CINE / FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN (8)

FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN.
OCTAVA JORNADA

Ando muy despistado, definitivamente. Se me ha escapado Mónica Bellucci y no me entero de que Jennifer Connelly, una de las actrices que este que escribe adora desde que la vio en Érase una vez en América de Sergio Leone y la volvió a encontrar en Réquiem por un sueño o La brigada del sombrero, estuvo a dos pasos de cruzarse conmigo. Este maldito vicio del cine no me deja tiempo para frivolidades de ningún tipo. La cinefilia es una especie de sacerdocio. He perdido todo el bronceado de días atrás. Soy hombre murciélago.
Hoy no hay sesión a las 10 de la mañana, por primera vez en el festival, y me siento francamente raro desayunando tranquilamente en Ogiberri, una de las muchas panaderías que se habilitan como cafeterías a condición de que uno sea su propio camarero, así es que desayuno un zumo de naranja amargo, un enorme pastel vasco con ikurriña y rebosante de crema y un café con leche porque me espera una película japonesa de casi dos horas y media y no es cuestión de que rujan las tripas a mitad de proyección en el Kursaal. Y mientras desayuno apaciblemente, porque dispongo de más de una hora para hacerlo, compruebo estupefacto el entusiasmo que produce La reconquista, la que para mí es una de las peores películas de la selección oficial, mano a mano con la sueca El gigante. ¿Será que ya no sintonizo con las nuevas tendencias del cine?
Mientras se consume el tiempo para que deje San Sebastián, empiezo a elaborar mentalmente mi quiniela de posibles películas vencedoras del certamen, pero seguro que me equivoco en mis predicciones y La reconquista, Colossal o El gigante  marchan de Donostia con alguna Concha bajo el brazo. El cine es algo muy personal y lo que a uno le pueda parecer sublime a tu vecino de butaca le puede parecer una plasta insufrible. Pero vamos a por mi hit parade de la Sección Oficial y la lista de películas que merecerían salir con algún premio bajo el brazo bajo mi modesto parecer: la argentina El invierno de Emiliano Torres, atmosférica, bella, inquietante, con personajes de verdad que no tienen que hablar mucho para definirse y mucho cine en cada uno de sus fotogramas; la chilena Jesús de Fernando Guzzoni, la más cruda del certamen, sin duda, pero demoledora en su retrato de esa relación padre/hijo tan terrible y distante, y por la provocación de sus imágenes; la británica Lady Macbeth de William Oldroyd, que, pese a su clasicismo estético, resulta rompedora en el tratamiento de los personajes y en la crudeza de alguna secuencia; la polaca Playground de Bastosz M. Kowalski, helado retrato de unos psicópatas infantiles; y ese casi redondo thriller español que Rodrigo Sorogoyen borda en Que Dios nos perdone. Apuesten lo que sea a que no acierto ninguna.

Rage es el thriller japonés que va a competición. Li Sang –Il tiene oficio, sabe manejar la cámara, obtiene impactantes encuadres con ella (benditos drones y sus espectaculares tomas aéreas de esa lancha que va y vine a un islote), maneja un presupuesto alto, y todo eso se agradece. Si añadimos que la película ha sido rodada en la isla tropical de Okinawa, de arenas blancas y aguas turquesas, tendremos un empaque visual impactante. Un crimen sangriento, un matrimonio que aparece masacrado en su casa, sacude la vida tranquila de una pequeña población de pescadores de la isla  y origina un entramado de sospechas entre sus habitantes. Dos chicas y un joven homosexual temen que su pareja sea el asesino despiadado.
Li Sang-Il construye su relato cinematográfico sobre falsos culpables pero la historia central, con la que se inicia, se pierde en esas subtramas sentimentales. Una de las protagonistas femeninas, además, es violada por un grupo de soldados americanos, para dispersar más la atención. La imbricación de esas tres historias sentimentales en la trama policial inicial, de la que acaba olvidándose el director para retomarla al final, es uno de los puntos débiles de un film cargado de fuerza pero con un guion fuera de toda coherencia y tramposo (cualquiera puede ser el asesino y, finalmente, no es eso lo medular de la película). Lee Sang-Il abusa, además, de subrayados sonoros y musicales.  Pero, y eso es un punto a favor, la película no aburre, es muy entretenida.

Sobre el papel no perecía muy atractiva la incursión de Denis Villeneuve en la ciencia ficción. Leyendo la sinopsis de la película Arrival parece que sea una versión menos edulcorada de Encuentros en la tercera fase, porque la premisa argumental es la misma: una serie de naves extraterrestres llega a la tierra y el coronel del ejército norteamericano Webber (Forest Whitaker) contacta con una lingüista muy competente, la doctora Louise Banks (Amy Adams), y el científico Ian Donnelly (Jeremy Renner) para que se enteren de cuáles son las intenciones de los alienígenas. Pero tratándose del director canadiense Denis Villeneuve, al que descubrí en Incendios y me subyugó con ese thriller fronterizo y de narcos llamado Sicario que vi en la pasada edición del festival de San Sebastián, no podía defraudar. Arrival, La llegada cuando se proyecte en salas comerciales, es ciencia ficción filosófica, así es que esta película con austeros efectos especiales, pero más que suficientes, y unos extraterrestres hectópodos que se comunican a través de un vidrio irrompible en el que proyectan su particular lenguaje en forma de dibujos circulares con una tinta que sale de sus cuerpos, como si fueran calamares gigantes, se aleja del almíbar de Steven Spielberg para aproximarse a la trascendencia de Stanley Kubrick. Denis Villeneuve, que domina a la perfección los recursos visuales de la película y no rehúye lo inquietante (la humanos trepan por un largo pasadizo ingrávido para acceder a la nave que es un gigantesco bloque de piedra negra), da un salto en el vacío, que le sale redondo, introduciendo con naturalidad pasmosa en la trama la relatividad espacio / temporal que se aplica sobre sí misma la doctora Louise Banks, y el film desprende, en sus minutos finales, un halo perdidamente romántico que enaltece lo que parecía una historia de ciencia ficción pura y dura. Hay que descubrirse ante la versatilidad del director canadiense cuya película, si concursara en la sección oficial, saldría con premio, pero es una perla, un diamante, diría yo, a la altura de Frantz de François Ozon.

 Y llegamos al final, un buen broche para este festival de cine. L’Odyssée de Jerôme Salle es una lujosa producción rodada en escenarios naturales de gran belleza que gira en torno a la controvertida figura del comandante Jacques Yves Cousteau (Lambert Wilson se mete de lleno en el papel, lo borda), más hombre de negocios que defensor de la naturaleza, y su hijo Philippe (Pierre Niney, el intérprete de Frantz), un verdadero ecologista con el que a menudo estuvo enfrentado. De gran belleza plástica (las imágenes de la Antártida son espectaculares) y con momentos dramáticos muy bien resueltos (tanto Lambert Wilson como Audrey Tautou, que interpreta a la abnegada esposa del oceanógrafo, están sencillamente impecables cuando reciben la peor noticia posible), L’Odyssée es un ejemplo de cine comercial realizado con una gran dignidad.

Y hasta aquí he llegado. Ahora es la hora de los jurados.




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