EL ARTÍCULO

De los extraños encargos que recibí de Pedro Balart, cuando era director de Penthouse, éste fue el que más me desconcertó. Una tarde, cuando ya sabía que el cáncer lo estaba matando, me llamó y me dijo: "José Luis, te propongo que me escribas un artículo sobre el sacrificio". Nunca digo que no. ¿Qué pintaba un artículo sobre ese tema en una revista lúdica y carnal como Penthouse? Pero claro, con Balart Penthouse era también una revista para leer. Me puse en ello. Salí airoso del encargo con este extraño artículo que recupero ahora. Creo que está tan vigente como el día en que lo escribí. Se publicó en el número 221 de la revista Penthouse de agosto de 1996.

HISTORIA DEL SACRIFICIO
José Luis Muñoz


El "sacrificium" en la antigüedad era una ofrenda hecha a una divinidad en señal de reconocimiento, adoración o expiación. Su esencia se ha mantenido hasta nuestros días y el rito en sí poco ha variado, aunque haya perdido su finalidad religiosa. Se siguen efectuando sacrificios cruentos animales y personas, y nuestra propia vida, si la analizamos fríamente, es un cúmulo de renuncias -una de las esencias del sacrificio- en aras de un supuesto bienestar. Cuando hablamos del sacrificio por antonomasia acudimos al Antiguo Testamento. Jehová pone a prueba la fidelidad de su siervo Abraham y le ordena que sacrifique lo más querido, su hijo Isaac, y el patriarca judío no duda en llevar a su vástago hasta la cima de la montaña para degollarlo. En la frustrada inmolación de Isaac está la esencia del sacrificio: la privación de algo querido, llámese hijo, res, bienes materiales, libertad, la propia vida, en aras de la consecución de un fin superior, y por voluntad propia, aunque ésta se encuentre frecuentemente mediatizada por las creencias religiosas o convenciones sociales.
En las sociedades primitivas se realizaban sacrificios rituales a los dioses que con frecuencia personificaban las fuerzas desatadas de la Naturaleza como el fuego, el viento, la lluvia, las erupciones volcánicas, las tempestades, etcétera. Detrás de cualquier fenómeno violento de la Naturaleza estaba la ira de un dios que exigía una expiación. Pero no siempre los sacrificios iban encaminados a conseguir que las fuerzas de la Naturaleza les fueran propicias, Los ritos caníbales de algunos pueblos primitivos no tienen otro objeto que la aprehensión mágica de las supuestas cualidades de la infeliz victima además de una indudable función alimentaría en zonas de la corteza terrestre en las que la ausencia de proteínas resulta alarmante, Al comer la carne o partes seleccionadas del cuerpo de un enemigo, como puedan ser el corazón o el cerebro, se adquieren virtudes como fuerza, inteligencia o valentía. Por otra parte, existen pueblos primitivos que realizan sacrificios que no tienen otro fin que el de una fiesta social que reúne gentes de diversos rincones, como es el caso de los papúas de Nueva Guinea, que durante todo el año pasan privaciones y engordan cerdos que serán sacrificados en un día determinado, en lo que podemos denominar una pantagruélica ceremonia gastronómica. Cuando se habla de sacrificio resulta imposible eludir la figura de Jesús, que se sacrificó y sufrió el más espantoso de los martirios en defensa de unos principios éticos y religiosos revolucionarios. Su sacrificio tiene todavía más valor por cuanto se trata de una autoinmolación. Jesús muere para redimir a su pueblo y su muerte enciende en el mundo la llama de uno de los pensamientos más extraordinarios y perdurables, y muchos de sus discípulos le imitan y le siguen en el martirio. Los cristianos acuden como ovejas al redil y son sacrificados a miles con especial ensañamiento por parte de sus verdugos. No se comprende la serenidad y la resignación con la que aceptaban el tormento y la muerte sino es con esa promesa de vida eterna en la que creían ciegamente, Quién se sacrifica exige siempre una compensación. La religión nacida del profeta que se auto inmoló hizo del sacrificio uno de sus actos ejemplarizantes, Para alcanzar la gloria y la perfección son necesarias una serie de renuncias. Se renuncia a los placeres de la carne -el sexo y la gula son considerados pecados capitales- se huye del lujo y del boato, se alaba la humildad, con la promesa de una vida plena más allá de la muerte. El sacrifico está pues en la esencia del cristianismo, A esta moral de sacrificio dentro de la religión cristiana, que entronca con el ascetismo griego y tiene en los anacoretas su más diáfano ejemplo de renuncia, no le es ajena un cierto masoquismo, heredero de una magnificación del martirologio, evidente en toda la iconografía cristiana y católica, vía para alcanzar la vida eterna, Tomando como modelos los antiguos mártires de la historia y para aplacar las servidumbres del cuerpo que mancillan el alma que es prisionero de él, cilicios, látigos, ayunos y privaciones de todo tipo calan con fuerza en determinadas mentalidades que tienden a considerar los sentidos del cuerpo humano como objetos de mortificación, y es que la moral judeo-cristiana desprecia la carne en aras de una vida espiritual y un más allá glorioso.



HISTORIA
Uno de los pueblos que más sistematizaron los sacrificios humanos fueron sin duda alguna los aztecas. Los indígenas que poblaban el antiguo México, dotados de una cultura sobresaliente, tuvieron el dudoso gusto de patentar el término holocausto en la América precolombina, Los aztecas atemorizaban a los otros pueblos indígenas que los rodeaban, como los tlaxcaltecas, con matanzas rituales. Mataban a sus enemigos, a los prisioneros de guerra, a sus esclavos, hasta a miembros destacados de su propio pueblo, y en esas carnicerías, pretendidamente religiosas, en las que a veces se llegaba a eliminar hasta miles de víctimas, había una razón económica oculta y estremecedora que subyacía bajo la meramente religiosa: una ausencia dramática de carne. A tal fin las pirámides aztecas son construcciones perfectas que parecen ideadas para el fin carnicero para las que fueron concebidas. El sacerdote abría el pecho de la víctima en el ara situada en la cumbre de la pirámide, y a continuación su cuerpo era despeñado por su escalonada vertiente hasta el pie en donde los carniceros rituales los desmembraban y troceaban para distribuir sus carnes entre los hambrientos pobladores de la llanura mexicana.
Los sacrificios cruentos no son ni mucho menos patrimonio de las sociedades primitivas y pretendidamente salvajes. El Holocausto. Judío perpetrado por Adolf Hitler tiene connotaciones de sacrificio aunque no reúna las condiciones para serlo a todos los efectos. Hay una víctima, hay seis millones de hebreos, gitanos, eslavos, minusválidos, izquierdistas, brutalmente asesinados, y hay un verdugo, una corte de verdugos aplicados a la solución final. Una maquinaria terrorífica perfectamente engrasada es capaz de exterminar seis millones de personas que, como los cristianos de la edad antigua, asumen con resignación su condena, no se rebelan. Pero, al contrario de lo que decíamos anteriormente del sacrificio, que hace que lo sea bajo todos los aspectos, (que la víctima, o lo que se ofrece en sacrificio, tenga algún valor para el sacrificador), esta condición no se cumple en el caso de los judíos por los que Hitler sentía un profundo desprecio. En las sociedades avanzadas los sacrificios humanos adoptaban otras formas no muy distintas en su fondo de la crueldad azteca que tanto nos escandalizara. Existen sacrificios humanos que se perpetran bajo la coartada de patrióticos, como es el caso de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. El japonés trabaja más que ningún otro ser del Planeta, tiene pocas vacaciones, acepta vivir sin holguras para tener un país más competitivo y económicamente fuerte, cualidades que le hacen destacar sobre otros pueblos, Es el mismo espíritu de renuncia por un bien superior -el emperador y la victoria de su país- el que guió a los kamikaze que se estrellaban con sus aeroplanos cargados de bombas contra los barcos estadounidenses. No les importaba perder la vida en aras de causar la mayor destrucción posible a sus enemigos. No hacían más que poner en práctica una pulsión de autoinmolación que le ha acompañado a lo largo de la historia, desde los antiguos samuráis que se hacían el "harakiri" hasta el caso del escritor ultraconservador Yukio Mishima, que se suicidó públicamente por dignidad nacional. La feroz resistencia nipona durante la Segunda Guerra Mundial fue el detonante para que USA llevara a cabo sus atroces experimentos nucleares sobre dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, una cuestión de cálculo matemático según la cual el sacrificio de trescientos mil civiles japoneses les podía ahorrar cuarenta mil vidas americanas. Se borró del mapa las dos ciudades japonesas en aras de un fin superior: reducir la pérdida de vidas americanas, lo que evidencia el concepto de trueque inherente al sacrificio.


SACRIFICIOS MODERNOS
El patriotismo ha generado diversos grados de sacrificio en muchos rincones de la patria, La soflama de Kennedy por televisión: "No te preguntes qué puede hacer el país por ti, sino lo que puedes hacer tú por tu país", llevó al infierno de Vietnam a más de un ingenuo. En un principio los aguerridos muchachos americanos que marcharon a Vietnam a hacer su guerra lo hicieron en su calidad de víctimas complacientes. Se sacrificaban por los ideales de americanismo y anticomunismo, y aceptaban consumir menos dosis de hamburguesas, combatir contra las sanguijuelas y las ladillas, hacer el amor con las muchachas orientales o perder los genitales en alguna de las trampas del Vietcong porque el país se lo demandaba, Pero el espíritu di sacrificio de los muchachos americanos no era nada comparado con el de los vietnamitas, kamikazes del Vietcong pertrechados de bombas o bonzos budistas, se sacrificaban ante los incrédulos ojos occidentales para los que la vida tiene otra escala de valores y se contempla con escepticismo el más allá.
Los modernos mártires de la religión del siglo XX, el marxismo, los hallamos en Chile y en Argentina. Militantes izquierdistas sufrieron toda clase de torturas y sevicias antes de ser sencillamente exterminados por sus implacables verdugos, por no denunciar el paradero de sus camaradas, emulando a los primeros cristianos de la antigüedad con los que tienen más de un punto en común. Los verdugos que perpetraron semejantes atrocidades, en nada diferentes a los sacerdotes aztecas o los carniceros nazis, actuaban con la cobertura moral de que con su violencia despiadada conseguían fortalecer el Estado, es decir, sacrificando a los subversivos alcanzaban un bien superior,
La renuncia está también presente en la figura del mítico guerrillero Ernesto Che" Guevara, que desprecia un cómodo puesto de burócrata en el régimen castrista al frente del Ministerio de Hacienda para sumergirse en las selvas de Bolivia y padecer toda clase de penalidades antes de ser abatido, La vida de Ernesto Guevara es sin duda una sucesión ininterrumpida de renuncias, Nacido en el seno de una acomodada familia argentina, estudiante de medicina, desprecia la vida fácil a la que estaba predestinado, a su familia, a su país, y se embarca en un romántico proyecto revolucionario del que se cree mesías, ¿Masoquismo o espíritu de sacrificio? ¿0 son lo mismo ambas cosas? o, sencillamente, esclavitud del mito y ansias de eternidad para conseguir un puesto en la historia. 0, como dicen algunos de sus ilustres detractores, simples deseos de quemar adrenalina.
No todos los sacrificios son cruentos. En las modernas sociedades se han sustituido los seres vivos por su contravalor dinerario, y son los sacrificios económicos los que se perpetran en aras del dios Bienestar, Ahorramos, privándonos de determinados placeres, para invertir el dinero en un fin que nosotros consideramos superior, El trabajo también habría que mirarlo desde un punto de vista de sacrificio o como condena. Entregamos una parte considerable de nuestra existencia a cambio de dinero, nos privamos de una serie de placeres inmediatos que podemos conseguir con ese dinero a cambio de tener el suficiente que nos posibilite la compra de una vivienda más lujosa, un coche más caro o disfrutar de unas vacaciones. Conseguir un estatus determinado entraña sacrificios, hace necesario que se trabaje duro durante años, que exista un espíritu de superación que trabaje más de un miembro de la familia, A veces son tan cuantiosos los sacrificios para conseguir determinado bien que no queda tiempo o energías para disfrutar de él. ¿De qué sirve tener un fastuoso chalet en Somosaguas y un espectacular automóvil si trabajas mañana y tarde, no duermes por la noche obsesionado por el trabajo y llegar al fin de semana absolutamente rendido, sin ganas de levantarte de la cama? Para conseguir bienes de consumo emblemáticos tiramos por la borda los mejores años y los mejores momentos de nuestra vida. La sociedad occidental, rinde el culto calvinista al dinero y al trabajo, del que todos, con pocas excepciones, somos esclavos y en aras del cual muchos de nosotros hemos sacrificado familia, dignidad, ética y personalidad, pero la mayoría preferimos esa esclavitud a la libertad total que entraña vivir sin ataduras de ningún tipo, por cobardía.
Parecida dinámica de privaciones conlleva conseguir un físico atractivo. Nunca, desde la época clásica y el Renacimiento, se le había dado tanta importancia a la belleza como se le está dando en la actualidad. Los modelos estéticos auspiciados por todos los medios de comunicación de masas nos bombardean y nos exigen cuerpos de atleta y rostros limpios de arrugas, y para conseguirlos hay que recorrer un calvario de privaciones. Las modelos de hoy en día ya no son esas muchachas anoréxicas y desconocidas a las que nadie se quería parecer, sino sensuales conjuntos de senos, nalgas y muslos que establecen crueles cánones de perfección física difícilmente alcanzables e imponen a sus abnegadas seguidoras ser sacrificadas en los quirófanos por los cirujanos plásticos que abren sus cuerpos, los vacían de grasa, los llenan de silicona, según las modas, o seguir dietas salvajes, rituales crueles a los que gustosamente se someten para conseguir esa apariencia física envidiable. Sufre nuestra piel, sufren nuestros músculos, sufre nuestro estómago, para conseguir esa perfección efímera y no sentirse marginado de ese universo de efebos y bellezas espectaculares en las que nos miramos a diario. ¿Tan diferente es el cilicio, con el que mortifican las carnes algunas órdenes monacales o miembros de sectas religiosas, del ''footing", la 'mountain-bike", la liposucción, la rinoplastia o las dietas vegetarianas?
Dicen que el sacrificio es inherente a la civilización, que sin él no existiría progreso, y lo cierto es que desde la más tierna infancia nuestro camino, trazado de antemano, pasa por la escuela, la universidad, el trabajo y las obligaciones familiares, y nuestra vida se convierte en una sucesión de privaciones de los más diversos placeres y libertades. Aceptamos el sacrificio de convivir con una energía nuclear potencialmente letal o su alternativa, el venenoso C02, aceptamos el sacrificio de espacios verdes, infectamos mares, con lo que hipotecamos el futuro de nuestros descendientes, por no querer renunciar a las comodidades de la vida moderna, o lo que es lo mismo, sacrificamos el futuro por no querer sacrificar el presente,
El mayor sacrificio lo hacemos al nacer y abandonar la protección del útero materno, Al adaptarnos a la sociedad renunciamos a parcelas importantes de libertad que ya no vamos a recuperar, Somos, desde un principio, esclavos de convenciones sociales, de dictados morales, prisioneros de unas normas que en ningún momento nos atrevemos a cuestionar, están ahí y basta, Y casi todos nos auto inmolamos sin tener conciencia de ello, engañados ya felices, Tan engañados que nos creemos libres cuando no somos más que esclavos mejor o peor remunerados que sacrificaron el don de la libertad.

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