LITERATURA / LA ÚLTIMA LLAMADA DE EMPAR FERNÁNDEZ
LA
ÚLTIMA LLAMADA
Empar Fernández
Tiene
la novelista Empar Fernández un
territorio propio dentro de la novela negra española que nadie le disputa: el
de la novela psicológica que gira en torno al dolor sobre la pérdida. Había una
pérdida en esa mujer que no bajó del
avión de su anterior novela, también publicada en la colección Off Versátil
que dirige David G. Panadero, y la
hay en La última llamada. Empar Fernández novela en esta ocasión lo
peor que le puede pasar a una familia: perder a uno de los suyos; perder a una
hija, en una noche, y no saber absolutamente nada de ella; vivir en esa
angustia espantosa de no saber si el ser querido está vivo o ha muerto;
culparse uno a otro de esa desaparición traumática; no poder hacer el duelo y
agarrarse a cualquier posibilidad, por absurda que sea, para seguir manteniendo
la esperanza de encontrar a la hija desaparecida. La crónica de sucesos está
repleta de estos casos.
Noemí
Monteagudo desaparece tras una noche de fiesta. Hace una llamada con su
teléfono móvil a su padre desde el autobús que coge, pero su padre no responde.
Desde entonces el silencio y unas pesquisas policiales que no dan resultado en
tres años. Un show televisivo, pilotado por una médium que asegura entrar en
contacto con los muertos, abre a la familia un abanico de esperanzas de
comunicarse con esa hija desaparecida a la que dan por muerta pero no
encuentran.
Describe
con precisión Empar Fernández el
dolor que siente Julio, el padre, o Sergio Alcaide, el novio de Noemí, que
busca expiar sus culpas aunque sea aguantando los golpes de éste sin responder.
—No tienes derecho, cabrón. No tienes derecho. No puedes…Tú también tienes la
culpa. También la tienes, hijo de puta. Ella está muerta y tú también tienes la
culpa. ¿Cómo puedes pensar que mereces un hijo?, cuando se entera el padre de
Noemí de que su antiguo novio ha rehecho su vida.
Sabe
anclar su última novela Empar Fernández
en la más rabiosa actualidad, en esta época de crisis y desahucios que nos ha
tocado vivir, de rabia social a duras penas contenida y que alumbra nuevas
formaciones políticas en las que muchos ponen sus esperanzas. Pero para esa
familia huérfana y rota no hay bálsamo posible.
Describe
con precisión la autora de La mujer que
no bajó del avión el entorno familiar de Noemí Monteagudo, la protagonista
ausente de la novela, la que no está en ninguna página pero sobre la que pivota
toda la trama: su padre Julio, repartidor y enganchado al alcohol, más desde
que la desgracia se abate sobre su entorno; su hermana Yolanda, periodista; la
madre autista, desde que la desgracia se cernió sobre ellos. Describe,
asimismo, con exactitud los rasgos físicos de sus personajes, porque hasta en
ellos el drama hace estragos. De cerca su
piel resultaba todavía más blanca, sus labios más rojos y sus ojos, oscurecidos
los párpados por una sombra gris ceniza y mal emparejados, todavía más
desconcertantes. Consigue la autora que el ambiente se convierta también en
personaje de su dramática narración. Era una lluvia cansina, de
aquellas que el cielo apenas escupe sobre las aceras y que te obliga a entornar
los ojos y caminar encogido como si atravesaras un paraje salpicado de
francotiradores. Y estremecernos con el ir y venir
de ese padre alcoholizado que busca a su hija incluso hasta en el club Paradise
de La Junquera y sería inmensamente feliz si la viera en una de las
habitaciones de ese macroburdel
ejerciendo la profesión más antigua del mundo.
Pero hay una historia colateral, la de la médium Samantha Damon,
que distrae al lector de la absorbente trama de la novela, una historia metida
dentro de la historia principal que no ayuda, sino todo lo contrario. Si la
historia colateral de La mujer que no
bajó del avión, el diario de esa mujer que moría en el trayecto, funcionaba
y hasta llegaba a competir en interés con la trama principal del relato, en La última llamada, la lastra. Un pero a
una novela, por lo demás, modélica.
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