
El trenecito de las 17 30 que lleva a la Semana Negra, va lleno, a rebosar. Llegamos justo al final de la tertulia que versa sobre novela negra en donde están la santa mexicana,
Juan Ramón Biedma, José Carlos Somoza, Rogelio Guedea, Carlos Zanón, Gregorio Casamayor, Guillermo Orsi, Enrique Rubio, Willy Uribe y Jon Arretxe, moderados por
Paco Ignacio Taibo II y Raúl Argemí. En la misma carpa de Encuentros
Laura Castañón glosa
El Cebo, la última novela de
José Carlos Somoza, y acaba preguntándole cómo se le ocurren al autor esos retorcidos argumentos, y se remonta Somoza, acompañado en la tarima con un loco, que luego resulta ser borracho, que todos creemos forma parte de su atrezzo para la presentación, que gesticula y aplaude sin ton ni son, que el argumento arranca de cuando ganó La Sonrisa Vertical con
El silencio de Blanca y un periodista tituló
Psiquiatra cubano en paro gana premio de novela erótica.
El Cebo, que es una mujer adiestrada para atraer delincuentes y que estos sean detenidos, se llama, en un juego de palabras Diana Blanco.





Firma
Somoza ejemplares a sus incondicionales lectores y me paso a la carpa de A Quemarropa en donde
Juan Bas, antes de presentar la última ganadora del Café Gijón
Los asesinos lentos de
Rafael Balanzá, tiene que echar a loco, que se confirma borracho al esgrimir una botella de sidra, con sus maneras de vasco.
Bas borda su presentación ayudado por un cigarrillo y un vaso que intuyo no es de agua. Me pierdo el concurso de tortilla de patata, del que el autor de
Voracidad es jurado, porque la parte más lúdica del recinto es también laberíntica, pero no me pierdo una palabra de la sabiduría de
Guillermo Orsi, presentado por
Jesús Lens, que habla de su novela
Ciudad Santa, firme candidata de los Hammeth que se fallan mañana, y de ese Buenos Aires en que sitúa casi todas sus novelas, y de una situación económica muy parecida a la que padecemos ahora en nuestro país. Paso, porque las presentaciones son coincidentes, a escuchar un rato a
Paco Ignacio Taibo II presentar
La mantis, la última novela de
Mercedes Castro y luego con ella y
Julio Murillo nos retiramos a deliberar en secreto y clandestinamente en el despacho del jefe sobre qué novela debe llevarse el codiciado premio Silverio Cañada. Mañana, la respuesta.


El plato fuerte de la jornada no figuraba en el programa oficial pero circulaba de boca a oreja desde hacía días.
Alfonso Mateo─Sagasta, que parece haberse descolgado de un cuadro del Greco, dirigía el cuarto ensayo de
La venganza de Don Mendo que superó, con creces, las expectativas que levantó. Con un vestuario impecable y un decorado que había que imaginar, con perfectos efectos especiales sonoros ─ trompetas, ríos, cabalgadas, redobles de tambores ─ y unos escritores metidos en piel de actores, los espectadores que abarrotábamos el sótano del Hotel Don Manuel convertido en corral de comedias, asistimos desternillados a la representación de la bufonada de
Pedro Muñoz Seca. Todos estuvieron bien, pero unos mejor que otros. Impresionó la profesionalidad de
Elia Barceló, que se sabía el texto a la perfección y desarrolló, durante toda la función una extraordinaria vis cómica. No defraudaron las expectativas a su favor que tenía
Rafael Marín.
Javier Márquez se descabelló de forma impecable. El musculoso y viril
Francisco José Jurado bordó haciendo de mariposón catalán, hasta en el acento. Pero quién sorprendió, y mucho, fue
José Carlos Somoza que irrumpió en escena bailando, de la mano de
Marina Taibo, y parecía sentirse muy a gusto en su papel de monarca.
Alfonso Mateo─Sagasta, con peluca y sin ella, fue Mendo y estuvo al quite de la representación como director que era. Y todos aplaudimos a rabiar deseando nueva función el año que viene.
Y siguen los campamentos de verano de escritores en Gijón.
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