EL ARTÍCULO DEL DÍA

La propuesta programática del PP de rebajar la edad penal a los 12 años pone de actualidad este artículo que publiqué en El Periódico el 2 de diciembre de 1993 acerca de un espantoso crimen cometido en Gran Bretaña por dos niños que muchos de ustedes recordarán. El brutal asesinato en nuestro país, con toda clase de ensañamientos por parte de sus verdugos menores de edad, de la adolescente Sandra Palos, la brutal paliza recibida por una chica de Ermúa a manos de sus compañeros hace unos días o esa moda de hacer cine snuff con los móviles por parte de adolescentes descerebrados deben de hacernos reflexionar sobre la realidad de que la sociedad está engendrando individuos cada vez más violentos. ¿Quién es el responsable? ¿El estado, la sociedad, la familia, el colegio? ¿Cómo se ataja este cáncer? ¿Más represión o más educación?


CRíMENES DE LA INFANCIA

A y B ya tienen nombres. Y rostros. Tras uno de los procesos más polémicos de los últimos años, un juez británico pone el broche final al luctuoso suceso acaecido el 12 de febrero del pasado año. Los niños Robert Thompson y Jon Venables son considerados culpables-nadie lo cuestiona-y responsables-en eso ya hay más dudas-del secuestro, tortura y asesinato del pequeño James Bulger, por lo que son condenados a prisión indefinida-¿diez, veinte años, cadena perpetua?-, y la sociedad británica, la que engendra monstruos como Thompson y Venables, o esos cuatro jóvenes que durante cuatro días torturaron hasta la muerte a una chica por traspasarles unas ladillas, la que exporta hooligans y skin-heads, se siente tranquilizada con el castigo que el juez Morland, utilizando la fórmula clásica "Hasta que Su Majestad se dé por satisfecha", impone a esos dos pequeños bastardos, como los define con rabia el tío del pequeño Bulger. Una sentencia impensable en España; aquí se les hubiera considerado inocentes-¨inocentes de un crimen tan espantoso"-, mejor no responsables, o que hubiera sido más dura, si cabe, en Estados Unidos, donde tendrían bastantes probabilidades de ser condenados a la pena de muerte aplazada hasta alcanzar la mayoría de edad. Una barbaridad-el asesinato-que se salda con dos barbaridades-las condenas-y tres víctimas.
El caso Bulger vuelve a poner en la picota el viejo tema de si son los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales-la televisión, el cine, los videojuegos-los que generan esa violencia insoportable, o, por el contrario, estos no son más que un pálido reflejo de lo que sucede a nuestro alrededor. Los héroes de estos niños de la generación de la cultura de la imagen son Silvester Stallone, Arnold Schawzenegger, Bruce Lee, Jean Claude Van Damme, Chuck Norris, etc., musculosos descerebrados infinitamente más violentos-cualquier escusa es buena para ellos para esparcir sesos y vísceras por la pantalla-que los inocentes Capitán Trueno, Jabato, Roberto Alcázar y Pedrín de sus padres.
Con todo, echar todas las culpas a los medios de comunicación visual no deja de ser una simplificación. El cine, la televisión, los videojuegos, como, por otra parte, la literatura, la pintura o la música, no hacen otra cosa que reflejar el entorno social en que nos movemos, y si estos nos producen náusea-que en infinidad de ocasiones sí la producen-es que la sociedad está enferma. Romper el espejo no sirve de nada si no se consigue cambiar lo que refleja.
A y B, como T, el niño francés que recientemente mató a golpes a un vagabundo, no son más que excrecencias, espectaculares por su corta edad-en el Tercer Mundo hace años que existen niños ladrones, niños sicarios, como una forma más de explotación de la infancia-, de sociedades desequilibradas y faltas de directrices morales. Son verdugos, pero también son víctimas, sobre todo ahora, de los desequilibrios. A y B se han criado en un entorno social-paro, marginación, escasos recursos económicos, entorno urbanístico deleznable-y familiar-alcoholismo, padres separados, hermanos que ya habían tenido encuentros con la justicia, etc.-que no son los más adecuados para dos niños conflictivos y violentos como los del macabro tándem formado por Thompson y Venables. Y este suceso nos obliga a reflexionar sobre la crueldad en la infancia.
Lo de que la infancia es la edad de la inocencia es en muchos casos un lugar común. Un buen porcentaje de niños ejercen crueldad y violencia sobre compañeros por el solo hecho de divertirse. La humillación del débil despierta en algunos una oscura complacencia. Los críos de la postguerra veían como algo muy normal cargarse a los pájaros con tirachinas-leo que Thompson descabezaba crías de pájaros, todo un síntoma, pues quien se ensaña con los animales está en un tris de hacer los mismo con las personas-, los había que crucificaban a murciélagos tras obligarles a fumar cigarros o colgaban pesadas piedras de los testículos de los perros. Ya de más grandecitos las barbaridades se canalizaban hacia los de la propia especie según creo recordar de mis años de colegio e instituto. Los objetivos de esas pandillas que de forma natural se formaban en cada clase, totalmente jerarquizadas, con un cabecilla indiscutible, el más despierto e inteligente, que se rodeaba de unos cuantos matones descerebrados, eran lo débiles, los tímidos, los diferentes. Si eras gordo, bajo, tartamudeabas, usabas gafas, eras afeminado o no te gustaban los deportes tenías todos los números para ser martirizado por esos embriones de fascistas que se amparaban en su número para perpetrar toda clase de brutalidades.
Las profecías de Burgess, desaparecido justo cuando se producía la sentencia de Liverpool, sobre la violencia sin sentido contenidas en su libro "La naranja mecánica" se cumplen, pese a que la película que Kubrick rodó inspirada en ella está prohibida en el Reino Unido por si alguien imitaba el comportamiento del desagradable líder encarnado por Malcom McDowell. Le han imitado igualmente, sin verla. Europa se está llenando de bastardos que con o sin esvástica dejan tras si un rastro de sangre, que acallan sus frustraciones y magnifican su miseria machacando con bates de béisbol las cabezas de los diferentes, sean mendigos, drogadictos, travestidos, negros. Y estos comportamientos se desarrollan en los caldos de cultivo del desempleo, la marginalidad o el caos, de los que Liverpool es un buen exponente.
Hay tumores aislados, repelentes, que estallan con virulencia porque sacuden conciencias, como en Liverpool, y hay tumores generalizados que ya no mueven nada, ni siquiera a compasión, porque se han convertido en algo cotidiano, como el de Bosnia, tan cotidiano como el café con leche y el croissant que nos tomamos cada mañana.
¿Que los serbios juegan a fútbol con las cabezas de los musulmanes? Pues que metan goles.

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