MI MARILYN


Esta quinceañera posa con un fondo de paisaje otoñal. ¿Para qué o para quién posa? Sus manos, cuidadosamente pintadas, sujetan unas hojas. Su suéter es tan discreto como la falda de cuadros. Nada hace presagiar al icono sexy más vendido y explotado que será. Es una adolescente bien comida de mofletes generosos que juegan contra su fotogenia proverbial. No apunta cintura. Ese lazo, sujetando sus cabellos rizados, del mismo color que su suéter, le da una nota infantil. ¿Dónde está la comba? ¿A quién mira? No mira a nadie. Tiene la mirada perdida. Quizá ya era miope y le costaba fijar la vista. Ese castaño claro de su abundante cabellera, que luego sería rubio platino, se confunde con las hojas del fondo, y sus rizos son excesivos. Y esa sonrisa, que luego sería legendaria, aparece forzada, casi una mueca desganada. No tiene ganas de sonreír, pero accede de mala gana. No sé qué le habrán prometido si lo hace. Quizás, después de la foto, haya regresado al instituto. O se haya ido a un bar de carretera a tomar una limonada.

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