DIARIO DE UN ESCRITOR
30 de agosto de 2010
Me despierto, lo que es una suerte después del día de ayer que tuvo final de ciencia ficción, serie B, cuando vi un fotofobo, de dimensiones monstruosas ─ ¿qué coño comen esos animales? ─ trepando por una pared ─ ¿desde cuando trepan? ¿y vuelan? ─ con la intención de buscar cobijo en el interior de un buzón. Imagino la cara de susto del que abra, meta la mano para sacar su correspondencia y se encuentre con semejante inquilino. Y con esa imagen, más todo lo que sucedió antes, me fui a la cama. Y desperté, ya digo. Sin abluciones, sin desayunos, corrí al bar en donde estuve ayer y hablé con la camarera que se acordaba de mí. De la cartera, nada. En dos ruedas recorrí la ciudad de los dos ríos y me fui a Tráfico, que está en el quinto pino. Tras hacer cola y pagar 19 euros me dieron un permiso de conducir provisional que espero no perder. Y me fui a desayunar, a una cafetería decimonónica, adornada con ángeles, por todas partes, en el techo, tras la barra, un café con leche y croissant que alterné con la lectura de El País.
De lo que leí me interesó que Naomi Watts, la maravillosa y rubia actriz inglesa, encarnará en una película a M.M. y seguro que lo hará bien. Ya estuvo sensual con David Lynch en Mullholand Drive. De regreso compré en un quiosco Qué Leer y me enteré de que mi colega Fernando Marías está haciendo una promoción muy especial y original de su próxima novela, que gira en torno a la memoria histórica, y publica SM: videos, cómics y otros soportes. Y en mi apartamento me duché, miré mi agenda de trabajo, sin dejar de pensar ni un solo momento en esa desdichada pérdida de documentos y tarjetas que me lleva amargando un par de días, haciéndome perder un tiempo considerable y descentrándome.
Antes de las 2 me fui a ver a un amigo y colega de La Caixa e hicimos averiguaciones por si los propietarios de mis tarjetas habían intentado hacer un uso fraudulento de ellas. Ni un solo intento, lo que todavía me produce más extrañeza. Si nadie ha devuelto el billetero a objetos perdidos, y si no intentan utilizar mis tarjetas, ¿para qué me han robado? La casuística dice que el ladrón de tarjetas, que recibe como miel sobre hojuelas con ellas un carné de identidad, intenta utilizarlas en cajeros automáticos introduciendo la fecha de nacimiento de su titular como número clave. Ahí se equivocan conmigo, pero es que no lo intentaron. El segundo movimiento que suelen hacer es ir a comprar, llenarse el depósito de gasolina o correrse una farra a mi salud: quiénes cogen una tarjeta de pago no suelen mirar con detalle el DNI y menos comprobar que quien lo exhibe sea quien dice ser. Pues tampoco. Y todo esto me desconcierta. Si pusiera el caso en manos de la policía, que lo he puesto y como si nada, no moverán un dedo y harán bien en no hacerlo por un caso tan nimio, y les contara las circunstancias de la pérdida tendrían más de un sospechoso. Decido que la obsesión no me sobrepase, que puesto que no voy a recuperar esa cartera, y aunque la recupere de nada me va a servir, porque ya he sufrido todas las molestias posibles en pedir duplicados de tarjetas y documentos de identidad. Me queda el pasaporte, para identificarme. Lo esconderé como oro en paño. Y llevo dos días sin leer a Coetzee, de cuyo Verano me quedan páginas, ni escribir más líneas que éstas.
Voy al súper de los chino a comprar pan, café para llenar el frasco vacío, tal como me aconsejó que lo hiciera con urgencia un lector de esto, leche y patatas fritas adictivas. Como ajoblanco, que descubrí por azar en mi nevera, de hace un para de días, frío magníficas patatas con huevos y me zampo la mitad de un mango, eso sí, con mucha agua, porque con tanto cruzar Granada de punta a punta me he deshidratado.
Y me relajo escuchando Caravanserai de Carlos Santana, cerrando los ojos y volando, en un salto al pasado, a mi comuna hippie de La Floresta. Pero despierto. Y estoy aquí, con los años que me tocan, el pelo corto, el rostro arrasado por las arrugas, sin tarjetas de crédito y sin cartera.




Y me relajo escuchando Caravanserai de Carlos Santana, cerrando los ojos y volando, en un salto al pasado, a mi comuna hippie de La Floresta. Pero despierto. Y estoy aquí, con los años que me tocan, el pelo corto, el rostro arrasado por las arrugas, sin tarjetas de crédito y sin cartera.
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Estaré anunciando en mi blog sobre este premio.
http://lunadesalymiel.blogspot.com
Besos