EL BILLETE

CONTENEDORES HUMANOS
José Luis Muñoz
Publicado en El Periódico
La clandestinidad en que se mueve el tráfico de drogas crea a su alrededor un repugnante fangal que se paliaría con su legalización y control. La droga genera un submundo de esclavos enganchados y mantiene a una pandilla de sátrapas con milicias privadas, sobornos políticos y cuentas cifradas en Suiza. Las primeras víctimas de ese comercio, tan lucrativo por ilegal, se producen entre los que la transportan. Los más parias de los camellos ya no la llevan en el equipaje, o en doble fondo de un vehículo, sino dentro de su cuerpo, por un salario de miseria que desde luego nunca puede compensar el riesgo que corren. Son los boleros, los que se tragan bolas de plástico repletas de cocaína y las almacenan en sus estómagos para burlar los controles aduaneros, los que de cuando en cuando mueren por sobredosis al estallarles una de las bolsas.
Un paria anónimo ha aparecido destripado literalmente en una calle. Un bolero al que le explotó la mercancía que transportaba y al que no dudaron en abrirle en canal los mafiosos que la esperaban para recuperar entre la masa de sus intestinos las restantes bolsas de cocaína. Simple contenedor humano, como el bebé muerto que viajaba en un avión en brazos de su madre con las venas repletas de heroína. Difícil imaginar tanta abyección para que alguien esnife una raya con un billete de dos mil.

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