CINE / PASOLINI
Pasolini
Abel
Ferrara
Muy
lejos queda el Pasolini de Abel Ferrara (Nueva York, 1951) de las
grandes películas negras del director italoamericano, de El funeral, concretamente, y de Teniente
corrupto. La carrera de este director, nacido en el conflictivo barrio del
Bronx, se ha estancado y parece que ya poco tiene que decir.
La
película sobre los últimos días del director de Teorema, personalidad bastante más atormentada que la del
neoyorquino, no arroja luz sobre la versión oficial sobre su violento fin: lo
asesinaron por homosexual. El director norteamericano desaprovecha la ocasión
de acercarse a uno de los artistas más incómodos al que el sistema hizo
desaparecer de forma drástica tras rodar un film que pocos pueden soportar por
su crueldad visual y su provocación: Saló,
o las 120 días de Sodoma, una película cuyo rodaje y distribución sería
ahora impensable. El polifacético izquierdista, un burgués desclasado, vivió
siempre en el filo de la navaja y disparó a diestra y siniestra a través de un
cine cada vez más ácido que resultaba insoportable a los poderes facticos, más
a raíz de su obra póstuma contra el fascismo. Pier Paolo Pasolini era un moralista que vivía su sexualidad con
complejo de culpa y cuyo pensamiento político, de una radicalidad visceral, no
casaba con la ortodoxia partidista italiana.
Al
Pasolini de Ferrara le chirria algún fragmento—el
desarrollo de un guión que no llegó a cristalizar por la súbita muerte de Pasolini y que interpreta uno de sus
actores fetiche, Ninetto Davoli,
sencillamente penoso con orgías incluidas—pero brilla
cuando Willem Dafoe, cuyo parecido
con el cineasta asesinado es sorprendente, se apodera de la pantalla con su
envolvente personalidad y su perfecta dicción. Haciendo de Laura Betti, amiga íntima del cineasta, encontramos a María de Medeiros sobreactuada, y
choca, por la cuestión idiomática, que Abel
Ferrara, que rueda en Italia y con un equipo italiano hasta la médula, haya
optado por el inglés.
La
secuencia del asesinato del director de Mamma
Roma, en una sórdida playa de Ostia y tras recibir una brutal paliza, tiene
el tono oscuro que presidió la vida de este burgués que buscó el sexo de pago
con chaperos en los ambientes más sórdidos y marginales. Incomodan mucho más
los áridos films del director de Bolonia, que, confieso, nunca me acabaron de
gustar precisamente por su aridez visual, que este biopic parcial que lleva la firma del italoamericano Abel Ferrara. Da la sensación en Pasolini de que el poeta, narrador,
ensayista y cineasta italiano estaba buscando de alguna forma su expiación y
martirio cuando acudió a esa sórdida cita sexual en una desabrida noche del 2
de noviembre de 1975, de que iba a la búsqueda del castigo a toda una vida de
desórdenes.
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