LITERATURA / DEMASIADO RUIDO, DE JOSÉ JAVIER ABASOLO
DEMASIADO RUIDO
José Javier Abasolo
Lo digo porque lo siento: José Javier Abasolo es uno de los
mejores escritores de novela negra de Euskadi (ahí está Jon Arretxe, haciéndole la competencia, y Juan Bas afilando su humor desternillante) y un autor que nadie que
ame la novela negra debería perderse. Una larguísima carrera de títulos—Pájaros sin alas, La luz muerta, El día de la
independencia, La última batalla, Antes de que todo se derrumbe, Una del Oeste— y algunos premios—Prensa Canaria y Francisco
García Pavón— avalan a este
abogado de Bilbao de la cosecha del 57 que suele introducir afilados estiletes
en una prosa aparentemente, subrayo lo de aparentemente,
átona y pausada. Forma parte de su estilo literario, de su personalidad: hablar
de cosas atroces sin cargar las tintas; introducir el elemento irónico para
establecer una cierta distancia entre lo narrado y el lector, un recurso que él
utiliza de forma magistral mientras otros desbarran. Cuestión de talento.
Estructurada Demasiado ruido alrededor de la misteriosa
muerte de un mendigo, abrasado por un grupo de subsaharianos—otro acierto de la novela,
la enumeración de los capítulos y su exacta localización temporal: Capítulo I. Siete meses antes de la muerte
del mendigo, y así sucesivamente—, Mikel Goikoetxea, Goiko, ese antihéroe tan humano
como el propio José Javier Abasolo,
expulsado de la ertzaina injustamente y que malvive como detective privado sin
éxito al que tientan con feos asuntos—Es cierto que
saliste bien librado de aquellas acusaciones, pero eso es agua pasada y ahora
tan solo eres un civil que trabaja como detective. Y por lo que sabemos,
metiéndote en asuntos para los que un detective no tiene competencias—, indaga lo que hay detrás
de esa muerte brutal y sin explicación y descubre una madeja criminal en la que
están implicados subsaharianos, policías marroquíes y un viejo conocido rumano.
José
Javier Abasolo es brillante tanto en la descripción anímica de sus personajes—Porque está muerto, lo sabe. Que ande, que mueva los
brazos para abrir la puerta de la habitación, que sus ojos alcancen a ver dónde
están situadas las escaleras, no son más que gestos mecánicos—como en su desastrada
vestimenta consecuencia de ésta—Y es que allí estaba yo, al
otro lado del vestíbulo, un hombre vestido con una vieja y sucia camiseta que
un día ya muy lejano había sido blanca y que tenía varis agujeros a la altura
del ombligo y de los sobacos, un holgado calzoncillo también de color blanco
que había combatido en mil batallas y que, seguramente, las había perdido
todas, sin afeitar, totalmente despeinado y oliendo a una mezcla de alcohol de
garrafa y perfume barato de mujer—.
Hay en Demasiado ruido escenas sencillamente memorables, por su maestría
literaria y gracia con que están contadas, como cuando Goiko interrumpe una
fiesta de borrachos vecinos que le impide dormir y con un diálogo tan natural
como brillante, que seguro el escritor vasco ha oído en algún lugar, reconduce
la situación que está a punto de tensarse, o hace gala el autor de su humor
irreverente, que ya es marca de la casa: Y
también es cierto que, por lo que es su momento me confesó mi difunto amigo y
antiguo benefactor y beneficiario de las señoritas, éstas follaban como leonas
y sabían chuparla como dios, en el dudoso caso de que Dios se dedicara a esos menesteres
lo que, según las últimas reflexiones de los teólogos vaticanos, no parecía muy
probable.
Estaba
claro que lo suyo no eran los títulos ejecutivos, con o sin convenio regulador,
sino más bien ejecutar a la gente, independientemente de sus títulos. Observo, y me
congratula como amigo y colega porque, si la memoria no me falla, se lo
aconsejé, que José Javier Abasolo
recupera en Demasiado ruido a alguno
de sus personajes más duros y siniestros de novelas anteriores, como el sicario
rumano Vladimir, un villano que hiela la sangre, un hallazgo literario al que
debía darle otra oportunidad: Lo que
precisamente no es el caso ya que el trabajo de Vladimir es, o ha sido hasta no
hace mucho, matar a la gente.
Demasiado
ruido es multicultural, en la peor acepción de la palabra, porque está lo
peor de cada cultura: un sicario rumano; un policía marroquí absolutamente
corrupto y oscuro que mueve los hilos, Salif; y un grupo de subsaharianos
asesinos, más un grupo de putas, esas sí, tiernas y agradecidas, que recibe
Goiko como herencia, son algunos de los personajes que pueblan ese Bilbao por
cuyas calles José Javier Abasolo circula
con su última novela negra.
En el plano de la estructura
narrativa es un acierto que José Javier
Abasolo vaya poniendo el foco en uno u otro personaje, lo que hace que la
novela, a pesar de sus más de 400 páginas, se lea con fruición, y que utilice
el autor de Antes de que todo se derrumbe
tanto la primera como la tercera persona con habilidad endiablada sin que se
pierda nunca el hilo narrativo ni baje un ápice el interés.
José
Javier Abasolo es uno de los grandes de la novela negra española, pergeña personajes
de gran humanidad (el propio Goiko y su relación sentimental con Lola, porque
no todo es muerte y desazón en la novela negra, aunque sí, hasta ahí también),
domina una prosa eficaz, tiene un exquisito oído para los diálogos y maneja la
tensión dramática in crescendo.
Sólo una pega, porque nadie
es perfecto (Billy Wilder dixit): sobran las explicaciones de las
últimas páginas.
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