EVENTOS

23 AÑOS DE SEMANA NEGRA
Mi vida literaria, y la extraliteraria, está ligada a la Semana Negra, y no es una afirmación retórica ni una frase hecha para quedar bien. Los que me conocen saben por qué lo digo.
El domingo 18 de julio, una fecha fatídica para los que creemos en la democracia y aborrecemos de las dictaduras, ósea un día doblemente triste, se clausuró la 23 Semana Negra de Gijón, la única semana de nueve días del mundo, el concilio de escritores más original y lúdico de la literatura internacional porque es un canto a los géneros, porque los géneros son la esencia de la literatura.
Tras las palabras del presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces, que ya no repetirá como mandatario asturiano pero sí como semanero, porque desde el inicio estuvo ligado a este acontecimiento, y del concejal de cultura, un gallego que glosó la calidad de las pulperías del recinto ─ me temo que se comió más pulpo que libros se vendieron, en honor al pulpo Paul ─ tomó la palabra Paco Ignacio Taibo II, el factótum absoluto de este evento genérico que empezó por el género negro criminal y se ha abierto a la novela histórica, al fantástico y al cómic, para calcular el numero de visitantes que se han dejado caer por ese campamento gijonés, más de 800.000, los libros que se han vendido, 37.000 ejemplares, el centenar largo de autores que han pasado por la feria, los cientos de actos programados, las exposiciones de fotoperiodismo y miniaturismo, etc. etc.
Nadie duda de que si la Semana Negra de Gijón tiene ese carácter lúdico, abierto, democrático, porque ni un solo autor acude a ella como divo sino como colega, de que si la Semana Negra propicia la hermandad entre los autores que dejan en su casa su proverbial caínismo para mostrar su cara más afable, es por Paco Ignacio Taibo II, por los Taibo, en general, una dinastía asturmexicana de luchadores por la cultura de la que formó parte su patriarca, ya desaparecido, Paco Ignacio Taibo I, Paloma, la incansable trabajadora y esposa de PITII, y Marina, su hija, que ha heredado el apasionamiento de su padre.
Estuve, y fue un honor, en la primera Semana Negra que se celebró en el puerto del Musel, con mis dos primeros libros El cadáver bajo el jardín y Barcelona negra, y he estado de forma regular en ella desde el año 2000 hasta la fecha. En la Semana Negra se han presentado mis últimas novelas. En la Semana Negra me he reencontrado con mis amigos colegas, que son muchos, y he conocido a otros. La Semana Negra alteró mi vida, hasta los cimientos. Y su clausura siempre produce un sentimiento de tristeza. Después de esa sidriña en el maravilloso pueblo de Cudillero batido por el viento y las olas, hubo abrazos muy sentidos y un hasta luego.
De esta Semana Negra me quedo con el premio Hammeth que ha conquistado mi amigo argentino Guillermo Orsi con su novela Ciudad Santa; la premiación con el Silverio Cañada a un nuevo talento dentro de la narrativa negra, Gregorio Casamayor, con La sopa de Dios en la que tuve algo que ver con Julio Murillo y Mercedes Castro; la profesional presentación que hizo de El elefante de marfil su autora Nerea Riesco a la que auguro un recorrido ascendente e imparable; las intervenciones, siempre al límite, de Juan Madrid, que celebraba sus treinta años de Toni Romano y dejó en el aire una frase extraña que me repito: Tengo para cuatro novelas y cinco mujeres; el escepticismo existencial de que hizo gala Julián Ibáñez mientras presentaba Giley y Perro vagabundo busca a quien morder; la inclasificable presentación que hizo el mexicano Miguel Cane de La fiesta de Orfeo de Javier Márquez, que fue la más divertida sin duda de todo el evento; la original intervención de Fernando Marías hablando de su premiada Todo el amor y casi toda la muerte acechado por sus fantasmas femeninos; Juan Ramón Biedma hablando de El humo en la botella con Paco Ignacio Taibo II y Cristina Macía; la buena sintonía que hubo entre Julio Murillo y su presentador José R. Calvo a raíz de su Oricalco; el desparpajo de Francisco José Jurado hablando de Benegas; el apasionamiento que puso José Carlos Somoza al hablar de El cebo; la excelente presentación que hizo Juan Bas de la novela Los asesinos lentos de NegritaRafael Balanzó; la ejemplar modestia de Guillermo Orsi al hablar de Ciudad Santa, y lo generoso que estuvo el flamante premio Hammeth de este año al referirse a La Frontera Sur, La mujer ígnea y El corazón de Yacaré, mis libros en la XXIII Semana Negra. Tuve un presentador de lujo y un colega del que ya soy pareja de hecho: Carlos Salem. E hice muchos amigos nuevos: Meli Suárez, José González Cabolugo, el mexicano Javier Valdez Cárdenas, autor de Malayerba y Mis Narco, el propio Orsi y esposa.

Pero la Semana Negra no sólo estuvo en los programas oficiales, porque, al margen de los actos programados, que fueron multitud y todos interesantes, cada comida, cena o desayuno, cada tertulia improvisada alrededor de una mesa del Don Manuel con un vaso de gintonic en la mano o una copa de Chardonay acodados en la barra de El Monje, fue también Semana Negra. En esos encuentros improvisados y sin guión previo se habló de literatura, de su fuerza telúrica y ancestral, de proyectos e ilusiones, de próximos eventos y encuentros, de carne y espíritu, de Dios y del Diablo, de la sangre que los escritores convertimos en tinta para que haya lectores que nos quieran y disfruten con lo que escribimos. Y es que en la Semana Negra la difusa línea que separa lo lúdico de lo literario se diluye definitivamente, porque escribimos para seguir siendo niños.Esto fue la Semana Negra y lo seguirá siendo el año que viene para los que sigamos en pie.

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