EL APUNTE

A 40 AÑOS DE LA MUERTE DEL CHE
Se cumplieron 40 años de la ejecución de Ernesto Che Guevara en La Higuera. Un diez de octubre, en la selva boliviana, el guerrillero por antonomasia, el mártir laico, el icono más vendido por el capitalismo contra el que dedicó toda su vida y, al final, lo hizo suyo, como el cocodrilo de Lacoste, encontraba la muerte a manos de una partida militar dirigida por la CIA y, al mismo tiempo que moría el hombre, nacía el mito. Un error de cálculo de los servicios secretos norteamericanos - un Che cautivo, humillado, encerrado de por vida en una cárcel norteamericana, les hubiera sido mucho más rentable - que a cuarenta años del crimen se les vuelve contra ellos.
Se podrán pensar muchas cosas del Che. Que si era un idealista, un iluminado, un utópico, un romántico, un sanguinario, un Rambo de izquierdas - como lo definió desafortunadamente Fernando Savater - pero nadie puede negar su importancia en los movimientos de liberación del Tercer Mundo y el papel de faro que ha ejercido y ejerce en los países de Latinoamérica.
La figura de Ernesto Guevara, quizá porque murió en plena juventud, antes de que le llegara la corrupción que siempre supone pasar a otro estadio vital, permanece incólume mientras la de Fidel, aquejado de inmovilismo político, enfermo físicamente, se desgasta. Distinto destino para dos de los principales artífices de la liberación de Cuba de las garras de Batista. Aunque muchos se preguntan qué diría Che Guevara de la Cuba actual y qué hubiera sido de él sino hubiera huido hacia adelante buscando otros escenarios para su lucha política.
Che está hoy más vivo que nunca, y no sólo en Cuba en donde es un santo laico que contempla, mudo, el proceso degradatorio de la isla desde pasquines, muros y fachadas de un país en ruinas. El Che está en los despachos de Evo Morales, el presidente de Bolivia adonde fueron a parar sus huesos, y en los de Hugo Chávez, el populista ex militar que gobierna "democráticamente" los designios de Venezuela.
A cuarenta años de su desaparición el panorama latinoamericano ha experimentado un cambio radical, y por dos motivos fundamentales. Uno, por una conciencia popular que ha conseguido, por medios absolutamente democráticos y ejemplares, que gobiernos de izquierdas rijan los destinos de la mayor parte de los países sudamericanos en donde antes habían sangrientas y golpistas dictaduras que vulneraban todos los derechos humanos y negaban cualquier papel protagónico al pueblo indígena. Dos, el abandono por parte de Estados Unidos de su patio trasero, para concentrarse en Oriente Próximo, con vistas a controlar las fuentes de energía, que ha propiciado décadas de tranquilidad democrática en países trastornados por algaradas militares que ahora no conseguirían el más mínimo soporte.
El ideario el Che, que acabó sus días en Bolivia hace ahora cuarenta años, sigue vivo y vigente aunque ya no hace falta imponerlo por levantamientos populares ni con la ayuda de las armas insurgentes. La situación en Latinoámerica no es idílica en estos momentos, persisten atroces desigualdades económicas, existe una oligarquía hija directa del poder caciquil de los conquistadores españoles, pero nadie puede negar que ha mejorado notablemente, que es mucho más estable y democrática que cuando Estados Unidos alentaba golpes de estado un día sí y otro también o sustentaba las más feroces dictaduras.
El Che muerto - su última imagen, sin que lo podamos evitar, nos recuerda a Jesucristo descendido de la cruz -, paradojicamente, tiene mucha más vida que si hubiera sobrevivido.

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