DIARIO DE UN ESCRITOR
Medford, 6 de mayo de
2013
07:00 AM. Suenan los
despertadores. Los apagamos y nos levantamos de la cama. Hoy el desayuno es
tostada con mantequilla (la poca que sobró de hacer los cinco huevos revueltos
con queso y mortadela, ayer) y café de Starbucks.
08:00 AM. On the road. Cae una fina llovizna.
Suerte que es hoy el día de lluvia y no ayer. Me pongo al volante del Hyundai
fucsia después de haber cargado todo el equipaje. Abandonamos Yosemite por una larga
e interminable carretera con curvas que cruza el parque y va bajando muy
lentamente. Sigue la fina llovizna. Doy un frenazo en seco para no atropellar a
una ardilla de cola enorme.
10:00
AM. El GPS nos lleva por carreteras secundarias en vez de por la autopista 5
North. Llevamos un cuarto del depósito. No hay casi poblaciones, y las pocas
por los que pasamos no tienen gasolineras, o las gasolineras que hay, contadas
con los dedos de la mano, están cerradas. M.J. se pone nerviosa. Yo he
aprendido a no perder la calma cuando algo no está en mis manos. Finalmente, en
un pueblo de quinientas almas un particular, un tal Biddle Rock según consta en
el rótulo comercial, tiene dos postes de gasolina y una tienda de chucherías con
baño. Cargamos el depósito y vaciamos las vejigas.
11.00
AM. El caprichoso GPS nos lleva por carreteras paisajísticas de tercera y nos
hace pasar por pueblos que M.J., que lleva viviendo cincuenta años en este país,
no conoce. Cultivos de fresas, de cerezos, de naranjos. A pie de carretera hay
casetas en donde venden fruta fresca. Toda California es un campo de cultivo
infinito. Me pregunto quién come todo lo que se produce.
12:00
AM. Vacas. Miles de vacas frisonas y negras. Hacinadas y comiendo pienso en sus
pesebres. Fábricas gigantescas de leche junto a las granjas de ganado vacuno.
Flotas de camiones cisternas con sus cubas relucientes y sus morros prominentes
que llevan la leche de California a todo el país. Vacas industriales.
01:00
PM. Llegamos a la zona de los arrozales. Millares de hectáreas inundadas por
los lagos de arroz. Algún pato nada. Prados verdes de arroz que no se parecen a
las terrazas de Bali. Enormes silos, como casas de diez pisos, en donde se
almacenan las miles de toneladas de arroz. ¿Quién se lo come?
02:00
PM. Seguimos por esa ruta agrícola, pasando por pueblos que anuncian rodeos. De
cuando en cuando mensajes religiosos que alguien pone en el tejado de su casa. Dios es nuestra sangre. Carteles que
anuncian cementerios de veteranos. Vietnam, Irak, Afganistán. Adelanto a un
veterano que pedalea con su bicicleta por el arcén y lleva en la parte trasera
de su vehículo de dos ruedas dos grandes banderas de Estados Unidos. Le digo a
M.J. que lo recojamos en el coche. Se niega.
02:30
PM. M.J. pierde la paciencia por el GPS. No es muy buena la relación de ella con
la máquina. Ironizo con que tendrán que ir ambas a terapia. M.J. se hace con el
volante del coche y yo ocupo el asiento del copiloto. Estamos perdidos en
Sacramento, la capital del estado. Finalmente, tras dar muchas vueltas, M.J.
encuentra la Intertestatal 5 Norte (si no sabes bien los puntos cardinales
estás perdido en este país) y ya se tranquiliza. La voz femenina del GPS
protesta e intenta, en vano, sacar a M.J. de la 5. M.J. insulta al robot que
tan mal le guía por carreteras secundarias. Apunto que yo disfruto en las
carreteras secundarias. No tiene éxito mi comentario.
03:00
PM. Repostamos de nuevo aunque el depósito está lleno. Es una obsesión de M.J.
Le entra el pánico en cuanto ve que el depósito está por la mitad. Aprovechamos
la parada para comer. No sé cómo se llama el pueblo. Me apetece un restaurante
chino de comida mandarín y cantonesa, pero está cerrado. Entramos en un Denny’s.
Me aburren esos establecimientos de comida rápida que en este caso, por escasez
de empleadas, no lo es tanto. Pienso en Mike Demon y las espantosas tortitas
con sirope que comía con los huevos a la plancha. Pedimos una ensalada César.
No acabo de acostumbrarme a encontrar trozos de pollo seco con lechuga regada
con salsa de queso. Además echo en falta los picatostes. Bebemos agua con hielo
con una pajita. Una de las camareras, la joven, se parece físicamente a la del
hotel neoyorquino de Dominique Strauss Kahn. Me asombra la ausencia de cultura
gastronómica en esa parte del país. Salvo San Francisco en la costa Oeste.
Tiene la gente de esta zona estómago de vaquero. Entran clientes que se llevan
comida del Denny’s a su casa, por vagancia, porque no saben cocinar, porque su
atrofiado paladar encuentra buena esa comida.
04.00
PM. Vamos Camino de Oregón. Creo que
es un western de Andrew W, MacLaglen, el típico artesano. La interpretaba John
Wayne. Pues vamos Camino de Oregón
por la Intesestatal 5 que va repleta de coches. Dormito. Hago una siesta
española. Noto cómo se me vence la cabeza hacia adelante. Tengo, mientras me
duermo, pensamientos bobos acerca de la comida norteamericana. ¿Me sorprendo
por el pollo frito y seco en la ensalada y no por el atún en conserva? Usos y
costumbres. Paladares. Veo imposible vivir en este país.
06:30
PM. Me despierta la voz femenina del GPS. Seguimos en California, pero el
paisaje ya no es llano sino montañoso. Al norte de California siempre llueve.
Así que llueve, del mismo modo que al sur de California siempre luce el sol.
Está todo el cielo cubierto. Llueve con fuerza. Cruzamos un paisaje de suaves
montañas cubiertas de pinos alpinos. De cuando en cuando un verde prado. Y un
letrero en el arcén: Bienvenido a Oregón.
07:00
PM. Descarga una fuerte tormenta, con algún que otro trueno, cuando llegamos al
Motel 6 de Medford, Oregón. La empleada es toda simpatía. Nos hacen un
descuento por mayores. Ayer nos quisieron ceder el asiento en un autobús del
parque Yosemite. Miramos con muy mala cara al joven amable al que se le heló la
sonrisa. El motel está al lado de la carretera, por lo que oiremos el ruido de
los coches y camiones. La insonorización de las habitaciones brilla por su
ausencia. Cuando el vecino de cuarto se ducha parece que se esté duchando en
nuestro baño. Abro la puerta para comprobar que no es así. Tiene el Motel 6
wifi. Pero eso es teórico. El wifi no es uno de los activos de esta cadena de
moteles. No funciona. Así es que sigo desconectado del mundo.
09.00
PM. Acabo Perdida de Gillian Flynn.
Irregular aunque interesante. Quizá le sobren 200 páginas. Todo el mundo hace
ahora novelas enormes. Yo escribí alguna de mil páginas, así es que no soy
quien para decirlo. De Perdida me
gusta sobre el todo el juego psicológico de ese matrimonio peculiar formado por
Nick Dunne y la perversa Amy Elliot Dunne. Suerte que la novela la escribe una
mujer, porque si no podrían tildar al autor de machista.
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