EL LARGO ADIÓS

LEONARDO MILLA, EDITOR LIBRERO





Muerte de un editor. Mi amigo, el escritor venezolano Marcos Tarre Briceño, me envía el obituario de Leonardo Milla, mi editor de EL SABOR DE SU PIEL en el convulso país caribeño regido por Chávez, y, muchos años antes, de LA CASA DEL SUEÑO en la extinta Laia cuando la pilotaba después de recibirla de su padre Benito Milla, anarquista que buscó el exilio después del 39. Las muertes de conocidos siempre conmocionan. Ésta, no sé por qué razón, más.
Creo que algunos de mis colegas publicaron libros - al menos Andreu Martín, Fernando Martínez Laínez, Manuel Quinto, Carlos Pérez Merinero - en su espléndida colección de novela negra Alfa 7. La editorial se volatizó de una forma un tanto extraña, después de una estafa millonaria y un administrador en busca y captura, y Leonardo marchó a Venezuela. Cuando estreché su mano, en Caracas, hace 4 años, le comenté que me había publicado antes esa novela policiaca - tenía un ejemplar de la misma en un anaquel de su oficina caraqueña - pero no le dije que no habia cobrado un duro por ella.
Leonardo Milla había nacido en Marsella, diez años antes de que lo hiciera yo. Su pasión por los libros le llevó a Uruguay, España y, finalmente, Venezuela. Allí, junto a una red de librerías importantes, Alejandría, construyó, a pesar de un montón de dificultades, la editorial más importante del país caribeño. De casta le viene al galgo. Benito Milla, su padre, fundó la importante editorial Monte Ávila, y su hijo, Ulises, sigue con la tradición de la dinastía.
"Tenemos una editorial que está produciendo treinta novedades al año; es una editorial que se autofinancia perfectamente. Eso antes no era posible. Tenemos una editorial que tiene tintes profesionales en cada uno de sus sectores: en la producción, la corrección, prensa. Alfa es una editorial que está montada como se montan las grandes editoriales internacionales", dijo en una reciente entrevista a El Universal.
Durante mi estancia en Caracas para promocionar EL SABOR DE SU PIEL, con la que había ganado el Premio Letra Erecta que su editorial Alfadil convocaba, todo fueron atenciones. Recuerdo que una noche fui a cenar con él y su mujer a un restaurante francés de Caracas y me pidió disculpas porque la carne estaba dura y lo de francés le venía ancho al restaurante, como si él tuviera la culpa. Buena parte de las mañanas las pasaba en sus oficinas editoriales, departiendo con sus encantadores empleados, sin sospechar ellos que se iban convertiendo todos en personajes de una novela en ciernes que me puse a escribir de inmediato: LA CARAQUEÑA DEL MANÍ. En el hotel del paseo de las Mercedes, en donde me alojaba, mi ordenador portátil echaba humo tardes y noches. Una novela traía a otra, y esa otra ambientada en Caracas, con personajes caraqueños reales a los que conocía.
Recuerdo que buena parte de las conversaciones giraban en torno a la situación en Venezuela. Él era antichavista moderado, como buena parte de la intelectualidad venezolana, y yo le decía que con otro que no fuera Chávez seguramente irían peor las cosas, porque la oposición hacía bueno al presidente, y que, de todas maneras, el continente estaba mejor ahora que cuando Estados Unidos estaba pendiente de su patio trasero. En eso si estábamos de acuerdo. Y también en que populismo mesiánico no es lo mismo que socialismo.
"Es interesante. ¿Es que hay socialismo en Venezuela? Yo no creo que exista en este momento el socialismo. Yo diría que lo que sucede es que el proceso, el proyecto este, quiere llamarse socialista, pero yo tengo una larga data de experiencia socialista desde mi más tierna infancia o adolescencia, y yo no veo por ningún lado un rastro socialista en todo esto", dijo a El Universal en una de sus últimas entrevistas.
Leonardo era una persona entrañable y afable, buen conversador, y quizá por eso me tomé la licencia de convertirlo en personaje de LA CARAQUEÑA DEL MANÍ, con sus rasgos físicos, con esa forma tan particular de mirarte, abriendo mucho los ojos, con su deje uruguayo, con su profesión de editor, con su propio nombre, sin disimulos, por lo que el 21 de febrero murieron dos personas: mi editor y mi personaje. Vaya desde aquí mi afecto y reconocimiento. A los dos. A mi personaje lo puedo resucitar, gracias a la magia de la literatura, a él, por desgracia, no.


- ¿No duermes?
Levanto los ojos del manuscrito que leo. Leonardo recorta su efigie bonachona bajo el arco de mi puerta y su panza apunta por debajo del saco y abomba su franela. El ordenador, prendido, refunfuña un mensaje. Me estaba quedando dormido con la novela. Quizá necesite un marrón bien cargado. No es un mal original. Casi ninguno lo es. Pero es la obra de una primeriza, de una chica que quiere imponer en esa su primera novela su sello personal, contar su vida, gritar sus opiniones y se olvida de los fundamental, de la narrativa.
- Estoy hecho un asco. Lo sé. Mañana prometo afeitarte - digo, pasando la palma por la cara hirsuta de vello rojizo y blanco.
- Esto... - me mira y piensa buscando un parecido razonable con alguien, lo suficientemente despectivo para que me sienta herido -. Esto..., te pareces a ese vagabundo guarro y borracho que escribía como defecaba.
- ¿Bukowski? ¿No te gusta Bukowski?
- ¡Que me va a gustar! Todavía recuerdo el tinglado que armó cuando le invitó Pívot en Apostrophe y se bebió ante cámara tres botellas de vino malo y le tocó las tetas a una meritoria.
- Pero era un poeta mayestático...
- De aliento mefítico. Yo nunca lo hubiera editado para no tener que invitarlo a cenar.



LA CARAQUEÑA DEL MANÍ, José Luis Muñoz, Algaida, 2007.

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