LITERATURA / ASHAVERUS EL LIBIDINOSO
ASHAVERUS EL LIBIDINOSO
Miguel Arnas Coronado
De
cuando en cuando encuentra uno, al azar (o no tan al azar, porque tengo la
suerte de conocer al autor), libros que le devuelven a uno el placer de la
lectura: éste Ashaverus el libidinoso,
publicado espléndidamente por la editorial granadina Nazarí y escrito por Miguel Arnas Coronado (Barcelona,
1949).
No
es nuevo en este oficio el barcelonés que lleva exiliado en Granada nada menos
que 24 años. Escritor desde siempre, articulista que tiene en la red un interesante
blog, El árbol de Arnas, ha ganado
dos premios literarios: en 2006 el Provincia de Guadalajara de Narrativa por su
novela Buscar o no buscar (Ediciones
Irreverentes, 2006), y en el 2010 el Francisco Umbral por La insigne chimenea (Everest, 2010). Es miembro muy activo, además,
y eso es importante en su currículum para entender el sentido del humor y la ironía
de los que hace gala, del Institutum Pataphisicum Granatensis.
Ashaverus el libidinoso es una novela de estructura compleja pero de lectura fácil gracias a
que está prodigiosamente bien escrita y a que Miguel Arnas Coronado saca punta a un artefacto literario muy
trabajado—se
notan las horas de artesano que implica ser un buen contador de historias—que bebe en las fuentes de los libros de caballerías de nuestro Siglo
de Oro. Enrique Fuster Bonín es el caballero andante de esta epopeya histórica,
moral e irónica con la que Miguel Arnas
Coronado pasa revista a algunos de los acontecimientos capitales del
convulso siglo pasado, y así ese chueta,
falso iqueño, maestro de todas las impostaciones posibles, (¿no es
asimismo todo escritor un gran impostor?) adopta en la Alemania de la República
de Weimar el nombre de Rudolf Hoffman para hacerse pasar por ario y codearse
con el canciller Franz von Papen y los
jerarcas nazis de las SA; a su regreso a
España, entra en contacto con el mundo de Falange, traba amistad con Manuel Hedilla, conoce a Rafael Sánchez Mazas y frecuenta al músico Federico Mompou y al escritor Max
Aub, cuyo aliento literario también planea sobre la obra; o pasa por la Francia
ocupada, transformándose en Alphonse Gärtner-Najera. ¿Quiénes somos? ¿Uno o
varios? Varios.
De
ese vertiginoso itinerario geográfico e histórico va dando Enrique Fuster Bonín
sus aceradas opiniones; así habla, por ejemplo, del ambiente de enfrentamientos
en la misma Falange: La verdad es que en
la capital, sobre todo, el combate interno se dirimía entre, por una parte, los
proletarios que Manuel Hedilla había sabido apartar de los sindicatos rojos,
todos muy jóvenes, y por otra los señoritos atildados y pletóricos de fijapelo;
o del Holocausto: Consiguen eliminar
hasta cinco mil diarios en algunos campos. Son de una eficacia terrible. Lo
mismo fabrican cañones o tanques que exterminan una raza.
En
esa rocambolesca trama que lleva al lector de la Alemania a punto de caer en
las garras del nazismo a la España en
donde salta en pedazos la Segunda República para dar paso a la guerra incivil, Miguel Arnas Coronado cuela una
narración paralela, pretérita, en forma de antiguo manuscrito que cae en manos
de ese judío superviviente: la del judío errante Todrós, estudioso de la Cábala
y enamorado de Hannah, lo que le permite al autor clonar, con eficacia y sin
que suene a impostación, el castellano antiguo:
Llegado
a pie a Barcelona, extrañose ahora del camino inverso a lomos de mula, mas a lo
bueno aína se acostumbra cualquiera. Arrimóseles un perro, al que Todros acostumbró
darle restos y el animal fue fiel hasta el final del viaje.
Contiene
este relato, novela dentro de la novela, escrito en lenguaje cervantino, alguno
de los momentos más divertidos del libro,
pasajes de erotismo y picaresca que hacen honor al título Ashaverus el libidinoso, ya que Todros,
erudito en la Biblia y físico, no le haces ascos a ninguna mujer dispuesta que
encuentra por los pajares de las pequeñas villas que recorre en su itinerario. Si
Hannah me cabalgó porque le plugo, peor es la postura de Raquel, quien me
ofrece sus posaderas para ser azotadas. O
este otro pasaje: La mano de Hannah lo
condujo adelante y atrás hasta que la humedad llegó a chorrearle brazo abajo,
cosa que asustó al mancebo convencido como estaba de que le había dañado,
haciéndola sangrar. Pero no era daño sino deleite, y en su cara lo mostraba.
Abunda
la ironía y el humor, porque se prestan a ello las andanzas del tal Todros: Aquella noche durmió abrazado a Raquel,
porque más vale cuerpo caliente aunque odioso que soledad temerosa. Se
documenta Miguel Arnas Coronado en
los usos y costumbres sexuales de la época para ofrecernos, por ejemplo, este
rudimentario condón femenino que despertará la curiosidad del lector. Como físico y sabio, tomaba Todros
precauciones al yacer con sus amigas en las aljamas donde había predicado,
exigiéndoles, o bien que metieran en su natura un lienzo pequeño empapado en
vinagre y atado con una hilacha mientras lo hacían, o que se irrigaran con vino
agriado, cuanto más viejo y agrio, mejor. Verter fuera habría sido el delito de
Onán.
El
protagonista de Ashaverus el libidinoso,
Enrique Fuster Bonín, es como Zelig,
uno de los personajes más brillantes ideados por Woody Allen: tiene la capacidad de adaptación de los camaleones, y de
ahí que sea un superviviente; cambia de nombre, de idioma, de personalidad,
según la compañía; y está en poder del don de la ubicuidad que le permite estar
en todas partes y en todos los momentos estelares de su época, para ser su
testigo crítico. En su búsqueda del origen del mal, uno de los leit motiv de la narración—los últimos trece años de mi vida los he dedicado a averiguar qué es el
mal y lo he hallado repartido de forma muy equitativa— analiza los acontecimientos históricos y las bárbaras matanzas que
convirtieron Europa en un gigantesco
cementerio durante la primera mitad del siglo XX.
La
multiplicad de escenarios por los que transcurre la novela, aparte de
proporcionar agilidad a la misma y que nunca se aburra al lector, le permite a Miguel Arnas Coronado llevarlo al Berlín convulso en el que a
diario se enfrentaban los matones nazis con los comunistas, al París epicentro
de la cultura sojuzgado por la barbarie nazi, a la España pobre, cutre y seca a
punto de estallar en conflicto civil, y a Barcelona, finalmente, y es en esa
ciudad, por ser la suya, en donde el autor se explaya retratando lugares, como
esa cafetería mítica de la Gran Vía, El oro del Rhin, que ya solo existen en
la memoria, o ese Barrio Chino y sus gentes que fueron barridos de la ciudad
del diseño que cada día se reinventa a sí misma. Una mujer que él encontró vieja, barrigona, pintarrajeada de un carmín tan
chillón como podría haber sido el graznido de un flautín en medio de un recital
de órgano, embutida en una falda cuyo final se situaba muy por encima de las
rodillas.
Hay
homenajes a la música, que, con el amor y la literatura, confiesa el autor,
forma su tríptico vital. La música le
parece la culminación de la creatividad humana, casi tanto como el hecho mismo,
lo ha oído decir, de abrir con el bisturí un torso y eliminar un tumor que
acabaría matando a la persona de no ser extirpado. Lamentos en voz alta
sobre la condición humana: ¡qué vergüenza
ser humano! ¡qué vergüenza, pertenecer a cualquier raza! Y acertadas sentencias
que cuela con habilidad el escritor catalanoandaluz en su bien armado artefacto
literario: El cinismo es la defensa del
impotente que trata de salvar la vida. Pero hay, sobre todo, un gran amor
por la literatura, heroico en esta época. Confiesa Miguel Arnas Coronado en la solapa que ha leído y escrito como el lujurioso confiesa que fornicó. Doy
fe de ello. Busquen Ashaverus el libidinoso
y no se la pierdan.
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