CINE / FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN (6)

FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN.
SEXTA JORNADA

Pasado el Ecuador, administro tan perfectamente los tiempos que hoy hasta puedo desayunar en Oquendo café con leche, cruasán y zumo de naranja. En el Principal me espera una suave historia de amor coreana dentro de la sección Nuevos Directores. Otra historia de amor va de relaciones lésbicas, como la chilena Rara, pero con el ingrediente pasión de los inicios y una escena de sexo que nada tiene que envidiar a la de Porto. Yoon-ju (Lee Sang Hee) es una estudiante de Bellas Artes de treinta años que no tiene todavía novio. En una tienda de segunda mano, en donde compra objetos varios para su composición artística de fin de curso,  coincide con la desinhibida Jii-Soo (Ryu Sun-Young) que  trabaja de camarera en un restaurante y en un bar de copas. Cuando Jii-Soo le invite a pasar la noche en su casa,  Yoon-ju se dará cuenta de que le gusta e inicia una relación amorosa con ella. El coreano Lee Hyun Ju narra los contratiempos de esa relación desigual, los desequilibrios amorosos que suelen producirse. Bien realizada, pero escasa sustancia.

Llegó la neoyorquina Sigourney Weawer al festival y hoy lo hará un cineasta de peso, Oliver Stone, y la española Isabel Coixet. La heroína de Alien pasea su elegante estampa por la Concha. Imposible verla yo, que estoy sumergido en las catacumbas del cine. La familia Bigas Luna está en el festival, y cuando hablo de familia no me refiero sólo a su familia directa, a su viuda Cèlia Oròs, sino a esa otra familia hacia la que el director mostró siempre un enorme cariño. Bigas Luna fue el otro padre de Javier Bardem, Jordi Mollá, Leonord Watling y Aitana Sánchez Gijón que han estado aquí acompañando ese último viaje que es Bigas x Bigas.

Se produce el segundo escándalo del festival, la segunda película que hace salir precipitadamente, de estampida, a algunos espectadores del Kursaal. La chilena Jesús de Fernando Guzzoni va a la Sección Oficial y contiene escenas de sexo real entre varones y una larguísima y terrible secuencia de linchamiento nocturno en un parque. Revuelve conciencias, de eso se trata, y también estómagos. Jesús es un adolescente sin rumbo que vive con un padre hosco que muestra nulo afecto por él; tiene un grupo de amigos, en parecida situación, con el que ensaya coreografías con la idea de que alguien se fije en ellos; pasan el tiempo muerto esnifando cola, viendo videos snuffs de decapitaciones y buscando en el sexo hetero u homosexual un desahogo momentáneo sin afecto. En una noche de borrachera, linchan a un joven en un parque, simplemente para divertirse. Cuando Jesús, el más débil del grupo, quien todavía tiene un mínimo atisbo de humanidad, confiese a su padre su fechoría, se le plantea a éste un doloroso dilema hacia la carne de su carne. Jesús habla de la banalización de la violencia, de la ausencia de valores éticos en la sociedad presente, de la dejación de responsabilidad de los padres en la educación de los hijos y de una juventud desnortada que actúa como psicópatas y tanto puede caer en las redes de los narcos como en la de los terroristas islamistas. Otra película terrible, como la polaca, sobre jaurías formadas por cachorros humanas.

Me temo que me estoy convirtiendo en una página de publicidad gratuita de Oquendo. Ya he establecido un rito y a las 14 horas estoy como un clavo en el local en el que ya soy cliente habitual. Como el mejor salmorejo posible, y, puestos a ser fiel a la gastronomía cordobesa, sigo con lomo ibérico con setas. La simpática camarera que me atiende me ofrece un gin tónic regalo de la casa.   

Dejemos a un lado a los psicópatas y a los chicos malos. La mayor parte de la humanidad está formada por gente buena, honrada, íntegra. Esos son los personajes eternos de ese irreductible luchador del cine social que es Ken Loach. Yo, Daniel Blake es el retrato de un ciudadano cualquiera en esta Europa devastada por la crisis inventada para laminar a la sociedad, para que suceda precisamente lo que acaba pasando en la película del director de Felices dieciséis. Daniel Blake es un carpintero viudo que sufre un infarto y al que no le dan la invalidez provisional y tampoco trabajo porque no es apto para él. Una endemoniada burocracia, con sus normas absurdas, y un servicio sanitario externalizado le pondrán todas las trabas habidas y por haber. En su odisea, este luchador que no agacha la cabeza se encuentra con una joven madre con dos niños y sin trabajo que no puede encender la calefacción y ha de prostituirse. Daniel Blake lo ve claro: todo se orquesta para que los Daniel Blake de este mundo, el excedente humano, desaparezca de los ordenadores. La burocracia mata, en el Reino Unido de los conservadores. La película de Ken Loach, como todas las suyas, destila humanismo social y peca de ingenuidad.

Seguimos con el cine de denuncia. Del Reino Unido a Estados Unidos, y, de nuevo, al estado que no está al servicio de sus ciudadanos sino contra ellos. Snowden es una película muy esperada aunque su director, Oliver Stone, ha perdido su fuelle narrativo hace muchos lustros, y aquí no lo recupera. De los drones usados para fines pacíficos, para esos maravillosos planos cinematográficos aéreos, a los drones como armas de asesinar indiscriminadamente con un simple click de ordenador. Ed Snowden puso al descubierto un programa de control de comunicaciones masivo que conculcaba las leyes de su país. Al margen de sus buenas intenciones de denuncia política, que nadie le discute, el director de JFK construye un thriller farragoso y carente de tensión en el que el espectador se pierde en la maraña de datos informáticos y pantallas con algoritmos y poco conoce a su personaje central más allá de ser un agente de la CIA que fue desengañándose paulatinamente. Ed Snowden, como Julian Assange, los mensajeros, están proscritos, mientras que los delitos denunciados no se han juzgado ni sus responsables han sido puestos a disposición de la justicia. Eso es el poder: la impunidad.


Viajo al paisaje desolado de la Patagonia en El invierno, de la mano del argentino Emiliano Torres que concurre en la Sección Oficial, a una hacienda de ovejas al cuidado de un anciano capataz, Edie (el actor chileno Alejandro Sieveking, el cura mudo de El club) a la que cada verano sube una cuadrilla de hombres para esquilarlas. El hacendado jubila forzosamente al anciano que regresa a una ciudad en la que no se ubica porque su hija no quiere saber nada de él y sus nietos ni le conocen. Mientras, el más joven de la cuadrilla, una guaraní llamado Jara (Cristian Salguero) se hace cargo de la hacienda patagónica. Y cae el invierno, frío, desolador y hasta inquietante. Naturaleza hostil y vida dura servida con imágenes de fría belleza y personajes hoscos y solitarios y un curioso viraje del realizador hacia el cine de terror (por un momento esa hacienda destartalada barrida por el viento, que se queda sin luz porque se estropea el generador, de la que se ausentan los perros y un caballo aparece malherido en la caballeriza, puede remitir a John Carpenter) y hasta al western (Jara cabalgando y descubriendo el escondrijo de un intruso en la zona) que no chirría. 





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