EL RELATO

Lorenzo Lunar

(Santa Clara, Cuba, 1958). Narrador y crítico. Ha publicado los libros El último aliento (cuentos, 1995), Échame a mí la culpa (novela, 1999), Cuesta abajo (novela, 2002), Que en vez de infierno encuentres gloria (novela, 2003) y De dos pingüé (novela, 2004). Ganador de premios nacionales e internacionales, con su obra Que en vez de infierno encuentres gloria obtuvo los premios de la crítica NOVELPOL y Brigada 21, así como la Primera Mención del Premio Hammett, concedidos a la mejor novela negra publicada en lengua española durante el 2003. En 2005 gana uno de los premios del concurso Hucha de Oro, en España, por su relato "Es muy fácil", y el Premio de Novela Plaza Mayor, por su libro Polvo en el viento. Sus dos últimas novelas son La vida es un tango y Usted es la culpable.

Lorenzo Lunar me regala estos dos estupendos relatos para mi blog. Que ustedes los disfruten. Mil gracias, compadre. Fotos: José Luis Muñoz

Hombre nuevo
Lorenzo Lunar
"ESTAMOS CONSTRUYENDO EL HOMBRE NUEVO". La frase se había convertido en un lugar común. Estaba en los discursos oficiales, en los planes de desarrollo estatales a corto y largo plazo, en las vallas de las carreteras, en los murales de las fábricas, en las paredes de las escuelas. En las conciencias y las esperanzas de toda la gente.
René Vargas no era cojo de nacimiento. Eso lo salvaba, al decir de Cundo, el viejo de la esquina, de ser un hijoeputa. René se buscaba la vida vendiendo carne de puerco en La Plaza del Mercado y aunque su nombre iba de boca en boca por todo el barrio a causa de sus mañas en la balanza, él vivía con la conciencia tranquila: No era un hijoeputa, quizás tuviera sus defectos, como todo mortal, pero no era un hijoeputa.
René había perdido su pierna izquierda en La Guerra. Una mina le explotó encima de la rodilla cuando cumplía misiones en el batallón de zapadores en el cual había sido incluido unos meses antes de llegar allá.
En realidad René no era zapador ni mucho menos. En su batallón de las milicias practicaba con los artilleros (lo habían entrenado en hacer ejercicios de puntería con una escopeta de palo con mirilla hecha de un pedacito de aluminio rajado al medio, y un comemierda que le corregía la triangulación mientras bostezaba). Eso en las milicias. En el Ejército René había sido telegrafista, pero como la planta de comunicaciones de su Unidad siempre estuvo rota, se hizo famoso por templar yeguas en los campos cercanos.
Cuando René perdió su pierna todavía era Teniente. Luego fue ascendido a Capitán de la reserva. Los muchachos del barrio acostumbraban a gritarle "Capitán Muleta" al regreso de la guerra.
René Vargas nunca se consideró un hijoeputa. Aunque mirara con envidia correr a los deportistas que atravesaban la Plaza del Mercado, sudorosos en medio de su entrenamiento. Es cierto que era envidia, pero una envidia sana. Ellos preparaban su vigor para enfrentar al enemigo en una nueva modalidad de la Guerra.
"El honor de la patria está en tus piernas", rezaba un cartel al fondo de la plaza, justo a la entrada del Centro de Entrenamiento, y las piernas del Campeón, enfundadas en un vistoso par de zapatillas importadas, parecían avanzar, firmes y a toda carrera, hacia el futuro. Cuando los ojos de René se encontraban con aquella imagen, justo frente al kiosco en la Plaza del Mercado, sentía aquella sensación de sana envidia. Entonces bajaba la vista, y empuñando firmemente el cuchillo rebanaba, con innegable profesionalidad, la pierna de cerdo, convirtiéndola en blandos y jugosos bistecs.
Elpidio Hernández nunca comprendió bien el sentido de su misión. Era del pelotón de rescate. Cuando le dijeron que iba a pertenecer a ese pelotón, dos días antes de embarcarse con rumbo a la Guerra, Elpidio se sintió repleto de orgullo. Ese, a lo mejor, era el sueño de su vida.
Elpidio no estaba, a los veinticinco años, muy claro de qué rayos era un sueño. Seguro estaba de que toda la vida había soñado, pero en ese momento ya los sueños comenzaban a perdérsele entre sueños. La palabra "rescate", sin embargo, le pareció familiar y hasta pensó que soñaba con una peculiar aventura en la que el Mayor Elpidio Hernández, al mando de una breve columna de caballería, rescataba del enemigo a un compañero de armas, también de alta graduación.
Elpidio salió de aquella oficina saboreando entre sus labios el sonido de la palabra "rescate" y si no logró soñar con ella en la noche fue porque se la pasó toda desvelado por la impaciencia de llegar a la Guerra y dejar sus legendarias aventuras escritas para la historia.
Sin embargo, en la contienda Elpidio jamás tuvo la oportunidad de rescatar a un compañero. Es cierto que no era Mayor y quizás ese tipo de misiones le correspondía a oficiales de un alto rango. Elpidio solamente era cabo.
Elpidio pasó toda la guerra rescatando los miembros mutilados de sus compañeros que quedaban desperdigados por el campo de batalla.
Cuando las nubes de polvo dejadas por los obuses comenzaban a disiparse, cuando ya un ejército se había marchado vencedor y el otro vencido, cada cual a preparar una nueva escaramuza, Elpidio salía al campo de batalla. Saco al hombro iba recogiendo los miembros mutilados de sus compañeros. En la compañía le llamaban "Cabo Aura Tiñosa".
La tarea de Elpidio, aparentemente sencilla a la vista de los demás que se burlaban de él, tenía sus peculiaridades: Debía escoger los miembros que estuvieran en buen estado, de nada servía una mano con los dedos rotos, o un ojo reventado. Sin embargo, un pulgar redondo y sin callos podía ser una pieza de lujo. Elpidio limpiaba cuidadosamente con una esponja la parte seleccionada, la metía dentro de un nailon desinfectado y luego en una caja con hielo seco. Al cerrar la caja debía pegar en su parte superior un modelo con los datos técnicos de la pieza, por ejemplo: PIERNA IZQUIERDA CON PIE SIETE Y MEDIO, RÓTULA EN MAL ESTADO, TIBIA Y PERONÉ PERFECTOS, SIN FRACTURA, PIEL BLANCA, APROXIMADAMENTE TREINTA AÑOS.
Elpidio no conoció a René en la Guerra. Sólo conoció su pierna izquierda, pero nunca supo que era la pierna de René Vargas. De todas maneras a Elpidio, que se había convertido en todo un profesional de su oficio, le pareció una buena pierna izquierda.
Elpidio conoció a pocos compañeros en la Guerra. En el Campamento lo rechazaban como ave de rapiña. Decían que siempre olía a sangre podrida, y no era mentira. Pero Elpidio tenía muy buen corazón. Una tarde, cumpliendo con su deber, encontró en el campo de batalla a un compatriota moribundo. Tenía el abdomen abierto por una esquirla de metralla. Las piernas eran un amasijo de carne machucada y huesos rotos. Aquel muchacho iba a morir. Elpidio le hizo una inspección técnica completa. Los testículos reventados, las manos trituradas imploraban temblorosas. "No me dejes aquí", logró decirle el soldado moribundo, para después expirar en medio de un suspiro que se le escapó por el orificio que le atravesaba el gaznate. Entonces Elpidio reparó en aquella cabeza inmaculada que caía sobre sus rodillas con el último aliento. Cachetes lisos --apenas sin marcas del acné--, unos labios rosados y perfectos, la frente blanca sin un rasguño, el cabello como acabado de peinar, con la raya partida a la izquierda y embarrado de brillantina como era moda en La Patria. Elpidio tomó el cuchillo que tenía para esos menesteres, una faca gruesa y acerada, y con un corte certero separó aquella cabeza del desbaratado cuerpo, la limpió cuidadosamente y luego empaquetó. Entonces sonrió feliz de haber cumplido con el último deseo de aquel compatriota. Mayor fue su alegría cuando recibió felicitaciones directamente desde La Patria por la calidad de su trabajo, especialmente por aquella cabeza perfecta del joven combatiente. Elpidio fue propuesto para un ascenso a sargento. Propuesto, porque entonces se terminó la Guerra y lo trajeron de regreso a La Patria.
Cuando Elpidio perdió su brazo izquierdo en el sinfín de la carpintería donde trabajaba horas extras al regreso de la Guerra, soñando alcanzar la distinción de Vanguardia Nacional de La Producción, no sintió mucho dolor. Un calor le subió por el codo hasta el hombro, instintivamente puso su mano derecha en el brazo y sintió un líquido tibio que se le escapaba entre los dedos. Al mirar al suelo vio el brazo saltando en medio del charco de sangre. "Es una lástima que se pierda", pensaba durante el viaje hacia el hospital en la ambulancia, "es una buena pieza".
"ESTAMOS CONSTRUYENDO EL HOMBRE NUEVO", así decía el cartel que estaba a la entrada del Hospital.
Cuando el doctor Miguel Oliva pasaba junto a la puerta principal no podía evitar una crisis de orgullo al leerlo. Respiraba profundo y, con el pecho erguido, seguía directo hacia el Departamento de Investigaciones Secretas en que trabajaba.
El doctor Miguel Oliva era el Jefe del Departamento de Investigaciones Secretas de aquel Hospital.
El doctor Miguel Oliva era un tipo torpe. Desde niño fue torpísimo. Cuando cumplió los siete años a alguien se le ocurrió ponerle como apodo "El tractor". Y se le quedó para toda la vida. No podía ser de otra manera.
Como El Tractor era tan torpe no lo querían en ningún juego; con la "quimbumbia" había roto más de tres vitrales en la cuadra, cuando jugaba a la pelota y lograba atrapar un roletazo nadie podía adivinar para dónde tiraría y nunca consiguió bailar un trompo, aunque sí romper varias docenas de ellos. Por eso cuando los demás muchachos jugaban, El Tractor se distraía cazando bichos para luego diseccionarlos. Y no es que no fuera torpe también abriéndole el vientre a lagartijas y ratones, sólo que a nadie le importaba aquello.
Así nació la vocación de El Tractor por la medicina. Y como siempre pudo invertir el tiempo de practicar deportes y enamorar muchachas en estudiar y abrir bichos, al terminar el preuniversitario alcanzó la carrera. Y seis años después ya era médico. Entonces vino el conflicto, ¿qué especialidad ejercería el doctor Miguel Oliva? Como había resultado primer expediente y título de oro, tenía derecho a escoger. ¿Cirujano?, ni pensarlo, nadie se arriesgaría a recibir veinte puntos de sutura por una operación de apendicitis. ¿Ginecología?, ¡ni hablar! ¿Pedriatría?, pobres niños. Cardiología tampoco podía ser con el aval de haber roto más de diez aparatos de electrocardiogramas durante la carrera. Entonces alguien propuso que pasara a trabajar en Investigaciones.
El doctor Miguel Oliva era un hombre confiable. Y un día le dieron "la misión "
El doctor Miguel Oliva era el Jefe del Departamento de Investigaciones Secretas. Trabajaba solo en aquel Departamento. Tenía una misión y se sentía orgulloso. Y preocupado.
El personal del Hospital sintió curiosidad al principio. Ni siquiera El Director estaba autorizado a pasar a la oficina del doctor Miguel Oliva.
Cada cierto tiempo un carro negro y con cristales calobares venía al hospital y un par de Oficiales con espejuelos oscuros, pasaban sin pedir permiso hasta la oficina del doctor Miguel Oliva. Luego se iban, envueltos en el mismo misterio con que habían llegado, sin quitarse los espejuelos oscuros, sin hablar con nadie, en el mismo carro negro de cristales calobares.
También resultaba atractiva la imagen del jorobado. Decía llamarse Igor y siempre venía apretando un paquete contra su pecho, como el más valioso de los tesoros. Nunca le mostró su carnet de identidad al portero. Mucho menos consintió en dejar que revisasen sus bultos. Miraba a la gente con recelo y su ropa olía a sangre podrida.
Los empleados del Hospital armaron leyendas increíbles, pero eso fue solamente al principio, después todo se convirtió en normal a fuerza de cotidiano. Como también era normal ver la figura del doctor Miguel Oliva, de andar torpe y pecho erguido, entrar y salir de su oficina secreta con aquella mezcla de orgullo y preocupación en la mirada.
El doctor Miguel Oliva recibía casi diariamente a Igor. El tullido le entregaba el paquete y se quedaba embobecido mirando la imagen perfecta del hombre que había dibujada en la pared del fondo de la oficina del doctor. Era un hombre desnudo, de musculatura perfecta --tal vez de sexo encogido--, que abría sus brazos hacia todos los puntos desde su privilegiada posición en la pared como centro del universo. Con la vista perdida en el rostro del hombre ideal permanecía Igor durante unos minutos, hasta que el doctor, con un par de palmadas, lo traía a la realidad exigiéndole retirarse.
Cuando el doctor Miguel Oliva se quedaba solo en su oficina secreta, abría el paquete y sacaba la pieza. Medía, pesaba, palpaba y después de un grupo de exquisitas pruebas, en las que utilizaba como patrón la imagen del hombre de la pared del fondo, casi siempre acababa por rechazarla.
El doctor Miguel Oliva apenas miró el pedazo de carne humana que Igor puso ante él. Era un tronco escuálido, que mostraba las costillas por debajo de un pellejo escamoso y seco. Un miserable tronco rescatado, quizás, de un vulgar accidente de tránsito. Con desgano lo dejó encima de su mesa de trabajo al tiempo que despedía a Igor con una grosería.
Cuando el infeliz se retiró, el doctor, apesadumbrado, entró al cuarto frío.
"Cada día es mas difícil encontrar algo que sirva", rumió al cerrar la puerta a sus espaldas. Luego se puso un viejo abrigo negro que Igor le regalara alguna vez y se sentó en una silla de aluminio.
Congeladas, sobre una mesa de operaciones, yacían una perfecta pierna izquierda, la inmaculada cabeza de un joven guerrero y un magnífico brazo izquierdo enfundado en una manga de camisa con el distintivo de Vanguardia Provincial de la Producción. Las tres piezas esperando un tronco digno de ellas que las uniera para siempre
El doctor Miguel Oliva, con una sublime mezcla de resignación y optimismo sacó un cigarro del bolsillo del abrigo, lo encendió y comenzó a fumar con la mirada fija en su obra inconclusa. "Algún día será", susurró con el cigarro colgándole de la comisura de los labios.

Su nombre en un cartel
Lorenzo Lunar
Fue un puntazo frío. Con música de fondo. En un callejón oscuro de la ciudad. Los fuegos artificiales a lo lejos, como el ritmo de la orquesta. El corito: "Menea, menea, menea tus caderas, María..."
El rostro descompuesto, el cigarro colgándole de la comisura de los labios, el olor a sudor mezclado con cerveza. "Coge pa´ que aprendas a ser hombrecito". Un punzonazo en el abdomen, unos centímetros a la derecha y encima del ombligo. Eso debió sentir Eusebio. Después, la muerte.
El cuerpo lo encontraron al amanecer. En medio del charco de sangre coagulada. Una mano (los dedos rígidos) intentando aferrarse a la pared. Última expresión de la agonía. Y la frase (la palabra, el nombre de mujer) escrita con sangre en el muro: MARÍA.
La idea de escribir este cuento nació de una conversación con Alexis. Alexis es policía y quiere escribir literatura negra. Tomábamos café y yo trataba de explicarle lo que busco al escribir una historia policial. "No es el criminal lo que más le interesa al escritor, negro, esa es la diferencia con el policía. El escritor investiga dentro del hombre y el policía se queda en las acciones exteriores. Cuando descubre al culpable el caso se cierra. ¿Te has puesto a pensar cuántos misterios quedan dando vueltas en torno a un crimen cualquiera después de descubierto el culpable?" Entonces se me ocurrió ponerle el ejemplo del asesinato de Eusebio.
"Al asesino no costó trabajo encontrarlo, él mismo se entregó. El móvil, de lo más verosímil en una ciudad como esta: un simple cigarro que Eusebio le había negado por la tarde. El intercambio de palabras que se convirtió en amenaza y la sentencia pública de muerte ejecutada casi de inmediato. Sin embargo, hay un misterio: el cartel. El nombre de María escrito con sangre en la pared. Eso, como mismo impresionó a todos durante los primeros minutos y hasta fue considerado por la policía una pista importante, luego quedó como simple escenografía del lugar de los hechos, nada más."
Alexis conocía el caso de Eusebio tan bien o mejor que yo. "María es la ex novia", dijo como si eso fuera una explicación. Yo le sonreí con aire de superioridad y le dije:
-- Lo que pasa es que ustedes los policías no saben nada de análisis de texto, negro.
Ese asunto de la superación profesional es algo muy importante. Digamos que uno, con el pretexto de un post-grado de Técnicas de la Narrativa, se coge un mes fuera de la jodienda de la Editorial y este libro que está para meterlo en imprenta, y aquel que hay que terminar de corregir, y el otro que tienes que discutir con el autor porque al jefe le parece un poco violenta aquella frase en la que se refiere por igual al Partido y a la Iglesia Católica.
En realidad, el post-grado es un vacilón porque lo imparte una filóloga que, para hacerle honor a su título, es rubia y tiene buenas nalgas. Son apenas dos horas de la mañana, el resto del tiempo queda libre incluso para escribir un cuento --quizás este cuento. Y lo más importante: uno se pertrecha de cierto vocabulario técnico que permite luego sorprender a las profesoras de humanidades, impresionar a las estudiantes de letras y deslumbrar a las chiquillas existencialistas que frecuentan el Club Paradiso.
El trabajo final que nos orientó la rubia completó la idea de este cuento: Análisis narratológico de un texto. Agustín me dijo con su habitual picardía que a su trabajo lo iba a titular "Breve disección de un textículo". "Voy a hacer el análisis del cuento El dinosaurio, de Augusto Monterroso". "Yo voy a analizar un texto más breve que ese", le dije.
Teniendo en cuenta que durante los últimos tres años de su vida Eusebio tenía como norma emborracharse, hablar mal del gobierno y visitar el Taller Literario de la Casa de la Cultura, podemos otorgarle el título --post mortem-- de escritor. Así pues, aquel nombre de mujer escrito con sangre en la pared puede considerarse su última obra literaria. (El asunto no es compartir o no una tesis, sino utilizarla para un fin determinado. En uno de sus últimos ensayos, el poeta Alberto Sicilia trata de explicar cómo la intención, la pose y hasta la impostura del autor son factores determinantes para demostrar la literaturidad de un texto). Sin dudas un texto brevísimo, más breve que el de Monterroso. Más breve que cualquier otro que haya intentado alguien escribir. Sin título, apenas una palabra, un nombre de mujer.
"El trabajo que presento a continuación es, sencillamente, el análisis narratológico de un texto. Las razones por las cuales he seleccionado este son estrictamente personales, explicarlas no debe aportar nada a quien tenga que emitir una evaluación sobre mis conocimientos. Sobre la cuestión de si es un cuento o no, vale la pena explicar que el texto está indisolublemente ligado al contexto. María, que así es como llamaremos a la obra objeto de análisis, es un cuento en el contexto en que se escribió, y conocer este es lo que nos permite analizarla como tal".
Esto podía leerse en la primera hoja de mi trabajo final del postgrado de Técnicas de la Narrativa. Cuando Alexis comenzó a leerlo, sentado frente a mí en la sala de mi casa, intentó una sonrisa tímida. Yo imaginé a la profesora rubia acomodada en su sofá, preparándose para leer. Un cigarrillo en la mano derecha y la música saliendo del tocadiscos.
"Para el estudio literario de cualquier texto narrativo es necesario hacer una serie de abstracciones que permitan el análisis por separado de todas y cada una de las categorías narratológicas que interactúan simultáneamente en el mismo. Es por esto que tomaré la licencia de dividir en dos partes el trabajo: primeramente, el plano ideotemático y, luego, el plano estructural.
"El análisis del plano ideotemático de este texto, como el resto del estudio que de él se hará, tiene el encanto de una investigación policial, y no solamente porque la fábula que nos narra sea una historia negra, marginal, sino porque toda pesquisa científica siempre tiene este matiz.
"María (sobre el título de la obra ya se profundizará cuando se analice el plano estructural), nos cuenta una historia ubicada en el cercano contexto de la Cuba actual, tan cercano que el escenario geográfico es nuestra ciudad (La Ciudad) durante una de las noches del último carnaval (1999).
"Es importante destacar que el autor del texto, Eusebio Ramírez Portal (1964-1999), era natural de La Ciudad. Poeta y narrador, perteneció al taller literario "Leopoldo Ávila" y durante su carrera literaria fue galardonado con diversos premios a nivel municipal y provincial.
"La historia de María es intensa y llena de sugerencias, con cientos de aristas ocultas que conforman un misterio descifrable solo fuera de ella misma. Este cuento es una vigorosa fotografía que quiebra sus propios límites, que irradia una energía más allá del texto escrito, más allá de la apropiación que el lector haga del argumento.
"Un hombre es apuñaleado una noche de carnaval en una esquina de La Ciudad. Este hombre, en el momento de la muerte, escribe con su propia sangre un nombre en la pared: María. María había sido su novia. ¿Es este el centro de la fábula? Podría tenerse en cuenta también que el asesino, un conocido marginal con antecedentes penales por varias causas, se entregó casi inmediatamente. Que confesó haber matado al hombre porque un rato antes le había negado un cigarro en público. ¿Queda algo más de esta historia? Queda más, mucho más. Lo que ocurre es que la anécdota no está explícita en el texto. Pero puede suponerse la traición de María, el desencanto del hombre que busca la muerte como una bendición (como en los más tremendos boleros) y que la enfrenta, estoico, en una esquina oscura de La Ciudad, una noche de carnaval".
-- Eso lo sabes tú porque vives en La Ciudad y conocías a Eusebio. ¿Tú crees que una persona de Camagüey, por ejemplo, pueda darse cuenta de todo eso con solo leer el nombre de María escrito en la pared? -- Fue la reacción de Alexis.
-- Un lector profano, no. Claro. Acuérdate que estoy haciendo un análisis narratológico de un texto y lo que más abunda por las calles no son gentes que se preocupen por la narratología. De hecho, María es una obra para cierta élite, no es un cuento popular. A pesar de la violencia de la historia, por sus códigos interiores, es un cuento que podría inscribirse, según la división de Arturo Arango, entre los exquisitos: códigos enrevesados distantes del alcance de la media de los lectores, ausencia aparente de la anécdota y oscuridad del superobjetivo. Sin embargo, es posible, si ese lector de Camagüey tiene buena vista y conocimiento sobre análisis de un texto, que se apropie de alguna parte importante de la historia que le permita construir su propio cuento. Eso es la polisemia, ¿no? En definitiva, ¿cuántas cosas querría decir Cervantes en El Quijote que ahora nosotros nos estamos perdiendo simplemente por lo alejados que estamos de aquel contexto?
La filóloga garabateó algo sobre la página tres de mi evaluación final, colocó el cuadernillo sobre la mesita, se puso de pie y caminó hasta el tocadiscos. Nuevamente se hizo la música. Ella prendió otro cigarrillo y de vuelta al sofá continuó la lectura. Ahora sentada.
"Tema, asunto y argumento; estas categorías generalmente definibles una de las otras, en el texto que nos ocupa se superponen ocultándose como la misma historia. ¿Es María un cuento que tiene como tema la traición? ¿El asunto es cómo puede morir alguien una noche cualquiera de carnaval? ¿Es el argumento ese que expuse anteriormente, o lo referido es solo una parte de él?, ¿o simplemente no es ese?
"La insuficiencia del análisis del plano ideotemático es evidente. Sobre todo cuando se trata de una obra literaria de estas características. Y es que un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal. El resultado es el cuento mismo. Resulta entonces imprescindible el estudio de las categorías internas del texto.
"María es una obra sui géneris. Una sola palabra: MARÍA, escrita (con mayúsculas) sobre una pared. Sin título. Si nos atreviéramos a transcribir el texto sería solamente esto: MARÍA. Obviando, lógicamente, la caligrafía trémula. Sin punto final.
"Hay una cosa cierta. Eusebio no tenía otra pretensión al escribir el nombre de María en la pared que no fuera dejar testimonio de algo. Resulta bastante difícil creer que en el momento de la muerte alguien esté preocupándose por cuestiones estilísticas. Además, su literatura siempre fue así. En los debates literarios generalmente se le criticaba su distanciamiento de lo formal en busca del mensaje. Sin embargo. ¿Cuál es el mensaje del cartel?
"Elemento fundamental para dar respuesta a la pregunta anterior es descubrir una nueva superposición de categorías en el texto. Autor, narrador y personaje protagónico son una misma voz. Eusebio se convierte en una triple entelequia. Una triple angustia lo conduce a escribir el nombre de María en la pared en el momento de su muerte.
"A los pocos minutos de encontrar el cadáver, ya una historia andaba en las bocas de las viejas de La Ciudad. "Pobre muchacho, en el momento de la muerte escribió el nombre de su novia en la pared, ¡cuánto la quería!" Las viejas de barrio son así, su formación estética no pasa más allá de las novelas que trasmiten a las diez de la mañana por la emisora provincial, sus mentes no pueden generar otro tipo de historia. Tampoco pueden tener lucidez para hacerse las preguntas siguientes: ¿Si amaba tanto a su novia, por qué no estaba con ella en la noche de carnaval? ¿Por qué andaba borracho y perdido por una calle oscura y solitaria? Contestarlas les podría causar un gran desencanto, además de un derrame cerebral.
"Lo cierto es que quienes conocían a Eusebio, y a María, sabían que ese no podía ser el mensaje. Algunos se preocuparon durante un rato. ¿Sería una acusación? ¿El nuevo novio de María sería el acuchillador de Eusebio? Todavía estaba fresco en la memoria de la gente el escándalo de Eusebio frente a la Casa de la Cultura el día que María le dijo que no podía seguir con él, que no aguantaba más sus bebederas con el grupo en la esquina, hablando basura, y mucho menos las broncas con cualquiera y por cualquier motivo. Que ella lo que quería era tranquilidad.
"Inolvidables las borracheras depresivas de Eusebio y la golpiza que le dio a María cuando se enteró que ella andaba con Yoelito, el instructor de teatro. La gente estuvo esperando la bronca de los dos, pero se sabe que María le pidió a Yoelito que no le hiciera caso a Eusebio. Por el bien de los tres.
"Pero Eusebio continuaba, y aquella ofensa se convertía en un lugar común: ¡María, puta! Al pasar frente a la casa de ella; ¡María, puta! Cruzándose en la calle; ¡María, puta! De un extremo a otro del Parque de La Ciudad; ¡María, puta! Interrumpiendo el programa de la radio base de La Casa de La Cultura; ¡María, puta! Y el comentario permanente en cada tertulia: ¡Esa puta me pegó los tarros!... ¡María, puta! ¡María puta! Y la primera noche de carnaval, gritándole por toda la Calle Central junto a la carroza donde ella bailaba: ¡María, puta! ¡María, puta! Como una idea fija. Un motivo permanente. ¡María, puta!
"Por eso en los primeros instantes la gente relacionó la muerte de Eusebio con María. Pero cuando el asesino se entregó y explicó todo, pocos continuaron haciéndose la pregunta: ¿Por qué su nombre escrito en la pared? ¿Cuál sería, entonces, el mensaje?
"Es que la gente sólo tiene ojos para ver las relaciones directas, las vías amplias y despejadas. ¿Pero son estas las que pueden conducirnos a la luz?
Tema, argumento, personajes, acción, conflicto, ambiente y contexto. De cierta manera he ido vinculando estas categorías que, al decir de Grove y Bauer, son las que definen al cuento moderno y gracias a ello se han descorrido algunos de los múltiples velos que envuelven en el misterio a este, como a todo cuento que se respete. (Un cuento sin esos velos simplemente no es un cuento). Pero, decía al inicio, que este tipo de análisis se me antoja semejante a una investigación policial. Entonces uno vuelve al principio: El nombre de María escrito en la pared. Y aunque el investigador va teniendo alguna luz sabe que algo falta por analizar.
"Estilo. Ahí está la clave. Usted podrá pensar que me contradigo. Si ahorita explicaba que el texto póstumo de Eusebio tenía el superobjetivo de dejar un testimonio y que en el momento de la muerte es bastante improbable que alguien se esté ocupando de cuestiones estilísticas, ¿cómo voy ahora a apoyarme en el estilo como la categoría que me abrirá las puertas al análisis final? Es que yo también tengo mi estilo y la literatura policial me atrae como una tentación. Aquella pista falsa, o insignificante, es la que generalmente en las buenas novelas policiales conduce a la verdad. Sin engañar al lector. Le garantizo, profe, que yo tampoco lo haré con usted.
"Eusebio no tenía tiempo para ocuparse del estilo, pero el estilo es circunstancial. María fue un texto circunstancial. Eusebio tenía que dejar un mensaje. Escribió el nombre del destinatario. En estos tiempos es muy común sustituir las palabras por signos más rudimentarios, Eusebio podía haber dibujado en la pared un corazón en lugar del nombre de María. No lo hizo, sabemos que ese no era su mensaje. También pudo haber dibujado otra cosa, escrito otra cosa. Pudo no haber escrito nada y hubiese sido lo más normal. Pero Eusebio quería dejar un mensaje escrito, nunca pensó en dejar un enigma. De haberlo pensado entonces hubiese escrito: MARÍA... (con esos tres puntos). Por lo tanto es evidente que Eusebio iba a continuar escribiendo, pero... ¿No cree usted, profe, que ya es bastante?"
La filóloga sonrió mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero. El tocadiscos sonaba con música brasileña; ella había regresado unos meses antes de Río Grande do Sul donde trabajara como cooperante. Garabateó un cinco en la portada de mi cuadernillo y comenzó a cantar con el tocadiscos Mañana de carnaval.
-- ¿Y entonces qué era lo que iba a escribir Eusebio? -- Me preguntó Alexis.
-- Ustedes los policías no saben nada de análisis de textos, negro-- Le contesté.

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