LA PELICULA

NO ES PAIS PARA VIEJOS

La esperada adaptación de la novela de Cormac McCarthy - ganador del último premio Pulitzer con En la carretera -, el nuevo trabajo de los hermanos Coen después de la mediocre Lady Killers, desgraciado remake de El quinteto de la muerte protagonizado por Tom Hanks, es una película tan fascinante como decepcionante.
Decepcionante porque, como en buena parte de los filmes de los Coen, se ven las costuras de un guión mal cosido, que ya empiezan con la primera escena - el policía dando la espalda a su asesino -, continúa con la segunda - Johs Brolin levantándose por la noche, aquejado repentinamente por su mala conciencia, y llevando, como buen samaritano, agua al chicano que ha dejado morir por la mañana -, y sigue así hasta el final. Decepcionante porque la tan cacareada interpretación de Javier Bardem, en un registro sumamente limitado, que no es desde luego para oscar, pero que se lo den, por supuesto - aunque hay que reconocer que el actor descubierto por Bigas Luna es un animal cinematográfico y llena la pantalla, poniendo cara de loco y abriendo los ojos hasta desorbitarlos - no es la que uno esperaba, porque un personaje, encarnado por un magnífico actor, el del sheriff Bell (Tommy Lee Jones), el policía que no resuelve nada, que se convierte en ángel guardián de su vecino perseguido sin que le sea de gran ayuda, resulta del todo irrelevante, y porque algunas secuencias, como la larga conversación que el propio Bell mantiene con otro policia retirado, hacia el final de la película, en su destartalado rancho poblado de gatos, es un pegote que no añade nada al film, que lo alarga innecesariamente.
Sin ser uno de sus trabajos memorables, a años luz, por ejemplo, de Fargo, El hombre que nunca estuvo allí, Barton Fink o Sangre fácil, la peliculas que han prestigiado el nombre de los hermanos Coen en el cine norteamericano, este western filmado en los desiertos áridos de Estados Unidos, en la zona fronteriza con México, película del Oeste cruzada con género negro, con una historia convencional - un cazador de antílopes llamado Lleweliyn Moss (Josh Brolin) descubre, en el desierto, los cadáveres de unos narcotraficantes que han ajustado las cuentas y se hace con el maletín de dinero que llevaban para efectuar la transacción de droga, lo que da origen a la persecución implacable de un asesino profesional, Anton Chigurh (Javier Bardem), un despiadado killer que no se detiene ante nada ni nadie, en su afán por recuperar el dinero, y deja tras de sí un rastro de cadáveres - es uno de esos films de efectos retardados, de los que crecen cuando terminan. Porque a pesar de sus muchas irregularidades, de agujeros negros en su historia, su impactante violencia - que arranca ya en una de sus primeras y largas escenas, cuando se presenta el personaje de Anton Chigurh estrangulando con las esposas a un bisoño policía al que literalmente degüella -, su realismo - las heridas, al contrario que en otros films de género, merman dolorosamente a los protagonistas: antólogica la secuencia en la que Javier Bardem se cose la herida de la pierna en la bañera del motel en donde se ha refugiado después de haber asaltado la farmacia con coche bomba -, la originalidad - peculiar el sistema que el cazador asesino tiene de reventar las puertas de los moteles y, de paso, la cabeza de sus oponentes -, la tensión y hasta el horror - cuando Anton Chigurh se acerca, mediante su localizador, al motel en donde Lleweliyn Moss se refugia con el dinero; la huída río abajo del ladrón perseguido por un rotweiller -, golpean la retina del espectador cuando abandona la sala de cine, le provocan una desazón, un sentimiento turbio de cine que trasciende.
Son las películas de los Coen, cineastas con una irregular trayectoria, que funcionan mucho mejor cuando se decantan por la ironía - ausente, por cierto, en No es país para viejos - y fracasan estrepitosamente cuando lo hacen hacia el humor - Arizona baby, El gran salto, Oh Brother, Lady killers -, salvo puntuales excepciones - Crueldad intolerable, El gran Lebowski - , obras en permanente evolución experimental, cine comprometido con el séptimo arte, que bebe, a veces con desvergüenza, como es en este caso, de las películas de Sergio Leone - la secuencia en la que Anton Chigurh decide sobre la vida y la muerte del empleado de la gasolinera, lanzando una moneda al aire, es propia de un spaguetti-western y Lee Van Clef, ése sí que tenía cara de malo, podría ser muy bien Javier Bardem - o de Gonzalo Pérez de Iñurritu con esa impactante secuencia del accidente automovilístico, clonada de Amores perros, que es el broche final de este film extraño y absorbente aunque imperfecto.

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