversación entre ellos. Si Jackson
estuviera en la ruta de Alaska, Cain Brother y la rubia tatuada Tina Blondie
pernoctarían en él una noche. Al poco entiendo el porqué de las habitaciones
abiertas de par en par en todos los pisos del hotel, y los tipos en camiseta o
sin camiseta que se juntan en los corredores, o los que permanecen en las
piscinas pasadas las 9 pm: el aire acondicionado no funciona.
Creo que abriré la puerta de la
habitación a media noche y sacaré el pie fuera.
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