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Crucé unas pocas palabras con Vila-Matas cuando coincidimos a principios del año pasado, en el castillo de Bellver de Palma de Mallorca, con motivo del premio de novela Camilo José Cela - la última edición, por cierto, pues ya no se va a convocar más -, él en su calidad de jurado del certamen, yo como ganador del mismo. Charlamos sobre Caracas, la urbe protagonista de LA CARAQUEÑA DEL MANÍ, sobre la situación política de Venezuela. Le felicité, sinceramente, le dí las gracias, por el placer de leer su DOCTOR PASAVENTO.
La valía literaria de Enrique Vila-Matas es algo que nadie discute. Es, junto a Javier Marías, el mejor escritor español vivo. Si algún aliciente tiene para mí el diario El País de los domingos es leer su DIETARIO VOLUBLE, esas largas crónicas, que leyéndolas no lo resultan en absoluto, en donde habla con inteligencia y humor de los accidentes cotidianos de su vida o de los demás.
El libro que me ocupa estas soleadas mañanas de febrero, después de dar mi paseo matutino, con el que me siento en una terraza, ante una cerveza, o que me llevo a la cama, antes de que me venza el sueño, es EXPLORADORES DEL ABISMO, un regalo navideño cuyas páginas abro ahora.

De este último cuento, claramente autobiográfico - no por casualidad el autor tiene la misma edad que Vila-Matas, no por casualidad acaba de salir de una grave afección ni se sienta en un banco del Paseo de San Juan - quisiera extraer un maravilloso párrafo evocador.
"Es verdad que todo pasa y que lo nuestro es pasar. ¿Que fue de aquella gente que en aquellos días parecía asentada eternamente en ese Paseo? No queda ni una de las personas de entonces, sólo yo, que he vuelto para mirar con perplejidad este espacio del recuerdo y con estremecimiento contemplar la infancia, vista hoy ya como una historia interrumpida de golpe un día en un Paseo por el que hoy ya no circula la vida de antes. La infancia, ese desierto. No se me escapa que mañana también yo seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel al que tal vez evocará alguien preguntándose qué habrá sido de mí, preguntándose qué habrá sido de aquel que un día, habiendo cumplido ya sesenta años, vino a este Paseo de San Juan a recordar unos días de su infancia que cambiaron su vida y que cincuenta años después recordó escribiendo precisamente estas líneas que ahora concluyo imaginando que me encuentro con Iluminado que aparece de golpe, arrastrando el peso de los años y hablando con acento argentino, presentándose aquí ahora junto al viejo banco de madera, de espaldas a la eternidad y a la Baylina".
Además la prosa de Vila-Matas me transporta al territorio de la infancia, a ese querido y entrañable barrio de Gracia, en donde jugué, crecí, me hice adolescente, en cuyos cines ya desaparecidos de programación doble - Máximo, Delicias, Texas, Rovira, Principal Palacio - soñé, durante el desierto de la infancia, para mucho más tarde comprobar que los sueños no se cumplían, que la vida se esfumaba y todo era mucho más relativo, anodino y gris de lo que había fantaseado.
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