DIARIO DE UN ESCRITOR

Valle de Arán, 29 de junio de 2011
Anoche también hubo tormenta y se fue la luz durante unos instantes, los precisos para que tuviera que bajar a tientas, asido a la barandilla, las empinadas escaleras de la buhardilla hasta el dormitorio. Más vale que no te rompas nunca una pierna en esta casa, me dijo el otro yo que bajaba iluminado por la luz de los relámpagos, o tendrás que reptar por los escalones como una serpiente.
Se duerme bien con la lluvia, con el rugido de los truenos. Por alguna rendija entraba el olor a tierra mojada mezclado con el aroma de los primeros panes del obrador de la esquina. Maravillosa conjunción de perfumes.
Me fui a dormir tarde, porque estuve reescribiendo esa novela negra que, al principio, no me acababa de convencer pero que, tras los últimos arreglos, me está gustando y crece en páginas y en detalles. Los nombres de los personajes tienen una importancia capital, aunque eso que diga parezca una absurda frivolidad. Dejé de leer La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, entre otros motivos, por el nombre de su protagonista. También porque me aburría mucho. Un nombre define a su personaje. Yo no me siento cómodo con el mío de niño pequeño, por ejemplo. Había una chica en la novela que tan pronto se llamaba Justine, su nombre de guerra, como Suzanne. Ninguno de sus nombres me gustaba y decidí cambiarlo ayer por la noche, media hora antes de que cayera la tormenta y se fuera la luz. Ha salido favorecido con el nuevo: Perlita. No voy a decir de dónde lo he sacado, es un secreto profesional, ni me lo digo a mi mismo, pero Perlita hará que reescriba su personaje, lo haga más humano y tenga carne, hueso y corazón.
Desayuné torrija con café con leche. Falté de nuevo a mi cita con Ana Pastor. Me levanto muy tarde y cuando el sol ni las ovejas ni los gallos me despiertan haraganeo en la cama. El ambiente estaba fresco y las nubes detenidas a mitad de las montañas, fantasmagóricas. El Garona bajaba gris e impetuoso con las lluvias de la noche. Compré El País a mi vecina argentina que le dijo boluda a una clienta, para hacer patria. Me fui luego a dar un paseo circular por la orilla del río, pasé por la perrera en donde ya no hubo perros que me ladraran, porque los habrán sacrificado, Susana, saludé a un par de caballos percherones que pastaban dentro de un cercado y dejaron de hacerlo para encararse conmigo, dejé atrás la central eléctrica del pueblo, la que me dejó sin luz la noche anterior, y regresé por la carretera.
De mi anterior existencia he aprendido a ser zen, a no irritarme por lo inevitable y de lo que no tengo culpa. Tampoco me irrito si la tengo porque no gano nada sino arrugas y ulceras. Días atrás no me irrité cuando se agotó el tóner de mi impresora y dejó mi trabajo a medias, inservible. Mala suerte, ya compraré tóner. Tardó en llegar una semana a este mundo perdido y rural. Si uno quiere campo se tiene que aguantar con lo que hay, y con lo que no hay. Tampoco me irrité cuando, repuesto el tóner, se encendió la luz de la impresora que me indicaba que el tambor se había consumido. ¡La de pegas que tienen estas malditas máquinas que son un saco sin fondo de gastos! Ni cuando mi proveedora informática del Valle tardó cuatro días en conseguir esa pieza. He permanecido impasible cuando ayer por la noche, después de cambiar el tóner y el tambor la impresora, la máquina ha seguido sin funcionar, burlándose de mí, poniendo a prueba mi capacidad de autocontrol. En otra de mis vidas, en la tercera o en la cuarta, habría tomado la enorme llave inglesa que tengo y le habría descargado un buen montón de golpes hasta hacer asomar sus tripas. No sé si tirarla o arreglarla, me pregunto mirando ese trasto que no me obedece pero fracasa en sus tres intentos de sacarme de mis casillas. Zen.
Zen estuvo Zapatero en el debate del estado de la nación, cuyo nombre es muy rimbombante pero contiene poca sustancia. Hubo su momento, cuando ZP, con voz quebrada, quizá con lágrimas en los ojos, vino a decir que todo lo hacía por España en lo que todos tomaron como su despedida y los lideres de todos los partidos le desearon lo mejor en su nueva vida alejado de la política. Que no nos quiera tanto nuestro todavía presidente por el que, que conste, siento respeto aunque crea que estuvo equivocado en su segundo mandato y no fue valiente. España no es una entelequia, no es ni siquiera un territorio y unas ciudades, son sobre todo unos ciudadanos de los que este gobierno se ha ido distanciando y dejando en la cuneta, son los cien mil que se han quedado sin casa el último año por los deshaucios que los indignados tratamos de detener, los cinco millones que no tienen trabajo, los jóvenes que tendrán que buscarse la vida en otro país porque éste no les ofrece alternativa posible.
España. El valle de Arán es extraño en su relación con sus vecinos. Este minúsculo y despoblado territorio no es España, tampoco Catalunya, ni Francia. Es Arán. Aquí, por ejemplo, en el mismo pueblo, se dan cosas impensables en el resto de Catalunya a la que el Valle está unida políticamente aunque tenga una cierta autonomía y su propio estatuto. Alguien cuelga de la puerta de su casa un letrero con la leyenda “Aquí vive un hincha del Real Madrid” sin que le suceda nada, que es lo que debería pasar en Barcelona, por ejemplo, pero no pasa. El mayor supermercado del pueblo se llama…Madrid y nadie va con un rotulador a tachar el nombre ni a quemarlo. Uno de los apellidos más comunes del Valle es...España. Mi ferretero, el que me vende la pintura negra con la que hice mi pequeño estropicio pictórico en la mesa, me contesta en castellano cuando yo le hablo en catalán. Arán es otra cosa muy diferente a todos los tópicos nacionalistas que imperan en la piel de toro. Por eso me vine aquí. Porque no es España, ni Catalunya, ni Francia, es Arán y tiene cosas de las tres.
Pero no parece que los catalanes estén muy cómodos dentro de España a juzgar por las encuestas: el número de los que desean que Catalunya sea un país independiente doblan a los que quieren seguir unidos a Madrid. Y no es una cuestión identitaria sino económica: la pela.

Comentarios

M. Deveriá ha dicho que…
Fantástico ese talante de los araneses. Un lugar de ensueño para vivir.
Perlita, con ese nombre, será, probablemente, una hembra caribeña y de sangre caliente, un personaje de esos a los que nos tienes acostumbrados.
En cuanto a las tormentas reales ( de las políticas, prefiero ni hablar), me llevan siempre a mi niñez, a aquellos hermosos veranos fresquitos y sanabreses.Me encantan las tormentas en la montaña, aunque a veces paso miedo porque siempre se va la luz.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Arán parece una república independiente, y no la de Ikea. En el pueblo, junto al Garona, hay un monumento al que fue alcalde de la localidad en los años 40, se echó al monte, formó parte del ejércitop francés en la lucha contra los nazis y participó en la conquista de los maquis de su Valle. Hay mucha historia y mucha gesta, por estos valles.
Las tormentas con gozosas. Oir cerca el ruido de los truenos, cuando estás bajo techado, una maravilla.
Se te espera cuando quieras.
M. Deveriá ha dicho que…
Gracias por el ofrecimiento, de verdad. Quiero ir al final del verano ( bueno, quiero ir ya, pero no puedo, jeje).

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