EL RELATO

LA MUJER ÍGNEA, un relato largo de corte cortazariano - no lo supe mientras lo escribía, me dí cuenta de ello al terminarlo - resultó seleccionado en el concurso de relatos fantásticos y de ciencia - ficción EL MELOCOTÓN MECÁNICO y publicado junto a textos de amigos y conocidos como Juan Ramón de Biedma o Ignacio del Valle dentro del volumen LIBERTAD CONDICIONADA de la colección Albemuh Bolsillo. Lo que más me gustó de él es su halo de romanticismo y fantasía. Lo cierto es que desató un aluvión de comentarios en foros y blogs de aficionados al género fantástico. Unos cuantos como muestra.

En “La mujer ígnea”, José Luís Muñoz nos transporta a una historia de fantasía romántica. Pero una historia de fantasía romántica que va creciendo y envolviéndonos de una manera muy, muy sutil y atractiva; siempre al ritmo de música soul. Y es que hablamos de un misterio; de una muerte no anunciada mientras se va sucediendo el día a día de un patético locutor de radio. Entre tanto, hace aparición la llama de un amor sin lógica, creciendo éste al mismo ritmo que el misterio que envuelve a todo cuanto acontece. “La mujer ígnea”, en mi ranking personal, ha alcanzado tras la lectura de todo el volumen el segundo puesto. Tenía que decirlo… (NGC3660 Pily B.)

"La mujer ígnea" del prolífico y premiado escritor José Luis Muñoz (autor entre otras de El último caso del inspector Rodríguez Pachón, o Serás gaviota) aúna en unas pocas páginas su pasión por la novela negra, la fantasía y la novela erótica, todo mezclado con una precisión de maestro. La entrevista a una estrella del soul por parte de un locutor de radio es el inicio de este espléndido relato. (Eduardi¡o J. Carletti)

La Mujer Ígnea, de José Luis Muñoz.Género negro en estado puro aderezado con elementos de corte fantástico en un relato de impecable factura que debe leerse escuchando música soul. (José Luis Mora en The Dreamers)


“La mujer ígnea” de José Luis Muñoz es una especie de fantasía oscura urbana sobre un locutor de radio musical y la artista de color que le fascina. Se supone que la artista muere ¿o no?, y el locutor a su vez también muere ¿o no? Ni idea, a lo mejor es que estoy espeso pero tampoco me he enterado de nada. (Iván Fernández Balbuena en Memorias de un friki)


"La mujer ígnea" de José Luis Muñoz es mi relato favorito de la recopilación. Trata sobre una cantante que es invitada a un programa de radio y sobre la peculiar relación que parece desarrollarse entre ella y el presentador. De hecho, estamos ante dos historias casi ucrónicas que se van entrelazando de manera soberbia y que apuntan en todo momento la una a la otra. Realmente bueno. (Enric Quílez en El mundo de Yarhel)

No se equivoca José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) al considerar que Julio Cortázar fue "uno de los autores que más me animó a escribir". De él aprendió que la literatura es un juego en el que la fantasía y el misterio no deben faltar. Su relato, La Mujer Ígnea, al igual que los del Gran Cronopio, surge de un inquietante elemento fantástico que arranca de la cotidianidad. (Sara E. Rodríguez en Comentariosdelibros.com)

LA MUJER ÍGNEA, de José Luis Muñoz es la historia de amor entre un locutor de radio y una cantante de soul. Todo muy onírico y muy evanescente, el locutor (ni el lector) nunca termina de saber si lo que le está ocurriendo es real o son los primeros síntomas de la locura. (Fco. José Suñer Iglesias en Sitio de Ciencia Ficción)

LA MUJER ÍGNEA
José Luis Muñoz



Nada extraño se advertía en el ambiente gélido de aquel diciembre que azotaba de forma inmisericorde una ciudad acostumbrada a inviernos suaves y a la que el frío había sorprendido, nos había sorprendido a todos. Yo era un hombre metódico, por comodidad y para ganar tiempo; me levantaba sobre las siete de la mañana, minuto más minuto menos, cargaba la cafetera prensando el café con una cucharilla hasta que parecía un ladrillo negro y silbaba ante el espejo mientras la maquinilla rasuraba mi barba rojiza que había crecido durante la noche. Y nada de whisky antes del desayuno, que me producía ardor con el estómago vacío. Con el sabor amargo del café en el paladar bajaba a la calle, andando, siempre andando, escalón a escalón, porque odiaba los ascensores y recordaba el apagón de hacía tres años y mis horas angustiosas allí, un fin de semana, arañando las paredes con desesperación hasta que alguien se dio cuenta de que estaba encerrado.
Fue al salir de casa y enfrentarme a la ventisca que barría las aceras - recuerdo perfectamente que ese día era diez de enero - cuando tuve una sensación imprecisa de inseguridad, como si alguien, desde no sabía yo dónde, me estuviera observando. ¿Qué sentí? No sé, una especie de calambre en la cabeza, una sensación de frío dibujando toda mi espina dorsal, un ojo clavado en el cogote, y, como consecuencia de ello, mi tartamudeo posterior que se produjo al pedir el diario al quiosquero.
Iba al estudio andando. No soportaba el metro, me negaba a utilizar el coche por la ciudad por principios ecológicos, y además me convenía dar paseos de vez en cuando si quería vencer ese aspecto de individuo sedentario que se estaba adueñando de mí, moderar esa ya considerable barriga que me nacía por debajo del pantalón y luchaba contra el elástico, compensar de alguna manera la ausencia de cuello hasta que me pusiera en manos del cirujano plástico y le diera la orden de acabar con mi papada. Sí, ese era yo, pero ninguno de mis muchos seguidores, de los que me buscaban cada mañana por el dial fascinados, hipnotizados, por mi voz, podían imaginarme así, ni yo se lo hubiera permitido. Una bonita voz no siempre se corresponde con un atractivo físico, y yo soy la prueba más fehaciente de lo que digo.
- Buenos días. Buenos y fríos días. Desde Radio Móvil. Frecuencia Cinco, Jesús Zaldívar como cada mañana con ustedes para paliar el frío con cálida música. La temperatura en la plaza de Cataluña es de cinco grados sobre cero y me informan que está helando en varias zonas de Cataluña, por lo que recomiendo prudencia a la hora de emprender el viaje. Pero nada de esto importa, amigas y amigos. Hoy tendremos aquí, en el estudio central, la presencia de Evelyn Jones cuya voz es capaz de fundir el hielo. Evelyn Jones, o la tormenta negra, es una de las más cotizadas estrellas de soul del momento y se encuentra de gira por nuestro país. Evelyn, yo se lo puedo asegurar, tiene una voz cálida, potente, y sabe imprimir una cadencia muy especial, muy sensual, a cada una de sus canciones. Pero oigámosla.
Di una señal desde el estudio para que pusieran el último microsurco de Evelyn Jones y me humedecí el paladar dando un sorbo al vaso de agua mientras sonaba el long play que tenía por título “Mujer ígnea”. Estaba destemplado y me temblaba el pulso. Ello, y el dolor creciente que se apoderaba de las raíces de mi cabello, me indicaba que estaba a las puertas de una maravillosa gripe.
- Jesús. Evelyn está aquí. ¿La hago pasar?
- Sí, claro, que pase.
Entró en el estudio una muchacha negra y majestuosa; por lo menos debía medir un metro ochenta de estatura y bajo el encrespado pelo que adornaba su cabeza destacaba una mirada felina y desafiante. Se acercó y me tendió la mano, y yo se la estreché y la retuve un rato entre las mías. Aquello no le gustó. Por señas le indiqué que tomara asiento al otro lado de la mesa y le alargué los auriculares.
- Bien, ante ustedes tenemos a Evelyn Jones. Utilizaremos un sistema de traducción simultánea para que ustedes comprendan el significado de las respuestas de la gran cantante de color.

***

Me dolía la cabeza. Tenía el televisor encendido pero realmente no miraba nada, no prestaba atención ni a las imágenes ni a lo que decían los locutores. Cerré los ojos. Tenía jaqueca y seguramente fiebre. En medio de un fuerte pinchazo en las sienes empezó a sonar el teléfono. Lo ignoré durante un buen rato. No había cosa que me jorobara más que los bromistas o una equivocación, y luego, finalmente, opté por levantarme para ir a descolgarlo arrastrando las zapatillas por el pasillo.
- Hola, soy Jesús Zaldívar pero no puedo atenderte. Deja tu mensaje después de oír la señal.
Había omitido desconectar el contestador automático. A veces me olvidaba de ello. Me apoyé contra la pared y miré el teléfono mientras la voz de una mujer joven comenzaba a registrarse en la grabadora.
- No te encuentro nunca, cariño. Sólo quiero decirte que el pasado lunes estuviste genial. Un beso.
Fui a descolgar para charlar con mi admiradora, pero llegué tarde. La mujer había colgado y yo me encontré con el auricular en la mano y la mirada perdida en el techo. Se imponía un whisky para bajar la tensión, la fiebre y el dolor de cabeza. Un Ballantine’s con hielo. Y crucé la habitación en dirección al mueble bar, con esa determinación, mientras trataba de identificar la voz femenina. Con el vaso de bebida en la mano volví a escucharlo. Era Loli, sin lugar a dudas. Reconocí su voz nasal.

***

Tenía un programa a las dos de la madrugada. “Guía del noctámbulo impenitente” se llamaba. Una chorrada sobre los lugares de moda, bares fashion y discotecas punteras para que los pijos que no daban un palo al agua no se aburrieran en sus largas noches de ocio. A la una de la madrugada me asomé a la terraza de mi ático y decidí no ir. No me apetecía. Había visto, desde lo alto, un par de personas cruzar presurosamente la calle, envueltos en sus gabanes, sorteando los charcos de agua, y decidí que psicológicamente no estaba preparado en aquella noche fría para enfrentarme a las ondas. Llamé a la emisora, me excusé como pude y recibí la bronca amenazadora del director del programa diciendo que empezaba a estar harto de mi informalidad y que me iba a rescindir el contrato.
- ¡Me resbalan tus amenazas!
Colgué con violencia el auricular y me senté ante el televisor. Sintonicé la primera cadena y contemplé sorprendido que Evelyn Jones estaba cantando en un programa de variedades. Llevaba un bonito vestido de lentejuelas, muy corto, que dejaba al descubierto sus largas y bonitas piernas. Tenía un enorme dominio sobre el escenario. Le quité la voz, me levanté y fui hacia el teléfono. No pude huir de la tentación de escuchar de nuevo el mensaje dejado en la grabadora. Me senté y me concentré en él mientras su voz llegaba a mi alma, comprobando que me resultaba familiar. Pero ya no estaba seguro de que fuera Loli. Quién seguro que no era era mi ex.

***

Loli no era joven, pero la verdad es que yo tampoco. Le llevaba cuatro años de ventaja, pero ella incluso parecía mayor que yo. Era alta, espigada, excesivamente delgada y tenía un perfil anguloso y una mirada resuelta bajo un flequillo de pelo rubio que constantemente trataba de echar hacia atrás con las manos sin demasiado éxito porque le volvía a caer sobre la frente. La llamé porque estaba solo e inquieto, porque no me apetecía en absoluto meterme en la cama sin tener a alguien al lado con quien intercambiar caricias, besos y palabras. Y ella vino porque estaba en un estado similar. Se había alegrado de mi llamada. Hacía cosa de una semana que no sabía nada de mí y tenía cosas que contarme. Me lo estuvo explicando mientras se desnudaba y se metía bajo las sábanas tiritando de frío.
- Abrázame fuerte.
Obedecí. Me adapté a la curvatura suave de su pequeño trasero mientras tocaba sus diminutos pechos.
- Mi marido continúa siendo un hijo de puta. Bueno, mi ex. Querrás creer que hace más de un mes que no viene a buscar a la niña los fines de semana. Dice que tiene congresos. Que tiene que dar conferencias por media España. ¡Mamón! - dijo Loli, haciendo alarde de su expresivo vocabulario.
Salir con una mujer descasada tiene sus inconvenientes. Uno, tener que escuchar siempre las mismas quejas acerca de su ex marido. Dos, tener que someterme, automáticamente, a una comparación. Yo era más tierno, pero menos fogoso. Él, el ex, era más joven. Por eso se fue. Porque Loli era de mi promoción, una chica lista en la escuela de periodismo, una empollona que no cambiaba las responsabilidades como estudiante por una noche de juerga que hipotecara el resultado de un examen.
Yo estaba desanimado. Sexualmente frío. Y tras los primeros tanteos ella debió darse cuenta de mi estado. Se aplicó a excitarme con todas sus artimañas, que eran muchas, y consiguió finalmente provocar una erección a mi desganado miembro.
- Ya no te gusto, cuarentón. Tendré que buscar un amante de dieciocho años.
Lo hicimos rápidamente. Colocó sus piernas sobre mis hombros y me besó en la boca. Yo la sujeté por la cintura mientras le inyectaba todo mi amor.
- Te corres rápido.
- No has tenido ningún orgasmo.
- No importa.
- Claro, no importa.
Hacía un mes que no tenía relaciones sexuales con nadie, le confesé, mientras buscaba un cigarrillo tanteando los cajones de la mesita de noche. El sexo con Loli era cómodo porque no era lo más importante. No para mí. Pero para ella...
- Pues yo... fue ayer. Por partida doble. Ligué a un par de tipos. Estaba caliente y los ligué en un pub. Quería hacer algo asqueroso, sucio, cochino, con absolutos desconocidos - El brillo que había en sus ojos me produjo desazón. Yo, me daba cuenta, no era más que un boy scout, un pañuelo en donde la aplicada periodista separada de su marido guaperas se secaba las lágrimas. Siguió con sus detalles morbosos -. No estaban nada mal en la cama. Tuve un número considerable de orgasmos. Perdí la cuenta.
- Muy bien, me parece fantástico- corté secamente mientras incendiaba la punta del cigarrillo con una cerilla.
- Oh, vamos. Ya te mueres de celos, gordito. Si no te casas conmigo no tienes derecho a exigirme fidelidad. Además a ti el sexo no te interesa tanto como a mí. Yo soy una mujer muy activa sexualmente.
- Eso sí, desde luego.
- Me gustó mucho la entrevista que le hiciste a Evelyn Jones - dijo, cambiando de tema.
- ¿La escuchaste?
- Estaba en la oficina, pero la escuché. ¿Cómo es ella?
- Simpática y sencilla.
- Y guapa, ¿no? ¿Ligaste con ella, gordito?
- Los gorditos no son su tipo. Y además olvidas que nunca mezclo sexo con trabajo.
Loli se tendió a mi lado, me sacó el cigarrillo de la boca, le dio una calada y me besó. Durante unos segundos su lengua estuvo luchando con la mía mientras su mano me acariciaba el pecho y recorría mi estómago.
- Quédate esta noche- le dije, cuando conseguí respirar.
- Está bien. Si te empeñas.
- ¿Fuiste tú la que dejaste el mensaje en el contestador?
- ¿Qué mensaje, querido?

***

No me gustó encontrármela en el desayuno. El sexo no tenía nada que ver nada con la convivencia, y si no que se lo pregunten a los matrimonios pasados los cinco primeros años. El sexo se terminaba en cuanto uno se quedaba saciado y el intercambio de fluidos se interrumpía. Pero no podía echarla, puesto que había sido yo mismo quién la había rogado que se quedara. Pero podía ser desagradable con ella. Y lo fui.
- ¿No trabajas hoy? - La tostada con mantequilla y mermelada ácida de naranja se troceaba entre sus dientes y había sobre sus labios el trazo de la pintura blanca de la leche. Loli era como una niña que estuviera todavía por destetar. Odiaba el café y yo no tenía chocolate soluble para el desayuno, ni cereales, ni un babero para ponerle alrededor del cuello.
- No me encuentro muy bien. ¿Sabes? Preferiría estar solo. Lo entiendes ¿no?
No lo entendía. Me di cuenta por el silencio que siguió a mis palabras mientras yo bebía a pequeños sorbos mi taza de café. Su ceño fruncido y el temblor de la mano, abrazando el vaso de leche, decían que se había ofendido.
- Está bien. Me voy.
- No, no hace falta que te vayas.
- Sí, me voy - me dijo con voz fría, mirándome a los ojos -. Me voy puesto que tú quieres que me vaya. Pero mírame bien, porque no me vas a ver más, Jesús.
El ruido que hizo al cerrar la puerta de la calle me dejó un rato en suspenso. Luego me di la vuelta, volví al dormitorio, me eché en la cama y pulsé el botón del contestador telefónico para escuchar la voz. Si no era de Loli, ¿de quién era?

***

He salido después de dos días sin hacerlo. Deseaba que el aire me acariciara la cara. Me he acercado, envuelto en mi gabardina anticuada y subiéndome las solapas para resguardarme el cuello - el termómetro sigue anclado en los dos grados sobre cero - a la tienda habitual en donde compro mis discos.
- Señor Zaldivar, echo de menos sus programas en la radio.
No le he contestado. O le he lanzado un gruñido. Me fastidian las familiaridades, el que me identifiquen con el conductor de programas musicales de cierto éxito de Radio Móvil. Pero, tras dar unas cuantas vueltas por la tienda y husmear entre las novedades de música étnica, me encaro con el vendedor y me saco, un instante, las gafas de sol.
- ¿Tienes el último long play de Evelyn Jones?
- ¿”La mujer ígnea”?
- Ese, sí.
En cuanto estoy de vuelta en casa pongo el microsurco en el tocadiscos y me acomodo en el sofá. La voz de terciopelo de la cantante de soul me acaricia, hasta que me duerme. Eso es la felicidad: dormirme mecido por su voz.

***

Una ensaimada aceitosa se deshace entre mis dedos y el azúcar glass que la recubre cae sobre mis pantalones, enharinándolos. No me importa. Hojeo el diario prescindiendo del ruido que reina en el local. Mi garganta se resiente por el humo de los cigarrillos de mis vecinos de mesa. Los camareros gritan en exceso por encima del rumor del televisor en cuya pantalla arden, en un monte con pinos calcinados, los restos de algo. ¿Un accidente aéreo? ¿Un camión que ha arrollado media docena de coches en una autopista? Las mujeres, en círculos, hablan como cotorras. Me llegan, directamente al oído, los comentarios machistas de dos viajantes que alardean de las acrobacias sexuales de sus putas la noche anterior. Giro las hojas del diario con una pizca de rabia y dejo en sus bordes un ápice de grasa, la manteca de la ensaimada, mi huella dactilar dibujada en aceite.
La noticia aparece en la sección de espectáculos, entre la última película que está promocionando Leonardo Di Caprio y el último libro que acaba de publicar Antonio Muñoz Molina. La leo y no la creo. La leo dos veces más y me adentro en su núcleo. Y entonces busco la imagen en el televisor, pero en el telediario ya han pasado a otra noticia.
“La cantante de soul Evelyn Jones entre las víctimas del avión que se estrelló ayer en el aeropuerto de los Rodeos. La joven y exitosa cantante iba a iniciar una gira por las islas Canarias que se ha truncado de forma dramática...”

***

El whisky llena mi vaso. Y yo miro hacia la ventana. Y la ventana me da una idea del frío que sigue haciendo en la calle. El teléfono suena un par de veces antes de que lo coja.
- Hombre, Jesús. Bendita la hora en que te encuentro.
El director de la emisora Roberto Bladas. Se lo ha pensado mejor y no me despide. No es muy fácil encontrar un sustituto musicólogo en cuarenta y ocho horas que reemplace al tipo que sabe más de música negra fuera de Estados Unidos. Y además ahora hay carnaza con la muerte de la reina del soul.
- ¿Te has enterado?
- Lo acabo de leer en el diario. No me lo creía.
- Vamos a hacer un programa monográfico, hemos pensando que tú....
No le dejo terminar.
- No insistas. Lo dejo. No atravieso un buen momento. Tengo que reflexionar.
Sigue un silencio. Imagino a Bebo, así lo llamamos familiarmente, jugando con los escasos cabellos que le crecen en la nuca y peinándoselos para que le cubran la calva, una tarea tan inútil como ridícula. Sobre la mesa de su despacho debe tener los informes de las últimas audiencias.
- ¿Te has vuelto loco?
Cuelgo.

***

“La mujer ígnea” suena en mi tocadiscos. El día declina y la luz de artificial de la calle se cuela en el piso por la ventana, sin avisar. La voz de terciopelo de la cantante de soul, de la reina de piel de chocolate, es como la caricia de sus manos, como la suave humedad de sus labios. Aprieto el vaso vacío de whisky entre mis dedos mientras veo su sombra en el pasillo, la silueta felina de su cuerpo recortado entre los claroscuros de la casa en penumbras iluminada por los destellos de la calle. El cuello es largo y se enlaza, con un soberbio trazo, con su busto; el torso se afila hacia la cintura y de ella nace majestuoso, formando un arco generoso, sus caderas de donde crecen, largas, piernas de gacela que se rompen en los tobillos y terminan en pies de perfecto cincelado que abrazan las correas de sus sandalias. La olfateo mientras paladeo el whisky. Luego me aflojo el cinturón mientras ella sigue susurrándome con esa voz única desde el tocadiscos.

***

Me despierta su respiración entrecortada, aire que entra a bocanadas por su boca y expele su pequeña nariz. Está encima y mis manos resbalan por su piel oleosa siguiendo curvas que sólo existen en la imaginación de quien sueña. Se encaja con precisión y empieza a moverse con la sabiduría de las hetairas, las sacerdotisas del sexo que copulaban como deber sagrado haciendo felices a los hombres con su arte. Me gusta el tacto de su piel, su color chocolate claro, el perfume que exhala cada uno de sus poros por los que escapa la energía licuada de tantos músculos en movimiento. El ritmo de su corazón batiendo entre la maravillosa armazón de su tórax potente, como el de todas las mujeres negras. El ritmo de nuestros corazones convertidos en uno solo después de que nuestros cuerpos, trabados íntimamente, pierdan su individualidad y se conviertan en un conjunto para el placer y compongan ese cosmos ideal del sexo. Su beso lleva sobre mi frente la caricia de su cabello crespo. La inclinación de su cuerpo, hasta tocar con su boca mis labios, solapa sus duros pezones contra mi torso. Y luego hay un movimiento de nalgas sobre mis muslos, hacia mis rodillas y de nuevo hacia mi vientre, rotatorio, una y otra vez, que resulta decisivo.
La voz de Evelyn Jones suena potente mientras las convulsiones anegan mi vientre del néctar blancuzco y ella huye por el pasillo con su piel como vestido.
Suspiro. Termino.

***

Los estudios de la Radio Móvil ocupan un feo edificio funcional de los años cincuenta, de cuando el franquismo impuso su horrible estética y el alcalde Porcioles erigió edificios clónicos a la memoria de Su Excelencia el Dictador. El portero también parece de esa época. Tiene aspecto de guardia civil retirado, de torturador reciclado, pero su bigote recortado, la anchura de sus espaldas y la terrible forma de su mano, que cerrada es un puño terrible, un mazo, dice todo de su pasado.
- Buenos días, señor Zaldivar. Hacía semanas que no le veíamos. ¿Ya se encuentra bien? - me dice, mientras mantiene abierta la puerta del ascensor para que suba.
Pero no subo y me vuelvo despacio al cancerbero.
- ¿Conocía a Evelyn Jones?
- ¿La cantante negra? Claro. Estuvo aquí.
- Sí, la estuve entrevistando arriba, en los estudios. Haga memoria si se acuerda. ¿Salió sola?
El cancerbero pone ojos como platos y me mira como si yo hubiera enloquecido.
- No le entiendo.
- ¿Qué si salió sola o acompañada del estudio?
- Usted salió con ella. ¿No se acuerda?
- Sí, claro, claro - le digo, volviendo hacia la calle.
- ¿No sube, señor Zaldivar? - me grita, todavía con la puerta en la mano mientras yo ya salgo al exterior.
- No, no voy a subir, Zacarías.

***

Indagué en los restaurantes cercanos. El maître de uno de ellos, presto a acomodarme en una mesa, no salía de su asombro cuando le comunicaba que no era mi intención degustar una comida sino refrescarle la memoria y yo sentía sobre mí su mirada alucinada cuando le hacía la misma pregunta, siempre, a todos los maîtres de restaurantes a un kilómetro de distancia de los estudios de la radio.
- ¿Me vio hace quince días entrar en este restaurante con una chica de raza negra?
- Perdone, señor, pero yo nunca lo he visto a usted.
- ¿Es usted buen fisonomista?
- Sí, lo soy - respondía con un asomo de indignación.
En uno de los restaurantes que yo frecuentaba habitualmente obtuve una respuesta afirmativa.
- Sí, señor Zaldivar. Iba con aquella cantante de soul, la que murió en ese desgraciado accidente. ¡Qué mala suerte! Tengo todos sus discos. ¿Qué le parece esa mesa junto a la ventana? Hoy la bullabesa está exquisita. ¿Viene solo o va acompañado?
Comer solo es tan triste como masturbarse. La bullabesa era seguramente la mejor que había comido, el vino blanco estaba exquisito y el filete de lenguado flotaba sobre un lecho de mantequilla con una costra de almendras horneadas sobre su lomo. ¿Pero a quién le comunicaba lo bien que estaba comiendo, el placer que deparaba al paladar la exquisita cocina de aquel establecimiento?
- ¿Se acuerda qué hice?
- ¿Cuándo, señor Zaldivar?
- Cuando vine con Evelyn Jones. ¿Salí con ella del restaurante?
- Sí, claro, salió con ella - me responde sin poder disimular su azoramiento -. ¿Le ocurre algo?
- No. El café y la cuenta. Sin azúcar.

***

Había caído la noche sobre la ciudad y el frío barría las aceras impulsado por el viento. Lloviznaba una fina lluvia y yo notaba cómo gradualmente mis pies se enfriaban. En la recepción del hotel Astoria no supieron decirme si me habían visto, y cuando insistí...
- Una mujer negra, guapa y alta.
- Lo siento, señor, no recuerdo a ninguna negra alojada en el hotel en todo lo que llevamos de año.
Pregunté en varios hoteles discretos de la Diagonal, del paseo de Gracia y de la Rambla de Cataluña, pero con resultados negativos. Finalmente me dejé caer por el hotel Balmoral de la Vía Augusta, un establecimiento de rancio abolengo, y cuando me acerqué a su recepción, empapado hasta los huesos por la fina lluvia y con el escaso cabello pegado al cráneo, como un sombrero ridículo, estaba al límite de mi resistencia. Hice mecánicamente la pregunta y el hombre, un individuo mayor, delgado y de mirada fría me miró a través de sus gafas y esbozó una sonrisa.
- Por supuesto que me acuerdo. Pidieron champaña francés, del más caro.
- ¿Está seguro?
- Completamente. No olvido una bella cara, señor.
Suspiré aliviado. El recepcionista no era amante del soul y no conocía a Evelyn Jones.
- Lo puedo comprobar con el libro de entradas si le interesa. ¿Qué día era?
Hice un esfuerzo de memoria.
- El día 15 del mes pasado. Sí, era el quince.
Volvió las hojas hasta situarse en la fecha indicada.
- ¿Y su nombre?
- Jesús Zaldivar.
- ¡Ajá! - exclamó triunfante -. Aquí está. La habitación 333.
- 333 - repetí como un autómata -. ¿Está libre?
- Está libre, señor. ¿La quiere ocupar?
La habitación 333 era como la 332 o la 331. Una cálida alfombra cubría su suelo y el radiador, junto a una ventana que daba a la Vía Augusta y velaban cortinas de motivos floreados, ardía calentando el ambiente. Me senté en la cama y presioné las sienes con mis dedos dejando resbalar mi mirada por el espejo que había frente al cabezal, las dos mesillas de noche, el armario empotrado o el plafón de luz discreta que iluminaba la cama, encastrado en el techo. No recordé nada, nada en absoluto, como si esa fuera la primera vez que había estado en esa maldita habitación y el tipo registrado en el libro del recepcionista fuera un simple fantasma que se había hecho pasar por mí.
Llamé a Loli. Estaba en el trabajo. Me habló con desgana en cuanto me reconoció.
- Ah, hola. ¿Ya vas a trabajar? No te oigo en la radio.
- Estoy de baja - mentí -. Depresión. ¿Conoces a Evelyn Jones?
- Claro que la conozco, Jesús. La entrevistaste tú poco antes de que muriera en ese espantoso accidente de Los Rodeos.
- Estoy en el hotel Balmoral de la Vía Augusta, en la habitación 333.
- ¿Te has quedado sin casa? - Noté una cruel ironía en su comentario.
- Podrías venir. Necesito estar con alguien.
- Jesús, por Dios. ¿No recuerdas lo que te dije? Hemos terminado. No quiero sexo contigo. Y además, ahora me van las cosas muy bien con mi marido, extraordinariamente bien. Creo que nos vamos a reconciliar.
- No es sexo - rugí, babeando de furia sobre el auricular del teléfono -. Quie-ro ha-blar, ha-blar.
- Llámame otro día, hoy estoy ocupada.

***

Bajé a desayunar muerto de hambre. Me di cuenta, mientras tomaba posesión de una mesa cubierta por mantel de blanco impoluto sobre la que había una taza cabeza abajo, una servilleta de lino y un par de copas, que me había olvidado de cenar y mis tripas me lo recordaron mientras tomaba asiento. Me sentía turista en mi propia ciudad mientras miraba a mi alrededor y espiaba las confidencias que se hacían una pareja de jóvenes japoneses planeando su itinerario por la Barcelona de Antonio Gaudí y dos mujeres inglesas de edad avanzada con el aspecto adusto de las escritores del grupo de Bloomsbury que se perderían por la calle Montcada buscando el Museo Picasso.
- ¿Desayuno continental, señor?
Asentí.
Desde donde estaba podía ver la Vía Augusta barrida por la inclemente lluvia y oír el ruido de los neumáticos de los coches separando el agua del asfalto con un silbido. Me quemó el café. Me mordí la lengua al trocear en mi boca la tostada. Me estaba convirtiendo en un patético individuo, en un torpe freak.
- ¿Prensa, señor?
Las noticias políticas que ocupaban la primera pagina del diario no alentaban el optimismo. Se había desatado una guerra sangrienta en el cono de África y potencias sin escrúpulos vendían todo tipo de armas a los contendientes para que se exterminaran. En la política nacional las noticias de corrupción tejían una telaraña alarmante que prendía en sus redes a políticos de prestigio e hipotecaba su futuro, igualando éticamente derecha e izquierda. Pasé directamente a la sección cultural. Un tipo que no entendía absolutamente nada de música, un recién llegado a mi mundo, escribía una reseña patética sobre el último disco de Evelyn Jones y lo despachaba con un despectivo “primitivas raíces africanas” en la última producción de la reina del soul, la venus afroamericana. Terminaba diciendo que la Jones era mucho más hermosa que cantante. No hablaba de las influencias de Miriam Makeba y de Areta Franklin, de la voluntad de fusión de su música con un pie en el jazz y otro en las músicas brasileñas, ni de la calidez de su voz aterciopelada que competía con la nigeriana Sade. Mi indignación por lo que leía me hizo obviar la página de sucesos que daba cuenta de cómo un misterioso incendio, al parecer inducido, había devorado un piso del Ensanche barcelonés y a su solitario morador...Arrugué el diario con rabia, imaginando que era el cuello de Tony Sanjosé, el firmante de aquella pésima reseña musical, y me dispuse a marchar del hotel.
Estaba aquella mañana el mismo recepcionista del día anterior. Sonrió al verme.
- ¿Se marcha ya, señor?
- Sí, me marcho. La cuenta.
La nota de gastos estaba entre mis dedos y temblaba. Ahí constaba la noche en la habitación, el desayuno, pero había una botella de champaña y un platillo de ostras que debía haberse colado por error en la 333 de la 332 o de la 331 por culpa de la informática.
- Creo que hay un error. No he bebido champaña ni he tomado ostras.
El recepcionista tomó la nota, confuso, y estuvo buscando por el mostrador hasta dar con una factura. Me la mostró. En ella estaba mi firma de conformidad debajo de una botella de champaña francés de la marca más cara y un plato de ostras.
- ¿No se acuerda, señor Zaldivar?
- Lo había olvidado por completo - dije, tragando saliva y tratando de dar un aire de normalidad a mi rostro.
- No tiene importancia.
Firmé la factura visa y cuando iba a marcharme el recepcionista aún me proporcionó una nueva sorpresa.
- La señorita que iba con usted dejó esta mañana al marchar esta nota para usted.
Tomé el sobre con visible temblor y sonreí de forma estúpida.
- ¿Era una chica negra? - le pregunté.
- No lo puedo decir, señor. Mi turno empieza a las ocho de la mañana y ella marchó antes de que yo entrara. ¿No lo sabe usted?

***

La voz de Evelyn Jones suena en mi tocadiscos. La botella de Jack Daniels yace tendida en el suelo, vacía, y el vaso ha rodado por el parquet después de desalojar el hielo que llevaba dentro que pierde volumen y se convierte en un charquito de agua. La voz de terciopelo acaricia mis oídos mientras ella avanza por el pasillo con sus aires de gacela y paso firme, con la elegancia de las reinas sin corona, con el aplomo de una raza fuerte y decidida que ha hecho del músculo, la danza, la música y la voz su más firme divisa. Su perfil anguloso se recorta en el vano de la puerta con una desnudez suntuosa y la seguridad de quién no duda de la perfección de su cuerpo. Ojos que relampaguean, dientes que destellan, pezones que recogen toda la potencia del seno acumulándola sobre ese punto perfecto y oscuro que lo corona y uñas de pies y manos pintadas de un azul fosforescente. Anda y la curvatura de su cadera es un dibujo perfecto en donde anida toda la sensualidad del mundo. La reina del soul se agacha hasta tocar con los nudillos de las manos el suelo de la habitación y entonces sí que es un felino de nalgas potentes y patas estilizadas cuya mirada rojiza me electriza, dispuesto a devorarme cuando se decida a saltar sobre mí.
La letra de la canción habla de una mujer de fuego que quema a todo hombre con el que se relaciona. De cómo en la selva, las panteras, buscan machos entre los árboles y sus rugidos de placer despiertan a la fauna nocturna. De cómo las reinas africanas, famosas por su belleza y promiscuidad, copulaban con los más valientes y fornidos guerreros y sólo quedaban encintas del más perfecto de ellos.
Me levanto. Esparzo por el salón, por el pasillo, por el cuarto de baño, por la cocina, por último, sobre la cama, el contenido del bidón. Y luego me tumbo y me rocío, como con un perfume, con las últimas gotas. Y sobre la colcha, desnudo, espero su llegada, mujer llameante, mientras el disco, encallado, en la salita distante, repite metódico la misma estrofa, idéntica frase.
- Jesús, contesta, Jesús, soy Loli. Contesta.
Hasta que el auricular se funde y se convierte en una gran baba negra, humeante, devorado por el incendio. Y yo seré fuego tras ahogarme, emborrachado de humo. Y todo lo que recuerdo, poseo, amo, deseo, convertido en cenizas, sucumbiendo a esa tea que prende ella, justo desde el otro lado, con mi mano y mi mechero. Todo fuego menos ese viejo disco de vinilo que las llamas no consiguen fundir ni acallar y será el titular de la noticia que hable de mi muerte que no he leído en el periódico que me han dado en el restaurante del hotel en donde no he estado. ¿O sí?

FIN








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