LITERATURA / ADIÓS A SILVER KANE
ADIÓS A
SILVER KANE
La
muerte de un colega, y además buen amigo, suscita siempre sentimientos
encontrados. La de Silver Kane, uno
de los alter ego de Francisco González
Ledesma, no por anunciada ha sido menos dolorosa. El padre del policía
Méndez llevaba años retirado de la circulación, sin salir de su casa y
malhumorado porque ya no podía hacer lo que siempre había hecho y por lo que
vivía: escribir. Francisco González
Ledesma era abogado, periodista, novelista y, sobre todo, un afable caballero
de los que ya no existen, de los que abrían galantemente las puertas a las
mujeres para que pasaran antes y hasta las piropeaban con educación y buen
gusto. Además era un tipo muy generoso que me había confesado lo que había
disfrutado leyendo mi segunda novela, Barcelona
negra, y lo que le habían gustado algunos de mis relatos contenidos en La lanzadora de cuchillos prologado por Manuel Vázquez Montalbán, otro grande
que se nos fue, hijo del Raval como Silver
Kane. La literatura negra de Francisco
González Ledesma tenía un halo profundamente humano y tierno, como la de Manolo Vázquez Montalbán, quizá porque
una y otra vez, en sus novelas, estaba retratando el barrio de su infancia, que
ya no existía más que en su cabeza y en los párrafos que alumbraba. Para estos
dos grandes escritores de Barcelona el barrio era un personaje de sus novelas,
quizá uno de los protagónicos.
Francisco González Ledesma,
además de ser uno de los mejores escritores del país (empleo el presente porque
el escritor tiene la suerte de sobrevivir a su muerte), fue un trabajador
incansable, no sólo a través de las páginas del diario La Vanguardia, en el que
ocupó diversos cargos de responsabilidad, sino como escribano estajanovista que
se sacaba un sobresueldo escribiendo novelitas policiacas y del Oeste bajo el
pseudónimo de Silver Kane, uno de
los muchos que utilizó a lo largo de su vida literaria, y esas más de mil
novelas que escribía apresuradamente, para mantener a su familia, a razón de
cuatro a la semana, le dieron luego el oficio suficiente, porque la literatura,
además de arte, es también oficio, para abordar temas más serios como toda la
serie Méndez, un retrato de la Barcelona del postfranquismo y las incipientes
corruptelas que luego, años más tarde, han dado estos lodos, y libros
memorialistas como Las calles de nuestros
padres en donde el escritor barcelonés retrataba sus vivencias personales
en el Raval.
Ya no
tendremos más historias de Méndez, ni podré saludar a mi buen y entrañable
amigo Paco al que solía ver en la jornada de Sant Jordi, en esos desayunos que
nos preparaban para afrontar un día de firmas, ni comeré más mejillones con él
en la librería Negra y Criminal, ni coincidiré en ningún coloquio en la Semana
Negra de Gijón. El último recuerdo que tengo de él es de un Sant Jordi, al que
él nunca faltaba, en que me cogió del brazo, me llevó a un aparte y me confesó
entristecido que ya no iba a escribir más porque era incapaz de controlar la
trama de la novela y sus personajes.
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